El accidente
Cuando andamos por las calles muy, muy raramente pensamos en la posibilidad de comernos a otra persona, pero cuando las circunstancias nos empujan a sobrevivir, el ser humano tiene que lograr sobrepasar sus tabúes y ayudarse de lo que tenga a la mano. Hemos observado casos de extrema sed en el Sahara que hace menester tomar los orines propios o los del camello, pero eso no tiene nada de horrible comparado con las malditas circunstancias que llevaron a la antropofagia a 14 sobrevivientes de uno de los accidentes de avión más doloroso en los años setentas.
Era un avión guiado por la Fuerza Aérea Uruguaya y se dirigían a Santiago, pero pasando por los Andes, el avión comenzó a tener fallas técnicas irrecuperables, sin contar el mal clima que hizo inclinar al avión lo suficiente como para estrellarse contra un lugar llamado “El glaciar de las lágrimas” a 3500 msnm.
En total de los 40 pasajeros y 5 tripulantes, muchos de ellos de un equipo de rugby profesional, tuvieron que afrontar el accidente contra la nieve. Primero, ondas de aire depositaron al avión en una turbulenta mezcla de neblina y luego se le fueron desprendieron las alas para caer como una bala sobre la montaña. Cerca al río Atuel en Mendoza, Argentina, cayó el avión sepultando a muchos de los que allí venían. Algunos perdieron extremidades y tuvieron muertes instantáneas, otros sobrevivieron unos días pero murieron por la gangrena o las amputaciones internas, pero dos docenas lograron sobrevivir.
El canibalismo
Las noticias no eran buenas; las provisiones se acabaron y un deshielo ocasionó una ventisca que rebotó el cielo y la montaña, haciendo que ríos de nieve cayeran sobre los trozos del fuselaje sepultando 16 días después de la tragedia a muchos otros, al final solo quedaron 14. La nieve ató no solamente la posibilidad de matar a muchos de los que quedaban, entre ellos al capitán de Rugby que dormía como muchos otros, sino dio las condiciones de sobrevivencia para los catorce bendecidos.
Ellos se resguardaron lejos del frío atroz que eliminaba a todo ser vivo que andara por las proximidades: fueron unos días definitivos pero capaces de darle a estos héroes la energía que necesitaban. No hablo del valor o la fuerza de seguir viviendo, pero sí de la macabra idea de comerse a sus amigos y otros. Los pasajeros tuvieron que atenuar el hambre con cortes de carne de los que antes estaban vivos.
No fue circunstancia única decidirse a este abominable arte de cocinar al prójimo producto del inmundo vicio de algunas gentes, fue la única solución para estar pegados a ese corto hilo que era la vida. Luego de que se recuperara el clima de la avalancha de la segunda noche trágica, los sobrevivientes lograron salir, buscaron más cuerpos y los dejaron en las provisiones. La carne se resguardaba muy bien con el hielo, por eso pocas bacterias podían ocasionar una infección comunal en los 14 muchachos que pudieron salir ilesos.
Uno de estos sobrevivientes, el joven doctor Roberto Canessa, tuvo que fabricar con los cueros de las sillas, algunas botas para los demás, aprovechó muchas de las cosas que habían al rede para fabricar trajes especiales para el insensible frío que atormentaba a los gauchos.
El día que se cansaron de seguir comiendo carne de muerto y ya extasiados de la posibilidad de no ser jamás encontrados, tuvieron que partir 4 para buscar ayuda. Salieron rumbo al sur, pero en vez de tomar un atajo hacia el oriente quisieron creer que estaban más cerca a Chile. Bajaron la cordillera hacia el lado izquierdo y se encontraron con caminos eternos, mientras que arriba seguía el desastroso festín con las reservas de alimento.
La búsqueda de algún otro
No había gente y los cuatro se estaban cansando de no encontrar nada. La carne llevada en las maletas se les estaba pudriendo y apresuraron el paso hacia la nada. Sólo eternas montañas circundaban los muchachos por días enteros, hasta que 72 días después de la caída del avión, los cuatro harapientos y miserables muchachos encontraron un río.
Al otro lado un tipo se preparaba un mate, mientras el fuerte río no dejaba escuchar nada más que a sí mismo. Volviendo la cabeza encontró un poco de prototipos de muchachos con maletas y gritando con fuerza pero sin lograr escucharse. Lanzó una piedra a esos tipos, pero no para alejarlos sino para que escribiesen en la hoja pegada a la roca lo que necesitaban.
Los sobrevivientes escribieron con un labial que estaban mal, eran los sobrevivientes de un vuelo que se había caído hace rato y quizá nadie los estaba buscando. Por ello, alarmado el señor que quién sabe qué hacía allá, llamó a la policía para que viera que pasaba con estos sujetos. Finalmente les creyeron y enviaron helicópteros y una red de rescate para recuperar a los caníbales de la montaña. Muchos de los que iban en pro del rescate no podían entender cómo habían sobrevivido pero se dieron de cara contra un avión blanco entre la montaña y pudieron auxiliar a los diez que quedaban.
Nando Parrado era otro de los que iba en ese avión de mala muerte, ayudando al equipo de rescate para encontrar los sobrevivientes. Cuando por fin llegaron, les mostró los restos de cadáveres que habían sido puestos en reserva de comida. También se encontraron con la desoladora y terrorífica imagen del piloto en su silla de mando y sin cabeza. Al final, fue la carne de los muertos la que sirvió para salvar a los vivos.
Fuente de imágenes: 1: enlacesuruguayos.com, 2: historiaybiografias.com, 3: monstres.galeon.com