El oro de Tomás Vargas es uno de los cuentos que conforman el obra de la escritora Isabel Allende, Cuentos de Eva Luna, la cual fue publicada por primera vez durante el año 1989, gracias al trabajo editorial de la casa barcelonesa Plaza & Janés, momento desde el cual se convirtió en un verdadero fenómeno de ventas, siendo traducida a diferentes idiomas.
Sinopsis de El oro de Tomás Vargas
Al igual que la mayoría de los cuentos que constituyen Cuentos de Eva Luna, los personajes de El oro de Tomás Vargas se muestran como meras excusas para colocar en escena sentimientos y condiciones profundamente humanos, como lo son la avaricia, la miseria, el amor, el instinto de supervivencia, la desventura, la venganza y la decisión. Así mismo, como algunos de los relatos de esta obra, El oro de Tomás Vargas expone también el drama femenino, bajo la opresión de la violencia estructural, casi siempre encarnada en el marido, y cómo esta en ocasiones puede tomar un giro, que además de sorprender a todos, cambie para siempre la historia de los involucrados.
De esta forma, El oro de Tomás Vargas cuenta los desmanes de un hombre, bautizado con este nombre, y el cómo la suerte un día se le trastoca para cobrarle los castigos y penas que le ha hecho pasar a sus hijos y a sus mujeres, mientras que estos últimos logran un golpe de suerte inesperado, que termina finalmente por indemnizarles los sufrimientos, regalándoles un futuro venturoso.
Resumen de El oro de Tomás Vargas
En cuanto al contenido específico que contienen las líneas de esta obra, éste comienza por describir cómo un pueblo de un país petrolero se dejó llevar por la promesa ilusoria de los banqueros, quienes abrieron agencias, en el futuro pueblo extractor de hidrocarburos, convenciendo a la gente de que cambiar su oro por papeles pintados, para después simplemente desaparecer, dejando a sus pobladores con estas piezas de papel y tinta, muchas de las cuales sirvieron solo para adorno.
Sin embargo, no todos cayeron en la trampa. Un ejemplo de ello fue Tomás Vargas, quien en lugar de guardar sus morocotas de oro en el banco, las enterró en un lugar seguro. Hecho que presumía siempre que se emborrachaba, pues además de precavido, Tomás Vargas es descrito por el narrador omnisciente de esta historia como un hombre pendenciero, dado a la bebida y los escándalos, quien cada vez que se pasaba de tragos, se iba al centro de la plaza a gritar voz en cuello la lista de mujeres que había seducido y los hijos bastardos que se adjudicaba. No obstante, nadie tomaba esto en serio, pues los nombres variaban a cada borrachera.
Así mismo, Tomás Vargas gustaba de protagonizar fuertes escenas de violencia doméstica, arremetiendo en contra de algunos de sus seis hijos, y sobre todo de su mujer, Antonia Sierra, una mujer cuarentona, quien guardaba todavía algunos rasgos de su antigua belleza, y que pasaba día y noche cuidando a los niños y trabajando en cuanta labor encontrara para juntar unas cuantas monedas, pues aunque tenía oro guardado, Tomás Vargas era un hombre avaro, quien sólo pensaba en sí mismo, a merced de la miseria de su propia familia. Cada vez que sucedían estas escenas, alguien del pueblo iba en carrera a buscar al turco, Riab Halabí, única persona a la que Vargas respetaba en la población, y que le bastaba sólo ver para volver a la calma.
De esta forma –describe el autor- pasaban los días de Antonia Sierra, quien desde joven tuvo que pasar al lado de Tomás Vargas trabajos y cientos de humillaciones, incluso la que ninguna mujer estaría dispuesta a soportar: que su marido le metiera a otra mujer en su propia casa. En este sentido, el narrador omnisciente comenta que un buen día llegó a Agua Santa –nombre de la aldea en donde tiene lugar la historia- una harapienta, joven y embarazada muchacha, quien se detuvo en el almacén del turco Riab Habalí, después de un rato de silencio, rompió en llanto, comunicándole al turco y a los testigos que ahí estaban que la razón de su rabia y embarazo era nada más y nada menos que Tomás Vargas.
El turco decidió mandar a buscar a Vargas, quien no tuvo tiempo de reaccionar cuando ya estaba en frente de Concha, como se llamaba la humilde mujer que venía en búsqueda del padre del bebé que llevaba en el vientre. Decidida dijo que venía a vivir con Vargas, y como nadie se atrevió a oponerse a semejante decisión, el propio Vargas –a pesar de sus seis hijos y su mujer- se llevó a Concha para su rancho.
Cuando Antonia Sierra llegó se prendió en furia, pues aunque siempre había aguantado las humillaciones en silencio esto era la gota que derramaba el vaso. Así siguió en su casa, cumpliendo con sus obligaciones, pero sin poder frenar el escandaloso hilo de improperios e insultos que comenzaron a llenar el aire del pueblo. No obstante, el tiempo convirtió el torrente en un silencio lleno de reproches, el cual se instaló en la casa, donde ahora convivían las dos mujeres de Tomás Vargas.
No obstante, el embarazo empezó a afectar en sobre manera a Concha, quien cada día estaba más débil, hecho que conmovió a Antonia, que sin quererlo terminó por encargarse de la pobre muchacha, a quien el corazón no le daba para dejarla a su suerte. Con ayuda del turco y de la maestra de la escuela, la acompañó al hospital al momento de la cesárea y de la recuperación, y estuvo también en pie de guerra cuando al regreso Tomás Vargas quiso meter a la pobre muchacha nuevamente y a la fuerza a su hamaca. Ese día todo cambió, pues Antonia se le enfrentó por primera vez al hombre que la había maltratado por años, entendiendo que ella era más fuerte. Así mismo, en su defensa no estaba sola, pues Concha había decidido secundarla. Tomás había perdido terreno, y las mujeres habían sellado su pacto de alianza para siempre.
La noticia se supo en todo el pueblo, y al poco tiempo tanto los habitantes como el propio Tomás sabían que su virilidad comprobada eran cosa del pasado. El vacío de la pérdida lo llenó con el vicio del juego, actividad de la que siempre se había mantenido ausente, por ser conocedor de su propia avaricia. Sin embargo, empezó con partidas inocentes, de poca monta, para ir escalando, hasta el día que se enfrentó con el propio teniente del pueblo, un agente de la policía a quien nadie quería, pues había incorporado el castigo físico dentro de la rutina de la detención carcelaria.
Para sorpresa de todos, Tomás le ganó una buena cantidad al policía, el cual se vio incluso en la necesidad de embargar el sueldo de sus subordinados, para poder pagar su deuda. Tomás pasó tres días de gloria, celebrando su talento, hasta que recibió inesperadamente la propuesta de revancha, por parte del teniente. Llegado el momento, Vargas y el policía acudieron a la cita para jugarse mil pesos, los cuales el teniente pagaría con una casa y Vargas con el oro que tenía enterrado.
Después de una larga contienda de la que todo el pueblo fue testigo, a excepción de Antonia y Concha, Tomás Vargas perdió, declarándose ganador al teniente, quien de inmediato exigió que se desenterrara el oro, para recibir su pago. Tomás Vargas quien no podía ni sostenerse de la impresión de haber perdido todo, caminó como pudo hasta el sitio en el monte en donde había escondido su fortuna. El pueblo entero acompañaba al hombre, quien era seguido de cerca por le policía. Al llegar al destino, Vargas se metió en una caverna, y de inmediato se escuchó un alarido. El teniente lo sacó por los pies, enterándose de que el oro no estaba, porque alguien lo había robado.
El turco tuvo que quitarle al teniente a Vargas, pues lo iba a matar a golpes. Como pudo lo llevó hasta su casa. Vargas pasó unos días sin salir, hasta que un tiempo después se enfiló al pueblo, para nunca más volver. Lo encontraron en el mismo lugar en donde le habían robado el oro, abierto por la mitad a punta de machetazos, hecho que no pareció sorprender a nadie, ni siquiera a sus dos mujeres, quienes recibieron la noticia tomando café en el porche de la casa.
El entierro se hizo sin mayores contratiempos ni lujos. Sin embargo, un tiempo después la suerte pareció sonreír a estas dos mujeres y sus hijos, pues lograron comprar animales, ampliar y hacerle mejoras a la casa, e incluso construir una cocina, en donde emprendieron un negocio de comida a domicilio, con el cual lograron salir de la miseria para siempre.
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