La ciencia ha descubierto que cada emoción, activa la producción de unos neurotransmisores llamados neuropéptidos, que establecen la conexión entre el cuerpo y la mente, causales de la generación de unas sustancias químicas determinadas, dependiendo del tipo de emoción, las cuales afectan directamente a ciertas partes del organismo. Por ejemplo, la doctora Candace Pert, en su obra intitulada “Molecules of Emotion: The Science Behind Mind-Body Medicine”, describe el proceso de cómo la ira ocasiona una secreción interna de una sustancia denominada “pueril”, misma que desarrolla las células cancerígenas, acaba con los intestinos, el hígado, los glóbulos rojos de la sangre y otros problemas serios de salud. En esta oportunidad veremos “Lo que le pasa al cuerpo cuando tenemos miedo”.
El veneno del temor
Dentro del terreno psicológico, el miedo es una de las causas principales de la ira, por lo que, si la ira es algo sumamente perjudicial para el cuerpo humano, no menos es el temor. Teniendo como base que todos los sentimientos se transforman en químicos naturales, beneficiosos o dañinos, las cuestiones psicológicas dejan de pertenecer a un segundo o tercer plano de la vida, para convertirse en el primero, ya que antes se mantenía la distancia entre psiquis y salud física.
El miedo no sólo es causal de la ira, sino de terribles preocupaciones, que a su vez, van generando toda clase de enfermedades y dolores. Un investigador del “Research Institute of Molecular Pathology”, llamado Wulf Haubensak, afirma que el temor es el peor estado en el que una persona pudiera adentrarse, aunque sabiamente empleado, cumple con su propósito natural que es la supervivencia.
Síntomas corporales del miedo
El cuerpo reacciona al instante, con cada célula. Específicamente, el miedo genera unos procesos en el organismo muy notorios como la sudoración, puesto que se transmiten impulsos nerviosos a través de sistema en general, en función del instinto de supervivencia, ocasionando a la vez taquicardia y una respiración agitada, la señal de que el cuerpo está listo para salir huyendo de las situaciones peligrosas, cargándose de la energía y fuerza suficientes para correr a toda velocidad o disponerse a la lucha.
La definición que la Real Academia Española ha propuesto para el término “miedo”, es: “sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario”. Algunos estudios en materia se han percatado de que el ser humano nace con dos miedos instintivos: el temor a caerse y el miedo a los ruidos estruendosos, de ahí en adelante, la información que se va captando en los diversos acontecimientos y lugares, van formando los diferentes miedos que a su vez, modifican todos los procesos del organismo y de la vida.
El cerebro posee la habilidad de generar ciertas reacciones y pensamientos, pero en el caso preciso del miedo, la acción muchas veces precede a pensamiento, de manera instintiva y autónoma. Todo ese mecanismo psicofísico se presenta en la región del hipotálamo, en la amígdala y el hipocampo. Esto en cuanto situaciones inmediatas, como escuchar un ruido fuerte en casa cuando se está solo y no se espera a nadie, un intenso temblor de tierra, etc. En esos instantes, los pulmones se llenan de todo el oxígeno posible cada vez que se inhala, al mismo tiempo que se desactiva todo el funcionamiento del aparato digestivo, con el propósito de preservar la energía que requiere el cuerpo para afrontar esa escena de peligro.
En consecuencia, el hipotálamo activa el sistema nervioso simpático, provocando una reacción en cadena, emitiendo grandes cantidades de adrenalina, por lo que las pupilas se dilatan, los reflejos se aumentan, la boca se reseca, aumenta la presión arterial, los latidos se aceleran, los niveles de glucosa se desbordan, el sistema circulatorio incrementa la velocidad, se contraen los vasos capilares y “la piel se pone de gallina”.
Esa sensación de adrenalina es incluso más adictiva que muchas drogas, por eso encontramos amantes del peligro y los deportes extremos, así como del cine de terror y suspenso. Los estudios más recientes del psicoanálisis relacionan la sensación de intensa adrenalina, con la excitación sexual. Esto en el caso de las personas que han podido interpretar esas reacciones del organismo en circunstancias riesgosas, como algo divertido; pero hay quienes no lo perciben de ese modo, ocasionando una parálisis y un estado de shock intenso, que bien pudiera conllevar a un infarto o paro cardio respiratorio, entre otras cosas.
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