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Pamukale
En el corazón de Turquía, provincia de Denizli, se encuentra un valle formado por el río Menderes, y en las laderas de este valle existe desde tiempos inmemorables una de las más grandes maravillas de la naturaleza. Pamukkale, el castillo de algodón. Creo que no hacen falta muchas explicaciones del porqué de este nombre.
Pamukkale es una enorme formación calcárea de casi doscientos metros de altura por algo más de dos kilómetros y medio de longitud. Se calcula que allá por el Plioceno aparecieron en este lugar las primeras fuentes termales que desde entonces no han cesado de manar sus aguas ricas en creta, calcios y bicarbonatos. La lenta decantación de este blanco mineral fue conformando a lo largo de los siglos estas espectaculares piscinas naturales, que vistas de lejos, más bien parecen estas hechas de espumosa nieve o como su nombre indica, de suave algodón. El conjunto continúa hoy en día su lenta formación, y se calcula que de los 250 litros que brotan al segundo, medio kilo corresponde a mineral de creta que es el que acaba por sedimentarse para hacer más grande este templo natural a la belleza.
Las transparentes aguas y el blanco entorno, toman prestados los colores del amanecer y del atardecer, dotando si cabe, de más mágica belleza a este pequeño rincón del mundo, patrimonio de la humanidad desde 1988.
No sin motivos, ya los griegos encontraron en los 35º grados de estas aguas, un santuario curativo. Lugar de peregrinación para todo tipo de enfermos y lugar de vacaciones para las altas clases de la época. En lo más alto de Pamukkale se erigió la ciudad Helenística de Hierápolis, para dar acogida a todos los visitantes que llegaban atraídos por las leyendas terapéuticas de estas aguas. La ciudad se construyó alrededor del año 180 a. C. Y un par de siglos después se desmoronó por completo a causa de un terremoto. La ciudad fue reconstruida, y tuvo significativas transformaciones en los siglos II y III que le hicieron perder todo su antiguo carácter helenístico para convertirse en una urbe típicamente romana. Posteriormente bajo dominio bizantino, cayó en poder de los Selyúcidas en 1210 bajo Giyasettin Keyhusrev. Y finalmente fue destruida completamente por otro terremoto en 1354.
Pese a esto, todavía quedan muchos restos que se pueden visitar, como el Teatro, los baños romanos, el templo de Apolo, las puertas de la ciudad o, sin duda lo más espectacular, las tres grandes necrópolis que rodean a la ciudad y que se encuentran rodeadas del mismo algodón blanco que conforma las termas.
Sin duda, las entrañas de estas tierras continúan siendo un punto caliente y peligroso y muestra de ello es la peculiaridad de que a escasos cinco kilómetros de estas áureas fuentes, existen otras llamadas Karahayit, en las que sus aguas, en lugar de ser blancas, son rojas, por el alto contenido en hierro de estas. Otra muestra es la llamada cueva de Plutón, en la que antaño, la actividad volcánica inferior hizo brotar en su interior dióxido de carbono y todos los que en ella se adentraban caían fulminados, atribuyendo estas muertes al Dios de los infiernos Plutón.
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A principios del siglo XX, la vorágine turística casi acabo con este paradisiaco lugar. Se construyeron decenas de hoteles que contaminaron las aguas y desecaron algunas de las pozas, y la falta de control y el poco cuidado de la gente acabaron con la blancura del lugar. Pero las autoridades reaccionaron a tiempo y emprendieron una serie de medidas para devolver a este lugar su esplendor original. Los hoteles fueron demolidos y todos los estragos que estos causaron fueron reparados.
Hoy continua siendo un lugar de visita obligada para propios y extraños y, como se suele decir, este es uno de esos sitios que uno debe de visitar antes de morir. Si les queda más cerca China, también se pueden acercar a Huanglong, en la provincia de Sichuan. O a las fuentes termales de Mammoth, en el parque de Yellowstone, de EEUU, que quizás no sean tan magestuosas como el castillo de algodón, pero se pueden hacer una idea.
Otra vez, y de nuevo, la naturaleza supera con creces en belleza a cualquier cosa que el hombre haya sido capaz de crear.
Por Sinuhé Gorris. El pensante.
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