David Carrier
El maravilloso pulgar oponible
Una de las razones por las que el ser humano ha logrado dominar tan magistralmente las fuerzas de la naturaleza y ha sido capaz de construir una compleja civilización y de apoderarse del mundo es la existencia de su pulgar oponible. Esta maravilla de la evolución está presente únicamente en los seres humanos (aunque se sabe que también existió en muchos de sus antepasados y parientes cercanos hoy extintos) y se caracteriza por ser capaz de juntar las yemas con todos los demás dedos de la mano. Incluso los grandes simios presentan dedos demasiado largos para cerrarse en la palma y por lo tanto no pueden agarrar cosas usando el pulgar, o no al menos con la precisión de los seres humanos.
En estas páginas hemos hablando un poco de la naturaleza y las posibilidades de la Paz tanto en términos biológicos (con respecto al caso de los Bonobos) como en términos históricos (con el caso de la enigmática Creta Micénica). En esta ocasión el argumento será algo diferente y se concentrará en la posibilidad de que sea la violencia la razón de ser de nuestra inteligencia.
Esta imagen ilustra la imposibilidad de cerrar el puño para los chimpancés
Veamos. Dos componentes fundamentales estuvieron en la base del surgimiento de las habilidades cognoscitivas humanas: el lenguaje (que requirió un cerebro más potente para poder procesarlo y generarlo a cabalidad) y el pulgar oponible (que, análogamente, requirió mayores habilidades para manipular delicadamente objetos y aprender a realizarlos). Hasta el momento, siempre se asumió que su desarrollo había estado vinculado con el uso de herramientas, y por lo tanto que había sido consecuencia, más que causa, del desarrollo natural de la inteligencia del hombre. Sin embargo, recientemente un científico llamado David Carrier asegura que el pulgar fue un invento desarrollado para permitirnos golpear con más fuerza.
Los argumentos de Carrier
Cuando los seres humanos bajaron de los árboles se hizo menos necesario tener manos fuertes capaces de sostener todo el peso del cuerpo en una rama. Por esta razón, las manos comenzaron a evolucionar en una dirección que facilitara las necesidades más apremiantes de la nueva vida de nuestros antepasados.
De acuerdo con Carrier estas necesidades estaban lejos de ser la manipulación de herramientas y la creación de habilidades motrices. No, se trataba de algo mucho más simple: de defender la supremacía en el grupo social, de convertirse en el macho alfa.
Los golpes con la mano abierta pueden ser efectivos, pero tienen un bajo potencial de daño. El pulgar comenzó entonces a especializarse en encogerse en la muñeca para permitir un puño más cerrado y un impacto más directo. Los demás dedos habrían tomado caminos semejantes.
De acuerdo con el análisis de Carrier, los atletas fueron capaces de duplicar el daño de un puño con respecto a la mano abierta o a alternativas que podrían usar otras especies de primates y de grandes simios. Y es que, en efecto, los puños son un monopolio de los seres humanos.
Los tres golpes estudiados
Aunque ha sido recibida con algo de escepticismo, la teoría de David Carrier parece resolver dos cuestiones que hasta el momento seguían en la duda. La primera se refiere a la naturaleza de nuestras manos: si se trataba de manipular herramientas muchos diseños hubieran sido igual o más eficientes que el que hoy presentamos. Incluso las manos de los chimpancés podrían ser tan evolucionadas como las nuestras en términos de capacidad de manipulación de objetos. Sin embargo, sólo nuestras manos son capaces de formar un puño… por lo que esta podría ser la verdadera razón de su forma.
La segunda se refiere a la eterna característica de los hombres con más testosterona: un dedo anular más largo que el dedo índice. Si bien no tiene sentido en términos de manipulación de objetos, dicha característica permite dar aún más potencia al puño, indicando que tendría una razón evolutiva: los machos dominantes serían los más fuertes. Carrier incluso considera que los rostros de los primeros homínidos eran anchos y gruesos para resistir estos golpes y que no fue hasta tiempos recientes que comenzaron a hacerse más finos.
La teoría resulta extremadamente interesante. De tomar fuerza podría indicar que somos hijos de la violencia y que nuestra inteligencia es en realidad un subproducto del conflicto. Algo que, por lo demás, nos permitiría comprender el porqué de nuestra naturaleza violenta.
Fuente de imágenes: 1: unews.utah.edu, 2: andywhiteanthropology.com, 3: i.livescience.com