Menelik II, Emperador de Etiopía
La última frontera
África fue la última frontera de Occidente. Tras su lento despertar de aquella primera y oscura Edad Media, Europa Occidental comenzó un frenético proceso de expansión que tardaría siglos y la llevaría a conquistar la práctica totalidad del Globo. Tras un primer intento exitoso en el Mediterráneo (aunque en últimas las cruzadas fracasaran) Europa comenzó a mirar hacia el occidente y hacia el Sur. Primero vino América. Luego, Australia. Luego Indonesia y gran parte del sudeste asiático. África, pese a que siempre fue conocida, era lugar de reabastecimiento y posteriormente de compra de esclavos. Pocos avances se hicieron en su conquista durante siglos, en gran parte a causa de las enfermedades tropicales a las que los europeos no estaban acostumbrados.
Hacia principios del siglo XIX la situación cambió. Europa ya era prácticamente dueña del mundo: solo África, como región, escapaba a su dominio (y América, recientemente, había decidido separarse, pero en este caso eran europeos de nacimiento quienes luchaban por su independencia). Lentamente Europa comenzó a explorar el continente, a conquistarlo palmo a palmo, a derribar sus insuficientes defensas y convertirlo en un apéndice al servicio de Europa.
Para finales de siglo el conflicto se había resuelto a favor de Europa. Solo Liberia (una especie de territorio independiente de los Estados Unidos) y Etiopía, el legendario reino cristiano, seguían en pie.
Y estaba en planes de los italianos que esto no siguiera así por mucho tiempo.
Menelik de Etiopía
El recién creado Reino de Italia era un recién llegado al reparto de África, y como conquistador tardío apenas si había alcanzado la última tajada del pastel: Eritrea y Somalia, al oriente del continente en el llamado “Cuerno de Oro”. En su frontera occidental se encontraba el Reino de Etiopía, entonces bajo gobierno del Rey Negus Menelik. Cauteloso, Menelik sabía que Italia era un enemigo peligroso y que de errar en sus acciones vería su reino caer ante los invasores como había sucedido en el resto del continente.
Pero Menelik era inteligente. En tiempos en los que reinos vecinos caían comenzó a analizar el papel de las potentes armas de fuego europeas y su capacidad para destruir cualquier ejército tradicional y realizó una serie de misiones y compras con miras a modernizar su ejército. Cuando llegase el momento de la batalla planeaba usar sus flamantes rifles con el objetivo de evitar el destino de ejércitos exitosos inicialmente que luego se derrumbaron (como el de los zulúes).
Por ahora, sin embargo, era cauteloso. En 1889 entregó las provincias de Bogos, Hamasien, Akkele Guzay y Serae a los italianos a cambio de la firma de un tratado en el cual se garantizase su independencia. Italia, sin embargo, esperaba más que eso.
Italia
Los italianos habían hecho una pequeña triquiñuela en el tratado. En la versión en amárico (idioma etíope) decía claramente que el rey etíope podría usar los servicios de la diplomacia italiana si los requiriera; sin embargo, los italianos tenían una versión en la que constaba que cualquier relación debía necesariamente pasar por ellos. Es decir, en la práctica habían convertido a Etiopía en un protectorado sin derecho a hacer relaciones con otras potencias europeas.
Oreste Baratieri, comandante de las tropas italianas
Como es lógico, Menelik no estuvo muy contento al respecto. Estaba dispuesto a negociar con los italianos, pero todo el propósito de mantener su independencia. Etiopía no debía, no podía ser sujeto de una potencia extranjera.
Y así, en tierras del Legendario Preste Juan, sonaron trompetas de guerra.
La marcha italiana
Italia decidió que doblegaría a Etiopía por la fuerza y envió al General Oreste Baratieri, quien doblegó una serie de poblaciones insurrectas y marchó muy dentro de territorio etíope. En 1895 una hambruna azotó la región y ambos ejércitos se vieron afectados; Baratieri sabía que Menelik estaba debilitado, pero él mismo apenas tenía provisiones para 5 días y decidió organizar una retirada. Pensaba, quizás con razón, que podían esperar cerca de la costa a que la hambruna asolara las tropas de Menelik para recomenzar la misión el año siguiente (ellos tenían la posibilidad de abastecerse por mar). Pero tanto sus hombres como el alto mando italiano consideraron inaceptable la retirada e insistieron en la destrucción del ejército de Menelik, pues temían que un año le daría tiempo de organizar mejor la resistencia.
Así, Baratieri ordenó a sus soldados marchar el 29 de febrero de aquel año para encontrarse con las tropas de Menelik. Los etíopes los superaban en número de 5 o 6 a 1: Baratieri disponía casi 18.000 soldados, Menelik tenía entre 80 y 100 mil (la cifra exacta no está clara), pero a los italianos eso no los preocupaba pues así se habían luchado muchas guerras en África que habían terminado invariablemente con la victoria de los europeos. Pensaban que sencillamente repetirían la historia una vez más.
Mural etíope de la Batalla de Adwa
Pero Menelik estaba preparado. Dividió su ejército en varias secciones y guardó sus tropas de élite, los Shewa, para un contraataque definitivo. En total, contaba con unos 60 o 70 mil hombres armados con rifles (de los cuales 25.000 componían sus Shewa) y casi 20.000 armados con lanzas. Así mismo, contaba con más de 10.000 hombres montados.
La batalla estaba por comenzar. Pero de ella hablaremos en un próximo artículo.
Parte 2
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