Cultivos
Ya desde principios del siglo pasado los científicos comenzaron a entender la complejidad de la vida celular y a crear pequeños cultivos de células específicas. Conforme pasaba el tiempo, estos se convirtieron en tejidos y finalmente casi en órganos completos: recordemos, a finales de siglo, el caso de la oreja que se hizo crecer en la piel de una rata.
Conforme se comprendían los secretos del ADN y la química celular comenzó a ser posible la realización de cultivos más y más complejos, y eventualmente la conversión de un tipo de células en otro. Y así, hemos llegado al punto en el que se pueden crear cerebros en un laboratorio.
Cerebros en una jarra
Por supuesto, la noción de “cerebros en una jarra” es una metáfora: en verdad el cerebro se crea en un plato Petri cuidadosamente manejado.
Madeleine Lancaster, del Consejo de Investigación Médica (MRC por sus siglas en inglés) en Cambridge, es una de las investigadoras que más ha trabajado el proceso. En su laboratorio tiene varios centenares de pequeños cerebros, todos los cuales se obtuvieron a partir de células de la piel en un proceso que es más simple de lo que podría creerse.
Esencialmente, se puede tomar cualquier célula del cuerpo para posteriormente “activarla” (convertirla en una célula madre) usando un coctel proteico que puede devolver cualquier célula a un estado embrionario. Tras esto, la célula se deja sola, por sí misma, y ella comienza el proceso de reconstrucción del feto como si fuera un embrión recién fertilizado.
Eventualmente, tal y como ocurriría en un embrión normal, las células se comienzan a dividir y aparecen distintos tipos: cerebrales, vasculares, musculares, etc. Aquí es donde entra la investigadora, cortando de lleno el suplemento de nutrientes, lo que causa que todas las células excepto las cerebrales (que por alguna razón son anormalmente fuertes) perezcan.
De aquí en adelante simplemente se transfieren a una gelatina que imita el cráneo de un feto para que se sigan desarrollando normalmente mientras se les dan nutrientes suficientes para su desarrollo. Tres meses después se tiene un cerebro de 4 milímetros con unas dos millones de neuronas (la mitad que un ratón promedio). El cerebro muestra actividad: las neuronas envían señales de una parte a otra tal y como lo haría un cerebro norma, y hay diferenciación entre las áreas del mismo, con “materia gris” (celular) y “materia blanca” (lípidos) igual que en un cerebro humano.
Pequeños cerebros creciendo en un ambiente aséptico y lleno de nutrientes
Humanos y chimpancés
Tener un cerebro humano en estas condiciones es ideal para realizar todo tipo de experimentos, pero hay uno en particular que interesa a Lancaster: analizar la diferencia entre el cerebro de un chimpancé y el de un ser humano. Por esta razón, la investigadora ha comenzado a reemplazar genes individuales por otros que determinan el desarrollo del cerebro de uno de estos primates, para así ver el resultado final en su “cerebro” artificial y determinar qué genes benefician la inteligencia humana frente a la de los chimpancés.
Con el tiempo, la investigadora aspira a realizar el mismo experimento pero con células de chimpancé, creando eventualmente híbridos humano-chimpancé que le permitan ver las diferencias específicas de cada gen o grupo de genes.
Mientras ella se dedica a esto, otros científicos han usado sus cerebros en miniatura para descubrir, por ejemplo, las causas del autismo (al parecer, un desbalance entre dos tipos de neuronas). Y entretanto otros científicos están tratando de crear sistemas de irrigación artificial con sangre para permitir a los cerebros crecer aún más.
El problema de la consciencia
Es prácticamente un consenso que os cerebros de Lancaster no pueden “pensar”. Definir el pensamiento es extremadamente difícil, y lo es aún más en este escenario turbio, pero no cabe duda de que las señales eléctricas no están organizadas ni siquiera con la complejidad del cerebro de un ratón.
Sin embargo, los planes de construir cerebros más grandes podrían cruzar una línea diferente. Algunos científicos argumentan que un cerebro, por sí mismo, no es capaz de pensar, y que para hacerlo requiere sensores: órganos que le permitan detectar información del mundo exterior. Sin ella, sencillamente no funcionan.
Pero ¿qué pasaría si dicho cerebro comenzara a generar conexiones semejantes a las de un cerebro normal? ¿En qué punto podríamos darnos cuenta de que en verdad está pensando? Aislado del mundo, sin órganos que le permitan comunicarse, ¿serían el equivalente a prisioneros?
¿Y qué pasaría si eventualmente se le conectaran estos órganos?
Este pequeño cerebro no puede pensar. Pero ¿y si creamos uno que sí pueda?
Por otra parte, el estudio de estos cerebros permitiría avances gigantescos en la lucha contra enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer. La comprensión que esto nos brindaría de la mente humana y su funcionamiento es invaluable: las principales universidades del mundo, hace dos años (cuando se creó esta tecnología), consideraron este desarrollo un “salto cuántico” hacia delante en la investigación neurológica.
¿Qué deberíamos hacer? ¿Proteger los derechos de cerebros que no sabemos si serán conscientes? ¿O aceptarlo, en nombre de la medicina y el bienestar de la humanidad?
Bibligrafía:
- https://www.bbc.com/future/story/20161004-were-developing-brains-outside-of-the-body
- https://nypost.com/2017/04/27/scientists-grow-a-working-human-brain-in-a-lab/
- https://www.independent.co.uk/news/science/scientists-grow-almost-fully-formed-human-brain-in-a-lab-for-the-first-time-10461839.html
Imágenes: 1 y 2: bbc.com, 3: independent.co.uk