Mavia, primera mujer de nuestra lista
Guerra y género
Tradicionalmente, la guerra ha sido vista como algo esencialmente masculino. Aún en tiempos modernos (cuando las armas son en gran parte automáticas y la guerra está muy mecanizada) son muchas menos las mujeres en los campos que los hombres, y en el pasado (cuando la fuerza física era aún más determinante) el número fue sistemáticamente inferior.
Esto no quiere decir que no hubiese mujeres en los campos de batalla. Muchas marchaban con el ejército (madres, esposas, curadoras, meretrices), unas pocas, seguramente, incluso combatían. Pero eran tan pocas que rara vez quedaban en las fuentes.
Pero aún en el pasado hubo un puñado de mujeres que pasaron a la Historia por sus grandes dotes militares. En este portal ya hablamos de una: Madame Ching, la pirata más poderosa de la Historia, comandante de un ejército que pudo llegar a tener 100.000 hombres. Hoy veremos otras mujeres que por sus dotes militares y diplomáticas pasaron a la Historia como grandes guerreras:
Mujeres combatientes
Mavia
La primera mujer de nuestra lista es un personaje relativamente oscuro, cuya historia no se conoce con mucha certeza. Mavia era reina de las tribus Tanukh, árabes de procedencia, que habitaban en el siglo IV los territorios de la actual Siria e Irak. Se desconocen sus orígenes, pues en aquel periodo los árabes no tenían escritura y todo lo que sabemos de ella nos ha llegado por fuentes romanas.
Lo que sí sabemos es que en algún momento a mediados de dicho siglo su esposo, Al-Hawari, murió sin dejar heredero. El liderazgo de Mavia la llevó a convertirse en Reina de la confederación y su hábil diplomacia pronto le ganó el apoyo de otras tribus de la región, constituyendo una poderosa fuerza que dirigió contra el opresivo Imperio Romano.
La historia de su rebelión, comenzada en el año 378 d.C., es la historia de sus victorias. Sus fuerzas, dirigidas personalmente por ellas, lograron arrasadoras victorias y ejecutaron de manera brillante una guerra de guerrillas que impidió a los romanos cualquier tipo de retaliación. Sus hombres abandonaron las ciudades y se volcaron a los campos, por lo que Roma tampoco encontró ciudad alguna en que hubiese valido la pena asediar. Sus ejércitos llegaron a Egipto en una gloriosa campaña que doblegó al Imperio Romano y lo obligó a pagarle tributo y ceder a sus exigencias. Tras la derrota de Roma desaparece de las fuentes, excepto cuando unos años después envía una división de caballería como apoyo al exánime imperio, en guerra con los godos.
Rodoguna de Partia
Princesa de los Partos, Rodoguna de Partia fue hija del Rey Mitríades I y hermana de Fraates II, gobernante entre los años 138 y 127 a.C. Se le obligó a casarse con un rey Seleúcida que había sido tomado prisionero durante una rebelión fallida, Demetrio II Nicátor, quien trataba permanentemente de escapar del Imperio.
Pero no es su vida matrimonial la que aquí nos interesa, sino su talento con la espada. Fiel defensora de la dinastía de su familia, la princesa parece haber quedado a cargo de alguna porción del Imperio (las fuente son especifican cual) cuando estalló una rebelión. Se encontraba en este momento preparando un baño y ante la premura y la urgencia tomó el voto de no volver a bañarse hasta haber logrado la victoria. De inmediato llamó a los generales y dirigió personalmente el ejército, combatiendo en la primera línea y logrando una rápida y decisiva victoria. Su primera orden luego de la refriega fue que le prepararan una tina.
Zenobia, reina de Palmira
Conocida también como Septimia Bathzabbai Zainib (siendo Zenobia una latinización de este último nombre árabe), Zenobia fue la segunda mujer del príncipe Septimio Odenato, de Palmira. Este último era un príncipe satélite, gobernaba su región pero estaba en verdad al servicio de Roma, a la que servía y pagaba tributo.
En el año 267 d.C. Odenato fue asesinado, dejando a Zenobia con un hijo de apenas 1 año de edad. La mujer fue coronada como princesa regente y se dedicó por algún tiempo a embellecer la ciudad, haciendo un magnífico uso de los impuestos y ganándose el apoyo de eruditos, nobles y ciudadanos por igual.
En el 268 el emperador Galieno murió. Su sucesor, Claudio el Gótico, comenzó una serie de campañas en Occidente que absorbieron toda la atención del Imperio y ocuparon la mayor parte del ejército, entretanto, el imperio sasánida (superpoder al oriente) se encontraba en franca decadencia y sin capacidad de incidir. Odenato fue príncipe gobernante, pero había acumulado un poder propio considerable y había comenzado un incipiente proceso de cimentar la monarquía y convertirla en un don hereditario (desde Roma, en cambio, se consideraba que el príncipe debía ser designado por el Emperador). Zenobia aprovechó esta confusión y dirigió el descontento de los nobles de Palmira convirtiéndose en Reina Regente y comenzando una rebelión destinada a crear un Imperio propio.
Sus éxitos iniciales fueron arrolladores. Su ejército tomó todo el oriente del mediterráneo en una campaña relámpago, llegando a Egipto en el año 271 y creando un poderoso reino que se extendía desde el sur del Nilo (en la actual frontera con Sudán) hasta la actual Turquía.
Lamentablemente para ella, su enemigo no era cualquier reino antiguo, sino la poderosa Roma. El emperador Claudio había caído enfermo a principios del año 270 y tras su muerte fue sustituido por el débil emperador Quintilio, rápidamente derrocado por el carismático general Aureliano. Tras una serie de campañas exitosas contra los godos el Emperador dirigió el grueso del ejército a Egipto en el año 272 y pese a una magistral defensa de Zenobia su ejército fue derrotado. La Reina huyó a Palmira, que fue asediada y penetrada, y de allí marchó en la noche a Persia, con la esperanza de obtener ayuda de los eternos enemigos de Roma. Sin embargo, sería capturada por la traición de algunos de sus allegados.
Curiosamente, se desconoce su destino. Mientras que algunos hablan de que fue torturada y asesinada, hay fuentes que indican que su presencia, intelecto y habilidad con las armas habría impresionado profundamente a Aurelio, que le habría perdonado la vida y la habría llevado a Roma a que viviese el resto de sus días como una matriarca romana (vigilada de cerca, claro está, por las tropas imperiales).
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