El origen de la vida
Nadie sabe exactamente de dónde vino la vida. Pudo originarse espontáneamente a partir de un “caldo primordial” presente en los océanos terrestres, en pozos de agua sometidos a corrientes eléctricas o incluso en el borde de ventilas volcánicas. Pudo venir de otros planetas, o de algún mundo perdido en el espacio exterior. Pudo haber sido creada por un ser complejo, incomprensible, inconmensurable para nosotros.
Pero sí sabemos que, una vez en existencia, la vida comenzó a cambiar. Letra por letra, el código genético que hoy rige todos los organismos vivos se fue modificando, dejando tras de sí indicadores de los cambios que había sufrido. Pese a nuestras diferencias, por ejemplo, usamos exactamente el mismo fragmento de código genético que las plantas para obtener energía de la oxidación del azúcar.
Así mismo, sabemos que este tipo de patrones genéticos surgieron como respuesta a necesidades específicas, por ejemplo, la necesidad de obtener energía en un contexto de disponibilidad de azúcares y de oxígeno. Así, el código genético de una bacteria que viva en las cercanías de un volcán estará adaptado para aprovechar el azufre que allí se genera. Pero entonces surge una duda: ¿por qué las bacterias muestran lo que parece ser adaptaciones orientadas a resistir las condiciones del espacio exterior?
Resistencia bacteriana
Durante el poco tiempo que hemos visitado el espacio hemos llevado con nosotros a pequeños cultivos de microorganismos que se han puesto a prueba en las más duras condiciones espaciales. Muchos de ellos, para nuestra sorpresa, han logrado resistir estas condiciones con gran aplomo y han demostrado que son capaces de sobrevivir aún en los medios más adversos.
Por supuesto, no es que los microorganismos puedan prosperar en el espacio como lo hacen en la Tierra: una vez se encuentran bajo condiciones problemáticas casi todas las bacterias entran en una especie de “estado de hibernación”. Es que logran mantenerse dormidos sin sufrir daños en las duras condiciones espaciales por años, décadas e incluso siglos y resurgen al menor contacto con lo que parece ser un ambiente adecuado.
En el espacio, los microbios tienen que lidiar con bajísimas o altísimas temperaturas (dependiendo de si el sol los impacta directamente o no), con los letales rayos cósmicos de los que nos protege el campo magnético terrestre y los rayos UV, de los que nos protege la capa de ozono. Son condiciones que de ninguna manera tendrían que sufrir en la superficie terrestre. Pero entonces, ¿por qué evolucionaron para resistirlas con tanto éxito?
Cataclismos y asteroides
Durante los primeros dos mil millones de años de la Tierra, el ambiente estaba lejos de ser idóneo para la vida. Asteroides, volcanes y catástrofes de todo tipo sacudían periódicamente la atmósfera terrestre y la convertían en un territorio inhóspito. Algunos quizás hayan sido lo bastante fuertes para borrar todo rastro de vida del planeta.
Allí se ven los caldos de cultivo de las bacterias que sobrevivieron un año en las duras condiciones espaciales
Pero lo que es aún más importante: los impactos de asteroides lanzaban así mismo grandes trozos de rocas de vuelta al espacio. Dichos trozos tuvieron que ser muy abundantes en el tiempo en el que los asteroides chocaban constantemente con la Tierra.
En aquellos tiempos, cuando el sistema solar era joven, la Tierra no era el único planeta prometedor. Marte y Venus (según todas las evidencias) también poseían atmósferas densas y agua líquida en su superficie… y lo que es más importante, también estaban sometidos a un constante bombardeo cósmico. Esto ha llevado a los científicos a suponer que la vida no se originó en la Tierra, o al menos, no únicamente allí.
En cambio, se desarrolló en los tres planetas, que comenzaron a intercambiar objetos cargados de vida entre sí. Eventualmente, Venus pereció por el aumento de temperatura y Marte perdió su campo magnético, lo que expulsó su atmósfera a causa del viento solar… pero la Tierra se convirtió en el hogar perfecto para la vida.
En la actualidad, miles de millones de años después, no queda rastro de este intercambio más que en el material genético de las bacterias, que evolucionaron para convertirse en verdaderos polizones espaciales y resistir decenas o centenares de años en ambientes completamente adversos.
Fuente de imágenes: 1: phys.org, 2: natureworldnews.com