Con el título de Walamai se conoce un cuento, nacido de la pluma de la escritora chilena Isabel Allende, el cual forma parte de los veintidós relatos que conforman el libro Cuentos de Eva Luna, el cual fue publicado por primera vez en el año 1989, gracias al trabajo de la casa editorial española Plaza & Janés, siendo reeditado varias veces.
Descripción de Walamai
En las líneas de este relato, su autora trata de emular el lenguaje hablado por los pobladores originarios de la selva amazónica, justo en la frontera de Brasil y Venezuela, construyendo un relato que mezcla las atrocidades y trabajos que viven los pobladores indígenas en la actualidad con la cosmología de sus mitos y tradiciones, creando un relato fantástico, rico en imágenes de gran valor poético, en donde se reflexiona sobre temas universales como la Libertad, la vida, la muerte, la fe, la prudencia, el respeto, la espiritualidad, el destino, entre otras.
Así mismo, Allende toma para bautizar al pueblo al que pertenece su protagonista, Walimai, el nombre de Hijos de la Luna, lo cual para algunos críticos es una clara referencia a la etnia Yanomami, quienes en sus leyendas se consideran a sí mismos “hijos de la luna”, puesto que según sus creencias en épocas muy antiguas existió un gran y reconocido Shamán, que tenía la propiedad de albergar a la luna dentro de su cuerpo. Sin embargo, una vez que este sabio murió, la luna quedó sola, ocupándose de vagar por el cielo. No obstante, al poco tiempo regresó a la tierra, para poder alimentarse con los restos del Shamán. Al ver esto, los parientes del hombre trataron de defender sus restos, disparándole flechas a la luna. Pero la luna mucho más ágil, se escondía detrás de las nubes, sin ser alcanzada. Finalmente, una flecha logró su objetivo, hiriendo a la luna, quien comenzó a derramar gotas de sangre, que al caer a la tierra se convertían en hombres y mujeres, naciendo así el pueblo yanomami, que por esa razón se reconocen como “hijos de la luna”.
Resumen del cuento Walimai
Con respecto al cuento de Isabel, éste comienza con una narración en primera persona, en la voz de un hombre indígena que se identifica con el nombre de Walimai, nombre que significa “viento”, y que conversa con una mujer, a quien reconoce como su hija adoptiva, y a quien le otorga el privilegio de conocer y pronunciar su nombre, pero sólo en ámbitos conocidos. De esta manera, se introduce lo que será un continuo en esta historia: la comparación y el contraste entre las costumbres y creencias indígenas, y las atrocidades que pueden verse en los hombres blancos.
Así, Walimai reflexiona por ejemplo sobre la ligereza con la que los hombres blancos se nombran entre ellos, y cómo no se dan cuenta del poder que tiene la palabra, y cómo esta representa parte del alma del individuo. Igualmente, este hombre se lamentará sobre el poco respeto que para él tienen ahora los jóvenes de su tribu hacia las enseñanzas de sus padres, cuando en sus tiempos se les daba toda la validez e importancia. También, Walimai describirá cómo su pueblo ha estado desde hace años huyendo del hombre blanco, internándose cada vez más dentro de la selva. No obstante, mientras casi toda la tribu se aleja hacia el centro de la jungla, algunos –los más jóvenes- siguen el camino contrario, embelesado por los hombres blancos. A esos, refiere el narrador, la tribu los considera como hombres muertos, pues según dice casi nunca regresan, y los que así lo hacen han cambiado tanto, que igual no puede hablarse del mismo individuo que se fue en principio.
Así también, Walimai contará cómo se conocieron sus padres, y cómo su padre tuvo que viajar mucho para encontrar a su madre, pues en esa época su pueblo se había quedado sin mujeres. También rememorará cómo fue la crianza en la selva, entre árboles tan grandes y espesos, que no se veía el cielo, ni la luz del sol. Todo esto para contarle a su interlocutora cómo nació libre, y como la Libertad es una de las riquezas más apreciadas por los hombres y mujeres de este pueblo, al punto de morir adrede cuando se pierde.
Más adelante, continúa el relato contando cómo en algún momentos, las historias contadas por otros pueblos indígenas amigos se hicieron realidad al llegar tres hombres blancos, que sin embargo, fueron recibidos por su pueblo como huéspedes, hasta que la falta de cordialidad de los forasteros hizo que el pueblo decidiera matarlos, huyendo después hacia el centro de la selva. Un buen día, mientras Walamai cazaba, pues ese era su oficio como hombre de la etnia, fue apresado por unos soldados, que lo secuestraron y llevaron para que trabajara como peón en un campo de explotación de caucho.
Walamai se quedó para ver si podía aprender algo. Pasado un tiempo, le dieron licor –que no bebió- y lo pusieron a hacer una fila en la casa en donde estaban las mujeres. Cuando fue su turno, descubrió a una pequeña indígena, del mismo pueblo que su padre, quien yacía amarrada a la cama, después de que muchos hombres habían yacido sobre ella. Sin pensarlo mucho, Walamai decidió poner fin al sufrimiento de esta mujer, por lo cual le hizo un corte en el cuello, a lo que la mujer pareció agradecer, le dijo su nombre en un susurro y murió incorporándose en el cuerpo de Walamai, quien sintiendo el peso del espíritu de la mujer, tomó fuerzas para prender fuego al campamento y huir al centro de la selva.
Sabía que debía ayunar por unos diez días, hasta que el espíritu de la mujer se debilitara y pudiese elevarse. Así lo hizo, sólo que en el tiempo en que estuvieron juntos comenzaron a amarse, sin embargo, debían separarse, y cada quien seguir su camino. Pasados doce días, por fin Walamai soñó que la mujer abandonaba la selva en forma de tucán. Al despertar supo que era libre de nuevo, bajó a bañarse al río y se preparó para cazar algún animal, a fin de no volver con las manos vacías a su aldea.
Imagen: monografias.com