Todos estamos condenados, tarde o temprano, a la muerte. La naturaleza, en su sabiduría, decidió que las cosas fueran así seguramente para que una nueva generación siempre pueda suceder a la anterior y la evolución, paso a paso, construya un mundo cada vez más eficiente. Al morir, de alguna manera volvemos al lugar del que procedemos: nuestros componentes se separan de nuevo y alimentamos una nueva generación de seres. Es el eterno retorno del ciclo de la vida.
Sin embargo, algunos organismos parecen desafiar esta inevitable ley del universo. Unos, de los que ya hemos hablado en este portal, parecieran rozar los bordes de la inmortalidad, mientras que otros vuelven y reaparecen en el proceso de reencarnación (de nuevo, un eterno retorno). Hoy hablaremos de un caso particular de este tipo: el de un cadáver que parece negarse a desaparecer.
El cadáver de Isleta Pueblo
Las iglesias católicas (Romana y Ortodoxa) mencionan en repetidas ocasiones el fenómeno de cuerpos que se niegan a descomponerse, en lo que se considera una intervención divina. Estos cadáveres, llamados incorruptibles, estarían protegidos por su santidad de la intervención de cualquier tipo de agente, y su permanencia en la tierra sería una prueba que los diferencia del resto de los mortales.
Uno de los casos más conocidos de este fenómeno proviene de la población estadounidense conocida como Isleta Pueblo. Hoy ubicada en Nuevo México, pertenecía al Imperio Español en 1613, cuando se construyó en su interior una Iglesia Misional: una de las más antiguas en quedar en pie en todos los Estados Unidos.
Hacia mediados del siglo XVIII un misionario llamado Fray Juan José de Padilla se encontraba a cargo de la capilla. El hombre fue atacado y apuñalado a muerte por un grupo de asaltantes, y en honor a su servicio fue enterrado junto al altar en 1756. Pasarían 19 años antes de que la población volviera a saber algo del Padre Padilla.
La reaparición del sacerdore
Durante una misa, casi 20 años después del incidente, el suelo de la Iglesia, así como el altar mismo, comenzaron a temblar y a estremecerse al tiempo que horribles sonidos brotaban del suelo. Los aterrados espectadores fueron entonces testigos de la ruptura del suelo de la iglesia y la aparición del cuerpo del padre en medio de la Misa.
Los testigos quedaron anonadados. Tras 19 años era como si el tiempo se hubiera detenido para el padre. Su cadáver se encontraba tal y como lo habían enterrado: su piel se veía humectada e incluso se dijo que estaba caliente al tacto. Incluso, el sacerdote había aparecido con las mismas ropas con que lo habían enterrado, las cuales no mostraban ningún desgaste.
Los clérigos de la iglesia consideraron que su reaparición se debía a la indignación del hombre por no haber sido enterrado de manera adecuada, y decidieron ponerle la vestimenta franciscana y realizar un nuevo funeral de acuerdo con los ritos de la Orden. Sin embargo, la ceremonia no tuvo el efecto esperado.
En 1819, el ataúd del Padre se volvió a abrir. Pese a que habían pasado 44 años desde la ceremonia, su cadáver aún se encontraba en perfectas condiciones. Ninguna de las personas encontró una explicación al fenómeno, y al final el cuerpo del padre terminó por ponerse en exhibición en la iglesia. De acuerdo con quienes lo vieron, parecía estar tomando una siesta.
Las autoridades de la Iglesia, una vez enteradas del asunto, no tuvieron duda alguna: se trataba de un cuerpo incorruptible. No solo se debía a la permanencia en el tiempo del padre, sino al olor que emanaba de su cuerpo que según los testigos no se asemejaba en nada al de un cuerpo putrefacto. Olía a tierra fresca, húmeda.
Pronto, el cadáver se convirtió en una especie de celebridad regional y comenzó a ser tratado como un santo. Las personas cortaban los hilos de las prendas del Padre, convencidas de que curaban las dolencias y las enfermedades. Su tumba llegó a convertirse en un centro de peregrinación.
Eventualmente – por razones desconocidas – el padre volvió a ser enterrado en el suelo de la Iglesia. De acuerdo con un testimonio de finales del siglo XIX, los golpeteos en el suelo de la iglesia se convirtieron en algo común, y parecía que el padre quisiera decir algo a sus fieles congregados allí. Sin embargo, cuando el padre franciscano Anton Docher decidió ver qué se ocultaba bajo el suelo, sufrió una herida que se gangrenó rápidamente. El padre tuvo que rezar a su predecesor, para ver entonces cómo la herida sanaba rápidamente.
En 1960 el suelo de la iglesia se cementó por primera vez, lo que terminó para siempre con la insistencia del padre Juan José de Padilla.
La naturaleza de un cadáver incorruptible
De acuerdo con la Iglesia, cuando un cuerpo se guarda pensando en su preservación (como una momia), no puede considerarse incorruptible. Es sólo cuando permanece en el tiempo sin que haya explicación alguna, evitando la podredumbre y brindando un olor agradable, que puede considerarse como un verdadero milagro divino.
En la actualidad existen unos pocos cuerpos de santos incorruptibles, pero en general el fenómeno es poco conocido y no ha sido estudiado. Es por esto que no podemos saber, en verdad, qué sucedió con el padre Juan José de Padilla. Quizás bajo el suelo de la iglesia su cuerpo permanece, incólume ante las incesantes fuerzas del tiempo.
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