Antes de desaparecer la poderosa industria harinera del país, a causa del TLC con Canadá, de donde nos importan gran cantidad de trigo transgénico, existían imponentes y prominentes molinos. Uno de ellos era el Molino Tundama, en la ciudad de Duitama.
De esta magna construcción, que comenzó a erigirse en el año 1911, por la Compañía Molinera del Tundama, hoy solo se aprecian unas ruinas tenebrosas y un panorama desolador. Pero en aquel entonces, en la primera mitad del siglo XX, cuando Duitama se fortalecía como una región eminentemente agrícola y se consolidó esta gran empresa molinera, la edificación simbolizaba un punto importante en el desarrollo de la economía local.
De esta industria harinera, surgió una particular forma de transportar el producto de molienda: “a lomo de mula”, hacia las distintas partes del país. Entonces, para tal efecto, se construyeron caminos de piedra por los cuales transitaban carruajes tirados por bueyes o equinos. Pero no sólo se consolidaba un crecimiento en la industria duitamense, sino a la par, nació el próspero negocio del transporte, generador de empleo y considerables ganancias, que hasta hoy permanece en auge.
Sus pisos y techos de ladrillo y madera, en estos instantes se caen a pedazos y con el tiempo se han ido desmoronando, al igual que los vidrios de las ventanas. Por eso, al ingresar al recinto es toda una aventura llena de adrenalina, pues grandes grietas y orificios se han abierto en el suelo podrido de sus diferentes plantas y resulta casi imposible recorrer sus pasadizos y salones.
Algunos muebles como escritorios, mesitas y estantes reposan allí durante décadas. Los pisos más altos son inaccesibles, ya que las escaleras de madera vencida se han quebrado. Sólo ratones, ratas, insectos, palomas, ecos y recuerdos de antaño viven en estas sombrías ruinas. También, se pueden observar algunos letreros que indican: “queda terminantemente prohibido fumar, hacer uso de fósforos, reverberos y braseros dentro de los edificios del molino, depósitos y almacenes”.
El Molino Tundama duró cerca de 13 años en ser completamente cimentado, porque en aquella época, pocas personas se dedicaban a la mano de obra profesional en el departamento. De tal forma que las máquinas, cuyo funcionamiento era a base de carbón, iniciaron labores en 1924 con 21 operarios.
16 años más tarde, tales artefactos fueron modificados por maquinaria a gasolina y brillaba con todo su esplendor la empresa molinera en Boyacá, convirtiéndose en una potencia en la implementación de nuevas tecnologías y en la generación de empleo, pues centenares de duitamenses trabajaban en la fábrica y en los otros dos molinos que se abrieron en la mitad del siglo pasado: El Cóndor y El sol.
Aproximadamente, más de medio millar de cargas de harina se comercializaban a diario. Pero similarmente a los días actuales, las “buenas políticas agropecuarias” amenazaban a los industriales y trabajadores boyacenses. Así fue como importaciones extranjeras de trigo y cebada, acabaron con los gigantescos cultivos y la poderosa industria que escalaba a pasos agigantados, gracias a que como ahora, el gobierno facilitó el ingreso de los mismos productos que producimos, mientras nuestras cosechas mueren. Se volvió más barato comprar que producir. Las mismas medidas que se adoptan en el m.
Todo esto generó un revolcón interno dentro de la Compañía Molinera del Tundama, que luego de 54 años de arduo emprendimiento, tuvo que apagar motores y cerrar sus puertas en 1978. Sin embargo, las instalaciones eran demasiado apetecibles para algunos inversionistas como la Industria Harinera del Valle, quienes compraron los predios y continuaron con la fabricación de harina, pero en una cantidad muy reducida. Únicamente resistieron nueve duros años y el molino volvió a fracasar.
En vista de lo ocurrido, aquellos inversionistas decidieron demoler el molino con el fin de crear planes de vivienda. Pero debido a la oportuna intervención del Concejo Municipal, se impidió su destrucción física, al declararlo bien de interés histórico y cultural del municipio de Duitama.
Ese fue el triste final del impetuoso Molino Tundama, una empresa que pudo seguir posicionando a La Perla del departamento como una potencia industrial, que producía y transformaba nuestro propio grano y nuestro propio pan, pero ahora nos hemos convertido en meros consumidores, importando lo que podríamos producir.