Los suicidas que nunca se quitaron la vida

Los suicidas que nunca se quitaron la vida

Un lugar misterioso

Ubicado a 30 kilómetros de la ciudad de Bogotá, en Colombia, se encuentra el Salto Tequendama, una caída de agua de 157 metros, famoso por ser durante la primera mitad del siglo XX el escenario donde decenas de personas decidieron poner fin a sus días.
 No se sabe con certeza cuántas personas saltaron al lago de los muertos, para acabar con su vida. Pues los suicidios ocurrían tanto en privado, muy temprano en la mañana o muy tarde en la noche, como en público.
Los amores imposibles encabezaron la lista de las razones.
Decenas de parejas saltaron juntos; otros se arrojaron para seguir a su amado en medio de la sorpresa del suicidio de éste; y otros más iban a poner punto final a sus decepciones sentimentales.
Así, que según cuentan los cronistas, este punto a las afueras de la capital de este país latinoamericano tornó a ser el trágico lugar de desenlace de las historias de amor tormentosas.
Los suicidas que nunca se quitaron la vidaImagen de los años 40, de un paseo familiar al Salto Tequendama
Sin embargo, no todos los suicidas llegaron a morir. Es decir, no todos los suicidas del Salto Tequendama llegaron a saltar desde la piedra de los suicidas al vacío.

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¿Y qué pasó con aquellos que no saltaron?

Por ejemplo, según la crónica publicada por el diario colombiano El Tiempo, durante 1946, una de las tantas parejas que decidieron poner fin a sus días en el Salto Tequendama fue la conformada por el cabo del Ejército Roberto Bunch, de 25 años, quien saltó al vacío con su nueva esposa, Gloria Osorio, de 24 años, quien se desempeñaba como secretaria del Director de la Biblioteca Nacional.
En el sitio fue hallado, abandonado en la vía –según refiere este diario colombiano- el jeep No. 489, asignado a Bunch por la Misión Americana, en la que se encontraba de comisión, en representación de la fuerza Motorizada del Ejército, en la cual prestaba servicio.
Sobre la “piedra de los suicidas”, llamada así por ser el punto común de donde saltaban todos los que habían llegado hasta es punto geográfico para quitarse la vida, se encontraron las pertenencias de ambos.
Según cuenta la crónica de El Tiempo, por parte de Bunch, se consiguió su chaqueta de uniforme, su gorra militar y su cinturón de dotación, y entre ellos una carta, que el diario colombiano transcribió en su momento:

«Señores de la prensa y Policía: El que la hace la paga. Yo la hice, luego debo pagarla. Pero debo afrontar el Más Allá para evitarle a la sociedad el trabajo de juzgarme. Para los que sufran por mi muerte, mil perdones. Qué puede hacer el hombre cuando todos los caminos se le cierran? A los señores de la prensa les suplico que no sean muy duros en sus críticas. Adiós. Roberto.»

Al lado de las pertenencias del cabo Bunch, reposaban una cartera de mujer, que el diario describe de buena marca, y una carta, que a su vez el medio impreso cita en su crónica, publicada en 1946, y de reza:

«Para aquellas personas que les interese mi muerte: A nadie más que al destino puedo culpar de lo que me pasa. Quisiera vivir, pero el destino quiere que al empezar mi vida la termine. Amo y el amor me obliga a despedirme de este mundo ingrato. A todos los que mi decisión les cause pena, les ruego me perdonen. Gloria.»

Una pareja más que se suicidaba junta en un pacto de amor eterno, desde la cascada más trágica de este país latinoamericano.

Los suicidas que nunca se quitaron la vidaSalto Tequendama, ubicado a las afueras de la capital colombiana, Bogotá

Gracias al gran trabajo de la prensa de la época, toda Colombia se entero que los trágicos enamorados se habían casado recientemente en una Iglesia de la provincia, pues a su amor y felicidad se imponía la esposa legítima del Cabo, Concha de Bunch, y los tres hijos que tenía con ella.
Al parecer, ante la posibilidad de la cárcel por el delito de bigamia y la obligación de tener que terminar con el amor, la pareja había decidido saltar a la eternidad en un pacto de amor.
La noticia causó conmoción en la Bogotá de los cuarenta. Los trabajadores de la Biblioteca y los del destacamento de Roberto no esperaban la oportunidad de poder darles santa sepultura.
En esa época –cuentan historiadores como Juan Pablo Conto- se había vuelto costumbre intentar rescatar los cuerpos, cosa impensable antes de 1941, cuando el Salto no sólo era el sitio donde se daba fin a la vida, sino la tumba misma, porque por la difícil geografía del sitio, a nadie se le ocurría siquiera bajar a rescatar un cuerpo.
No obstante, en 1941 un grupo de chóferes decidió aventurarse en búsqueda de un compañero, que tomó la fatal decisión.
Al noveno intento lo consiguieron. Desde entonces grupos de aventureros se arriesgaban a meterse en las entrañas mismas del “lago de los muertos”, cuerpo de agua formado por la cascada del Tequendama, y que se cree es la última morada de todos los que saltaron y cuyos cuerpos nunca volvieron.
Sin embargo, en el momento en que Roberto y Gloria decidieron saltar corría en la zona un cruento invierno, que cerraba toda posibilidad de ir por sus restos.
A pesar de eso –continúa la crónica publicada en El Tiempo- los compañeros del cabo Bunch decidieron arriesgarse y organizarse para ir en búsqueda de quien había sido su compañero en vida.
Búsqueda que no dio con los cuerpos ni la primera vez, ni la segunda. De hecho pasaron los días y los cuerpos de los amantes no aparecían.
Fue entonces cuando algún agudo periodista de Bogotá soltó la increíble hipótesis de que tal vez los eternos enamorados no habían saltado de la “piedra de los suicidas” sino que se habían fugado a vivir su amor ilícito a otra región.
Las versiones de dónde podían estar los amantes llenó páginas enteras en diarios y horas de conversación entre los ciudadanos de la capital colombiana.
Fue tal el alcance de estos rumores, que el gobierno –según prosigue el trabajo periodístico de este diario colombiano- decidió pasar la alerta a sus puestos fronterizos y migratorios.
La prensa tenía razón. Diez días más tarde, Roberto Bunch y Gloria Osorio fueron detenidos en la ciudad de Cúcuta, mientras trataban de huir hacia el país vecino, Venezuela, para vivir a las anchas el amor que en Bogotá era imposible.
El diario el Tiempo concluye su crónica con la transcripción del telegrama que Bunch envío a Bogotá desde Cúcuta:

“Estamos vivos y presos”

De este manera, esta pareja se convirtió en la protagonista de una de las historias más comentadas y publicadas de la prensa colombiana de los cuarenta, al ser la pareja suicida que nunca saltó al Tequendama.
¿Será que más de uno usó esa estrategia para huir de su vida?
¿Conoces otra historia donde las personas hayan fingido su propia muerte? Cuéntanosla y comparte con nosotros tu opinión
Fuente de imágenes: 1. saltotequendama.blogspot.com; 2. cromos.com.co; 3. tripadvisor.co

Bibliografía ►
El pensante.com (mayo 12, 2015). Los suicidas que nunca se quitaron la vida. Recuperado de https://elpensante.com/los-suicidas-que-nunca-se-quitaron-la-vida/