Descripción del cuento El Diosero
Con el título de El Diosero, este texto narrativo constituye un cuento, nacido de la pluma del escritor y etnólogo mexicano Francisco Rojas González, el cual a su vez forma parte de los trece relatos que construyen el libro de cuentos del mismo nombre.
En sus líneas, Rojas Gonzáles, a través de un narrador en primera persona, crea un cuento de personaje, que es testigo de cómo Kai-Lan, descrito por el narrador como el “señor del caríbal de Puná”, quien habita en la selva junto a sus tres kikas (mujeres) se enfrenta a los elementos de la naturaleza, destruyendo y moldeando dioses –siempre fuera del alcance de la mirada impura de las mujeres- que puedan matar la tormenta que amenaza con arrasar la siembra, la choza y a ellos.
De esta forma, queda en evidencia la relación del hombre indígena con la naturaleza y las deidades que la gobiernan, sin embargo en contraposición con la cosmovisión cristiana, en la que Dios moldea desde el barro al hombre, en esta historia es Kai-Lan, el viejo sacerdote y cacique de los lacandones, quien moldea dioses, destruyéndolos y volviéndolos a moldear, hasta que logra crear aquel que termina o mata a la tormenta.
Una narración, en primera persona, que permite una mirada al centro de la choza o champa del Cacique Kai-Lan, a través de la cual el lector también puede tener una idea de las costumbres y formas sociales que persisten en la comunidad de lacandones.
Resumen del cuento El Diosero
Este cuento de Francisco Rojas González comienza con la narración en primera persona, de un hombre no indígena, que se encuentra de paso en la champa de Kai-Lan, un viejo sacerdote y cacique de los lacandones, con quien conversa, con el lenguaje limitado que les permite el bilingüismo de cada uno. Igualmente, el narrador en primera persona comienza a describir todo lo que ve en la casa de este cacique, en especial las características y labores de cada una de las kikas de este Cacique.
De acuerdo a la descripción de las mujeres, se conoce que la más joven se llama Jacinta, y aun cuando es casi una niña ya ha tenido una pequeña bebé. Así mismo, en la choza se encuentra otra india, anciana ya, de nombre Jova, quien junto a la joven son las que se encargan del trabajo doméstico que se realiza durante el día. Al percatarse de la presencia de una tercera Kika, de edad madura y de nombre Nachak´, quien parece no trabajar, el hombre pregunta al Cacique, obteniendo una respuesta un poco más pícara de lo que hubiese esperado, cuando el gran jefe ha confesado que el trabajo de esta mujer es acompañarlo en las noches en su hamaca.
Así las cosas, el narrador comenta que se encuentra sólo de paso por la casa de este Cacique, quien le ha brindado su hospitalidad, pues su verdadero destino está un poco más allá, adentrado en la selva, pues se dirige a visitar –según afirma- a Pancho Viejo, quien lo espera. Sin embargo, en medio de la conversación, Kai-Lan, pareciendo presentir algo, sale de la champa, olfatea el aire, estudia el cielo, y regresa con su veredicto, diciéndole al hombre que su recorrido será corto, pues viene “agua, mucha agua”, ya que se avecina una gran tormenta. Empecinado en llegar a su destino, el visitante se levanta para irse, pero cuál sería su sorpresa cuando unas gotas inminentes cerraron su paso, ante la sonrisa complaciente de Kai-Lan, que de acuerdo a la impresión de este narrador parecía regodearse en el hecho de haber presentido con acierto la tormenta que venía, y que ya estaba ahí.
El cuento continúa entonces describiendo el entorno natural que rodea la champa de Kai-Lan, así como las actividades que comenzaron a desarrollar cada una de las habitantes de la casa, a medida en que la tormenta iba creciendo. Incluso, llegado el momento, uno de las mujeres interroga al viajero sobre su intención de visitar a Pancho Viejo, a lo que éste no de muy buen gusto por la inquietud responde que viene a investigar un poco sobre la vida de los Caribe, a lo que recibe una sentencia mucho más aguda de parte del Cacique, aun cuando no iba cargada de mala intención: y a ti qué te importa, no hay que meterse en la vida de los vecinos.
Igualmente, el narrador comienza a contar cómo la tormenta empezaba a crecer y crecer, inundando el río, el cual amenaza con la estabilidad de la vivienda. Advirtiendo el peligro, el Cacique se pone en acción. Después de girar instrucciones a las mujeres, busca un poco de barro, y después de decir que lo que sucede es que los dioses están viejos y no sirven, los destruye, para comenzar a moldear uno nuevo.
Así transcurrirán varios intentos, en los que el Cacique moldea figuras zoomorfas, las cuales presenta en el templo que queda al lado sin obtener respuesta, e intentando nuevamente, y obligando a que ninguna de las mujeres mire su obra. Finalmente, cuando todos luchan contra la tormenta que amenaza con llevarse la siembra de maíz, la tormenta cesa, al mismo tiempo en que Kai-Lan, el Diosero, sale con una nueva figura terminada, momento que coincide con el amanecer.
El viajero decide continuar su camino. El viejo Cacique lo acompaña un tramo de éste, mientras se regodea en ser el mejor para fabricar dioses capaces de matar tormentas. El cuento termina entonces con un tono poético, cuando el Cacique afirma que en la pelea con la tormenta, el Dios fabricado por él, perdió una pluma de Quetzal, que dejó pintada en el cielo, refiriéndose al arcoíris que se desplegaba en el firmamento.
Imagen: pixabay.com