Se trata de un régimen de tipo político que sobresale porque quien gobierna posee todos los poderes del estado, a modo de dictadura especial, donde no hay un estado como tal, sino sólo un individuo sobre el que pesan todas las decisiones gubernamentales.
Para el manejo de la religión
En la perspectiva absolutista antigua, el Rey era quien debía gobernar el destino de la iglesia y ejercer con el cargo más elevado y supuestamente divino. Pero en realidad el poder eclesial siempre ha sido tan grande, que es imposible que una sola persona se encargue de manejar todos los asuntos principales de tan enorme institución, aunque Enrique VIII, monarca de Inglaterra, sí presumió del poder total y absolutista sobre ésta.
Como una monarquía absolutista
Fue la forma de gobierno que imperó en la Europa desde la Baja Edad Media, en la que se otorgaba el poder total a un individuo que se creía era dotado con el derecho divino, por lo que se encontraba por encima del clero y de cualquier jerarquía social.
Para velar mejor por los intereses del pueblo
Algunos investigadores e historiadores han afirmado que las mejores épocas en las que los pueblos fueron gobernados, fue donde imperó el absolutismo, puesto que los monarcas a pesar del egocentrismo que se les ha atribuido siempre y tiranía, hacían más obras benéficas en pro de las poblaciones en comparación a los sistemas democráticos y dictatoriales que ahora rigen a las naciones, porque según argumentan, en un estado donde hay distintos poderes piramidales, cada uno lucha por sus propios intereses y no por el bienestar común, como estratégicamente prometen en sus discursos y campañas políticas.
Como despotismo ilustrado
Eta fue la última fase del absolutismo en el siglo XVIII. Una clase de absolutismo que quería reemplazar las políticas de los estados, adoptando gran parte de los preceptos de la Ilustración. Uno de los monarcas absolutistas más resaltados de dicha versión fue Federico II de Prusia.