Los traileros y viejos camioneros, al recorrer numerosos caminos y carreteras por todo México, conocen muy bien cosas extrañas que suceden en la noche y en ciertos sitios.
La siguiente, es la historia de las tenebrosas entidades del viejo tren fantasma:
Uno de ellos es Martín González, conductor de una Kenworth que viaja desde Laredo, pasando por Manclova y Monterrey. En una de sus rutas, tuvo que enfrentarse al momento más espeluznante de su vida y confirmar que efectivamente, “nunca estamos solos”.
Las cosas que se ven de noche en carretera
Este conductor de tráiler lleva cerca de tres décadas desempeñándose en este oficio de transportador. Casi siempre cubre la ruta de carga de mercancía desde Laredo, Colombia, hasta la ciudad de Monterrey. Dice que siempre dudaba de que existieran los seres del más allá o algo similar, pero inevitablemente, en una de esas noches escalofriantes y oscuras de sus viajes, le cambió la forma de pensar por completo.
El centro protagonista de esta historia es en el poblado de Candela, por la vía que conduce a Monclova. Eran las 7 de la noche del domingo 25 de marzo de 2018 y apenas se daba el atardecer. Allí se encontró con otro conductor amigo, que estaba esperando comenzar su ruta al día siguiente. Él se subió al tráiler y cuando iban pasando cerca de la vieja estación de trenes, se pusieron a platicar acerca de los cuentos que se escuchaban sobre ese tenebroso lugar.
Se dice que ahí se aparecen en las noches, toda clase de espantos y cosas extrañas sacan corriendo a todas las personas que se hallen en los alrededores. Martín solo se reía de lo que le contaba su amigo conductor, quien narraba todo con una seguridad impresionante. Al notar la burla de González, su amigo le propuso que si era tan valiente y no pasaba nada, entonces que entraran a esa hora a las ruinas de la vieja estación de tren.
Ya el sol se había ocultado y los fenómenos raros no demoraron. En el horizonte se divisaban unas luces inexplicables y aparte de los sonidos bulliciosos de las cigarras y los grillos, parecían oírse unos ecos fantasmales en el viento, que soplaba con fuerza. La entrada estaba derruida por los años y los rostros de ambos ya reflejaban el temor.
González se hacía el fuerte y se refugiaba en las bromas y burlas que hacía de su amigo asustado. Llevaban unas lámparas potentes, pues son indispensables en carretera. Podían iluminar los tétricos pasadizos de esa abandonada estación. El ambiente era fétido, por el intenso olor a viejo, a polvo y se sentía un calor seco agobiante. En un momento, se hallaron en una zona en la que en el piso se veían huesos animales y aves momificadas. No podían explicarse qué hacían estas cosas allí.
Cuando ya no soportaron el calor y los olores, sintieron una intensa ansiedad y angustia por querer salir y así lo hicieron. Afuera se percataron de que estaban lavados en sudor y de repente se escuchó un murmullo de ultratumba que salía del interior de la construcción, una voz penetrante que susurró “oigan”. González quedó ahora sí impactado y creía que había alguien allí dentro, pero no se atrevía a volver a entrar.
Fenómenos inexplicables
Nunca imaginaron que la cosa se pondría peor, al verse sorprendidos por una enigmática bola de fuego que se veía en la mitad de la carretera. No hallaban ninguna razón lógica para lo que veían sus ojos. Quedaron inmóviles, pensativos, en shock… en unos cuantos segundos desapareció. No saben cuánto tiempo duraron petrificados mirando perdidamente en la oscuridad. Cuando reaccionaron les tomó esfuerzo llegar al tráiler.
Pero en ese preciso instante, el viento arreció y movía con gran fuerza los arboles que rodeaban la estación. En esas ventiscas en las que ya habían percibido voces misteriosas, ahora eran mucho más claras pero esta vez no eran voces, sino el ruido metálico y estruendoso que produce un tren en marcha, con el rechinar del ferrocarril. De inmediato lo asociaron a la antigua leyenda del tren fantasma. Se escuchaba nítidamente el rugir de la locomotora. Ya no tenían duda alguna de que estaban frente a algo fuera de este mundo.
Ya dentro del tráiler y cuando el miedo permitió a González arrancar, huyeron despavoridos de aquel tenebroso lugar. Pararon en la estación de servicio en la entrada del pueblo de Candela. Querían reducir ese estado nervioso tan intenso en el que quedaron inmersos. Ambos manifiestan que fue muy complejo tratar de asimilar lo que habían experimentado. Las sensaciones tan indescriptibles y que solo ellos vivieron en sus carnes.
Dedujeron que las luces que veían en el horizonte y los ruidos en el aire, eran de aquel espectro del que los lugareños tanto hablan. Curiosamente, ya son varios los traileros y habitantes de esa región mexicana, que afirman haber vivido escenas sobrenaturales de este tipo. Ahora prefieren no pasar por ese sector en horas de la noche. Varios investigadores de fenómenos paranormales han ido para confirmar que hay unas raras entidades en esas ruinas que sirvieron alguna vez, como estación del tren.
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