Definitivamente, comer es uno de los placeres más amados por el ser humano. Algunas personas llegan al punto de amar tanto la comida, que generan una adicción grande y serios problemas de salud y psicológicos. Y aunque parezca algo no tan grave, podría llegar a la misma muerte, como “el hombre que comió hasta morir”.
Lo que tenía de bonachón, lo tenía de comelón
La gula, comúnmente es conocida como el exceso de comer. Se le considera como uno de los siete pecados capitales y aparte de que podría conducir el alma a un estado infrahumano, también lo hace con el cuerpo. Un claro ejemplo del o peligroso que puede ser ingerir alimentos sin consideración alguna, sólo por el placer que produce, es el del rey Adolfo Federico, quien gobernó en el siglo XVIII en Suecia y un día, en el año 1771, falleció por haberse propinado tamaña comilona.
En aquel entonces, el monarca contaba con 61 años de edad y una noche, cuando ya había disfrutado de una suculenta cena de caviar, langosta, un plato rebosante de sopa, chucrut, carne de ciervo ahumado y cerca de 15 deliciosos postres, acompañado todo por abundante champaña, sintió que iba a reventar y pereció de un paro cardio-respiratorio fulminante.
El rey Adolfo Federico, en su vida fue uno de los monarcas más odiados de Suecia. Nació del matrimonio de los reyes “Albertina Federica de Baden-Durlach”, con «Cristian Augusto de Holstein-Gottorp”. No lo querían porque su carácter era muy débil y vulnerable, por lo cual, los diferentes bandos políticos lo manipulaban con facilidad y hasta es recordado como uno de los “reyes más débiles de Suecia”.
El mismo parlamento de su nación, lo desacreditaba e imponía leyes aún en contra de la voluntad del alto jerarca. Pero este hombre a diferencia de otros reyes, era muy dado a ser amable con todos los sirvientes, amaba el arte y era muy dedicado a su familia. Fue uno de los primeros en defender la “libertad de prensa”, pero su mayor debilidad era sin duda, los placeres de la gula.
Los mayores placeres de su vida eran comer y dormir
Sus platillos favoritos eran la carne de varios animales, el buen vino, así como los postres de todas las variedades. Después de sus exageradas comilonas, le gustaba dormir mucho, para luego levantarse y comer otro poco. Aprovechaba que era el rey y todo cuanto pidiese, sus cocineros especializados estaban dispuestos a satisfacerle todos sus antojos.
Después de aquel último banquete que se dio, inevitablemente comenzó a sentirse muy mal y mandó llamar al médico de cabecera. Poco podía hacer el galeno, puesto que el rey estaba muy gordo y se le dificultaba mucho respirar. Estaba agonizando de manera literal y fueron largas las horas de sufrimiento hasta que falleció. El trono fue reclamado por su hijo, quien realizó un golpe de estado y se auto proclamó como Gustavo III.
Pero a pesar de haber sido uno de los monarcas más bonachones y gentiles, en Suecia siempre se le recordará más, por haber sido el “rey que murió comiendo”.
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