Auschwitz y el horror humano
La Segunda Guerra Mundial fue testigo de muchos de los peores horrores que había visto la humanidad. Desde las remotas regiones de China y el horrible trato de los invasores japoneses a los civiles de los territorios ocupados hasta el este de Europa, pasando, claro, por la helada Siberia y las víctimas de la paranoia estalinista, fue una época de horror generalizado y de destrucción de aquello que llamamos lo humano, la humanidad.
Uno de los lugares más tétricos fue Auschwitz, que junto con otros campos de concentración concentraban la población que los nazis consideraban no era digna de Alemania… o de la vida misma. Desde gitanos hasta negros, pasando por alemanes disidentes y con la universal impronta de los judíos, los campos de concentración eran un lugar en el que se vivía el verdadero horror de la guerra, incluso sin estar en ella.
La historia de Irma Grese, apodada “La Bella Bestia” o “El Ángel de la Muerte”, es un epíteto al horror y la crueldad de aquellos tiempos. Veamos un poco de ella:
La juventud de Irma
Según se cuenta, Irma Grese era una joven muy bella. Nació en una familia humilde: su padre era un nazi disidente y trabajaba como lechero, y su madre, de la que no se sabe mucho, se suicidó en 1936. Se cuenta que la joven no destacaba en sus estudios pero era una fanática seguidora de Hitler y de las SS: se retiró de la escuela a los 15 años y sin el aval de su padre se presentó a los 18 como voluntaria de la Liga de la Juventud Alemana. Cuando éste la arrojó de la casa, ella lo denunció e hizo que lo encarcelaran. Corría entonces el año de 1942.
En las Juventudes Alemanas ascendió rápidamente y pronto se convirtió en una miembro de las SS. En 1943 entró como Guarda Femenina en el dicho campo de concentración, y su voluntad y fanatismo hacia el ideario nazi pronto la ascendieron a Supervisora, el segundo cargo más alto después de María Mandel. Unos 30.000 reclusos, mayormente judíos, quedaron bajo el dominio de la mujer.
La supervisora del campo
En la memoria de las prisioneras Grese destacaba, además de su crueldad, por su belleza y pulcritud:
“Irma Grese se adelantaba hacia las prisioneras con su andar ondulante y sus caderas en movimiento. Los ojos de las cuarenta mil desventuradas mujeres, mudas e inmóviles, se clavaban en ella. Era de estatura mediana, estaba elegantemente ataviada y tenía el cabello impecablemente arreglado… Sacudía fustazos adonde se le antojaba, y a nosotras no nos tocaba más que aguantar lo mejor que pudiésemos. Nuestras contorsiones de dolor y la sangre que derramábamos la hacían sonreír. ¡Qué dentadura más impecable tenía! ¡Sus dientes parecían perlas!”
Pero ante todo era recordada por su crueldad. Según se dice, no consideraba a los prisioneros como tal, sino como “presas”, las cuales seleccionaba y sometía a incontables abusos y torturas. Suele decirse que elegía a sus víctimas de entre las más bonitas del campo, entre aquellas a las que el hambre no les hubiese hecho perder toda su figura, o que mostraran en sus rasgos algo de la belleza que alguna vez tuvieron. Las razones detrás de esta selectiva búsqueda no se conocen.
Grese tenía dos perros, que según se cuenta mantenía en estado permanente de hambre. De vez en cuando los llevaba con ella y les ordenaba que atacaran a una de las prisioneras: entonces se deleitaba oyendo los gritos de la desafortunada víctima y viendo como los dientes de los canes le perforaban la piel. También se dice que mataba sus víctimas con un tiro en el pecho, de frente, a sangre fría. Se habla de algunos abusos sexuales, y de involucrar prisioneras en orgías que realizaba con otros miembros de la SS, aunque sobre esto encontré poca información. Pero si algo caracterizó a la Supervisora fue, sin duda alguna el látigo que siempre llevaba con ella.
Se trataba de un látigo trenzado, algunos dicen que de cuero, que la mujer llevaba junto con su pistola. Se cuentan por cientos las muertes de mujeres a manos del látigo de Grese, quien literalmente las fustigaba hasta que se desmayaban del dolor o se desangraban frente a sus ojos. En ocasiones, sus métodos eran algo más… lentos.
Uno de los placeres favoritos de la mujer era azotar con el látigo los senos de mujeres… dotadas, por decirlo de alguna manera, para luego ver cómo las heridas se les infectaban y se veían obligados a amputarles los senos. De acuerdo con Gisella Perl, una ginecóloga que también estuvo en el campo, esto le producía bastante excitación.
Y para terminar, Grese tuvo a su lado una niña española de 13 años que convirtió en su esclava personal. Se dice que la pequeña le servía en todo lo que hacía y se veía obligada a cumplirle todos sus caprichos, incluso algunos de índole sexual.
El rostro de la muerte
Poco tenía que ver la joven de 15 años con la mujer de 22 que ahora aparecía ante los aliados. Su rostro demacrado parecía mostrar los horribles tratos a los que sometió a sus víctimas: es como si la vida hubiese sido despojada de sus facciones, como si ellas reflejaran su condición.
Al ser condenada a muerte no musitó más que la palabra “Rápido”. Quería terminarlo todo: su sueño (la pesadilla de tantos) por fin había finalizado.
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