Dentro del campo de la Literatura, se conoce con el título de Clarisa a un cuento, nacido de la pluma de la célebre escritora Isabel Allende, que además forma parte de la historias comprendidas dentro del libro Cuentos de Eva Luna, publicado por primera vez en 1989, gracias al trabajo de la editorial barcelonesa Plaza& Janés.
Argumento de Clarisa
En sus líneas, la autora se da a la tarea de dibujar un ambiente propio del género del Realismo Mágico, en donde a través de vivencias religiosas, se perfila también el aura santa de su protagonista: Clarisa, a quien se le describe como una mujer generosa, que dedicó su vida al servicio de los otros, adquiriendo poco a poco fama de santa.
No obstante, este atributo no le libró de morir, como cualquier mortal, sólo que cónsono con un relato propio del Realismo Mágico, esta muerte anticipada y conocida por todos, originará ríos de gente mandando mensajes al cielo. Hacia el final de una vida pura, también quedará en evidencia uno de los grandes secretos de esta mujer, el cual sin embargo lejos de ser entendido como un pecado, es tomado como una forma de enderezar el péndulo divino, para que las cosas tomara nuevamente su rumbo.
Resumen de Clarisa
Este cuento, narrado en primera persona, y a veces a través del diálogo de sus protagonistas, cuenta la historia de una mujer llamada Clarisa, la cual ya se encuentra en edad anciana cuando comienza el relato. Sin embargo, la narradora se da a la tarea entonces de comentar cómo conoció a Clarisa mientras trabajaba como servicio en la casa de La Señora, una prostituta que contrataba los servicios de esta anciana considerada como una santa, para que le impusiera las manos en su cansada espalda, puesto que se creía que Clarisa contaba entre otras cosas con el poder de curar los males corporales.
Así mismo, la narradora hará referencia a cómo Clarisa nació en una casa de abolengo, en donde todavía vivía a la fecha, aun cuando se caía a pedazos. Sin embargo en su juventud, tanto la casa como ella, debieron contar con un porte elegante. Clarisa tuvo una buena educación, conformada incluso por saber tocar el piano. No obstante, terminó casada con un juez, descrito como un ser vulgar, con quien se casó porque fue el primero que se lo pidió, y porque no tuvo oposición de la familia.
Después de un tiempo, Clarisa dio a luz una niña albina, quien también sufría de retardo mental. Poco tiempo después, también trajo al mundo a un niño, que según la descripción de su autora, probablemente nació con síndrome de down. Clarisa los asumió como sus hijos, y los atendió con afecto, aun cuando siempre se preguntaba qué sería de ellos cuando ella faltara. Por su parte el juez no fue tan receptivo, jamás hablaba de sus hijos, y por el contrario terminó sepultándose vivo en un cuarto al fondo de la casa, de donde jamás volvió a salir. Su mujer le llevaba la comida y recogía la bacinilla que él le entregaba. Así pasó décadas, dedicado a transcribir periódicos en cuadernos de notario, sin que le importara la suerte de su familia, ni la suya propia.
Ante esto, a Clarisa no le quedó más remedio que sacar fuerzas de donde no las tenía y trabajar de sol a sol, para mantener a su familia, después de haberse gastado su herencia y su dote. Sin embargo, nadie conoció los apuros económicos de una mujer, que además siempre se vio apurada por ayudar a los demás. En medio de esta ruta caritativa, esta tenaz mujer llegó un día ante el mismísimo diputado Diego Cienfuegos, quien era considerado el único político incorruptible de la historia, para pedirle una nevera moderna para las monjas teresianas. Cuando el sagaz hombre le preguntó que por qué debía ayudar a sus enemigas ideológicas, Clarisa le respondió que los mayores beneficiados de la comida que daban como caridad las monjitas eran hijos de comunistas. Clarisa logró el favor y también consiguió una cercana amistad que duró toda la vida.
A pesar del encierro del marido y las largas jornadas de trabajo, Clarisa quedó embarazada por tercera vez. La comadrona le advirtió que su hijo podría venir con problemas, pero Clarisa no se angustió pues tenía la idea de que Dios encontraba siempre la forma de corregir la balanza para mantener el equilibrio del Universo. De esta forma dio a luz a un hombre fuerte y listo, al que unos meses después se le unió otro hermano igual de saludable. Clarisa contaba ahora con dos hijos fuertes que ayudarían a cuidar a sus hermanos mayores, a quienes ella consideraba ángeles, y que en realidad lo fueron, puesto que unos años después murieron en un accidente, víctimas de un escape de gas.
Clarisa siguió cuidando a sus hijos más pequeños y trabajando para mantener la casa, sin descuidar ni un instante su deber como cristiana. Pasaron los años, y cuando Clarisa ya era anciana, llegó la noticia al pueblo de que éste sería visitado por el Papa. Convencida de que quería verlo en persona, Clarisa asistió a la ceremonia, pero en el momento en que vio al Papa, apareció también una manifestación protagonizada por la comunidad homosexual del pueblo, quienes se vistieron de monjas y llevaban pancartas en donde exigían se legalizara el aborto, se permitiera la homosexualidad, y otras peticiones que escandalizaron a Clarisa.
Aturdida pidió que la llevaran a su casa, afirmando que ella ya no entendía el mundo, tendría unos ochenta años. En casa, organizó la comida de su marido, la llevó hasta la puerta del cuarto, y por primera vez en décadas le habló en lugar de solo golpear la puerta. El marido pidió que no lo molestaran, Clarisa se disculpó diciendo que quería despedirse porque se moriría el viernes. Preparó todo y se acostó.
La noticia de la agonía se corrió por el pueblo. La narradora, personaje presente en estos últimos momentos de Clarisa, ayudaba también a los hijos de Clarisa a mantener orden en el río de personas que se desató para visitar a la anciana, con el fin de mandar algún mensaje al Cielo. Así la visitaron un ladrón, que alguna vez trató de asaltarla consiguiendo solo un sermón y una amiga, La Señora, que finalmente se había convertido, y por su puesto su amigo Diego Cienfuegos, quien después de hablar a solas con Clarisa salió muy confundido, ayudado por los hijos de Clarisa, en quien la narradora por primera vez descubría idénticos rasgos a Diego Cienfuegos.
Comprendiendo el gran secreto de Clarisa, se le acercó para preguntarle si Diego Cienfuegos había sido su gran pecado, a lo que la anciana le respondió que eso no había sido un pecado, sino la forma en que Dios había enderezado la balanza, dándole dos hijos que le ayudaran a cuidar a los hijos que más la necesitaban. Así las cosas, Clarisa falleció el día viernes, tal como lo había anunciado, aun cuando fueron tres los diagnósticos de su muerte, puesto que la gente concluyó que Clarisa había muerto de santa, el médico: de cáncer, mientras que la narradora de esta historia siempre defendió que en realidad Clarisa murió de asombro, al haber visto al Papa.
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