Supervivientes de la tragedia
Cuando las primeras oleadas de la avalancha golpearon Armero, cogieron a todo el mundo prácticamente desprevenido. Pese a las constantes advertencias de la Defensa Civil y los debates que el representante a la Cámara Hernando Arango Monedero había dirigido advirtiendo de la inevitable tragedia, el gobierno no organizó a tiempo un operativo de evacuación que hubiera salvado más de 20.000 vidas. Y esta información que rondaba las altas esferas del país, llegó a relativamente pocas personas en las poblaciones realmente afectadas.
Por esta razón, el impacto fue total. Muchos habrán muerto segundos o minutos después de haber despertado súbitamente tras el golpe de la gigantesca avalancha. Otros, que sobrevivieron a este primer impacto, tenían por delante el momento más duro de sus vidas.
A ellos dedicamos este capítulo.
La magnitud de la catástrofe
Leopoldo Guevara, Director de la Defensa Civil de Venadillo (municipio cercano a Armero) fue el primero en sobrevolar el siniestro gracias a la suerte de encontrarse junto al piloto Fernando Rivera. Fueron ellos los que dejaron en la radio aquel dramático mensaje del que hablamos el episodio pasado y que por primera vez puso al país frente a la magnitud de la tragedia. En aquel momento: temprano en la mañana del 14 de noviembre de 1985, todos pensaban que era una exageración.
El mismo Leopoldo recuerda haberse comunicado a las 6:10 con el entonces secretario de la presidencia Víctor G. Ricardo, quien no terminaba por creer sus palabras. El General Guillermo de la Cruz, quien también conversó con el voluntario, lo puso al teléfono con el Presidente Belisario Betancur, quien sencillamente le dijo “estás exagerando” y colgó. No fue hasta unas horas más tarde, cuando el Presidente mismo sobrevoló la zona en un helicóptero de la Fuerza Aérea, que Colombia entendió la magnitud de la catástrofe.
Se cuenta que el mandatario mismo se echó a llorar al grito de “¿Ahora sí me cree, señor Presidente?”, lanzado por Leopoldo que ya se encontraba en la zona organizando el operativo de rescate tras la catástrofe. Pronto dio indicaciones de auxiliar a unos niños que estaban medio sumergidos en el lodo, llorando y llamando a su madre.
Pero esto era solo el comienzo de la catástrofe.
Los supervivientes
Muchas personas quedaron atrapadas en el lodo, o entre los escombros, pero seguían con vida. Algunas incluso tenían la cabeza fuera del agua, lo que las ponía en la privilegiada situación de pedir ayuda.
La imagen de Omaira Sánchez que le dio la vuelta al mundo
En cualquier caso, los cuerpos de rescate no la tenían nada fácil. La carretera y varios puentes de acceso al municipio habían sido completamente destruidos y la capa de barro, de casi 5 metros de altura, impedía recorrer el municipio sin correr el riesgo de quedar atrapado.
Quienes pasaron aquella noche en las cercanías, indemnes, cuentan del suave clamor de miles de voces dolientes que pedían ayuda en medio de la noche. Muchas de estas voces se habían acallado en la mañana, pero muchas vivieron para ver el alba y ser rescatadas.
El dolor que pasaron estas personas no tiene nombre. En total se rescataron menos de 4.000 personas mientras que los muertos superaban los 20.000. Los equipos de rescate duraron una semana buscando activamente cualquier rastro de vida con la esperanza de salvar una persona más, pero 7 días después del siniestro sus esfuerzos comenzaron a mermar. No quedaba ya esperanza alguna.
Pero más que nadie, fue Omaira Sánchez (y la tragedia que cargó a cuestas) quien se convirtió en el verdadero símbolo de la catástrofe.
El Viacrucis de Omaira
Cuando la encontraron, casi dos días después de la primera salida del sol, Omaira Sánchez estaba atrapada en los cimientos de la casa en la que alguna vez había sido suya. Los rescatistas pronto comenzaron a darse cuenta de que sacarla no iba a ser tarea fácil: sus piernas estaban enredadas en los cimientos de la casa.
Fue Frank Fournier, un fotógrafo francés, quien inmortalizó la situación de Omaira cuyos profundos ojos negros conmovieron a mundo entero. La joven de apenas 13 años se encontraba completamente bajo el lodo: únicamente su rostro había quedado en la superficie. Sin embargo, se mostraba calmada:
“Váyanse a descansar un rato y después me sacan”
Esto fue lo que dijo Omaira tras algunas horas en las que los socorristas, pese a sus esfuerzos, fueron incapaces de liberarla.
Los socorristas dando algo de alivio a la pequeña
De manera un tanto dramática, había sido la familia de Omaira la que, de un modo u otro, le había salivado la vida. La pequeña se encontraba parada sobre la cabeza de su tía, quien evidentemente no había sobrevivido al siniestro. Según cuentan quienes pasaron 3 días completos esforzándose en sacarla de allí, se veía tranquila, calmada, y pedía a su mamá que rezara por ella “para que todo salga bien”.
Pero hora tras hora los socorristas se daban cuenta de que la situación no era nada sencilla. Las piernas de la niña, enterradas bajo los escombros, no podían ser liberadas debido al lodo: la solución era retirarlo con una motobomba, pero cuando esta llegó, la madrugada del tercer día, la situación ya se había tornado crítica. El lodo era evacuado demasiado despacio mientras la pequeña, poco a poco, se debilitaba. Con el agua ya por las rodillas, a eso de las 10 de la mañana, todo terminaba.
Tres días después del comienzo de la operación los ojos de Omaira se cerraban para siempre. Mauricio Sarmiento, el médico que estaba encargado de esta operación, no pudo contener el llanto.
“No es justo, Dios, no es justo. Después que luchamos tanto y ella aguantó”
Omaira se convirtió en el símbolo de la tragedia: sus ojos se volvieron los ojos en los que se reflejó la muerte que se cernió sobre Armero. En su persona se condensan más de 20.000 historias de tragedia, de dolor, de sufrimiento. Se condensa la desaparición de un pueblo.
Hoy no podemos más que recordar a los habitantes de Armero y preguntarnos si el día que el volcán dormido vuelva a despertar estaremos mejor preparados.
Parte 1
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