Todos conocemos los complejos sistemas de ecolocación que utilizan animales como los cetáceos (ballenas y delfines) y los murciélagos para moverse en entornos de parcial o total oscuridad. Estos sentidos se desarrollaron a lo largo de millones de años de evolución e involucran el uso de órganos especializados para la recepción correcta de las ondas de sonido, las cuales, en el caso de los murciélagos, son inaudibles para el ser humano.
Desde 1950 aproximadamente se conocen estas habilidades animales, y se comenzó a estudiar sobre su posible aplicación en humanos: resultaba no solo prometedor, sino fundamental el papel de una eventual ecolocación humana en aspectos como la guerra, la movilidad y la calidad de vida de las personas privadas de la vista.
A partir de 1960 se hizo cada vez más claro que la ecolocación humana, entendida como la capacidad de percibir el entorno solo mediante el sonido, no era un asunto de ciencia ficción. Si bien los humanos carecemos de los órganos que permiten a los cetáceos y los quirópteros una altísima precisión en la percepción del entorno, nuestro órgano auditivo es lo suficientemente preciso para permitir una buena orientación en los alrededores.
De acuerdo con los científicos que han estudiado el fenómeno, esto se debe a las similitudes entre la vista y el oído como sentidos: ambos reciben y procesan información de ondas reflejadas de energía, en el primer caso en forma de ondas de radiación lumínica y en el segundo, en forma de ondas de vibración transmitidas por el aire. La recepción de las ondas de sonido reflejadas, o “ecos”, no se diferencia mucho de la recepción y procesamiento de estos ecos, lo que lleva a que las personas sean capaces de “sentir” la presencia de los objetos mediante el sonido.
¿Cómo funciona la ecolocación humana?
Ubicarse con el sonido no es innato para los seres humanos, requiere de un largo aprendizaje y no está registrado que personas videntes hayan podido conseguirlo. Esto se debe a que si bien el cerebro puede aprenderlo, al ser organismos diurnos, acostumbrados a entornos de luz, nuestros cuerpos no están diseñados para localizarse espacialmente de esta manera.
En esencia, lo que se hace es una “transferencia” de las habilidades de una región del cerebro a otra: es decir, el cerebro humano lleva incorporada una región encargada de “ver” el entorno, de generar figuras físicas de nuestros alrededores para que podamos movernos sin lastimarnos. Esta región está vinculada a los nervios ópticos, pero cuando éstos están inutilizados (sea por problemas del nervio o por un daño mayor en los ojos) el cerebro puede “conectar” esta región a los demás sentidos para generar una imagen del entorno. El entrenamiento, entonces, consiste en educar al cerebro para que traduzca los ecos en imágenes.
Y la información que se puede obtener del sonido es mucho más precisa de lo que uno pensaría. Por razones obvias, cosas como el color o la textura no son “visibles” ante estas personas, pero la forma, la altura, el ancho, la densidad y la ubicación del objeto son claras para quien domine esta técnica. Por ejemplo, una persona será capaz de determinar si frente a sí se encuentran escombros, un andén o una pequeña planta analizando las variables antes mencionadas: con la práctica, la percepción puede volverse muy precisa.
Investigaciones han demostrado que, mientras una persona vidente no utilizará las áreas del cerebro dedicadas a la percepción espacial cuando escucha los ecos, alguien que usa la ecolocación si activará estas regiones, y en particular la corteza primaria visual. Y, lo que es aún más interesante: con la práctica, el individuo no solo volvía más precisa su percepción, sino que anulaba el uso de las regiones cerebrales dedicadas al procesamiento de información del sonido. Es decir que, literalmente, dejaron de “escuchar” los ecos y comenzaron a “verlos”. El proceso, conocido como plasticidad neuronal, consiste en la creación de nuevas conexiones en el cerebro y en el uso de las regiones subutilizadas.
Habilidades de los “hombres murciélago”
En honor a las habilidades para ubicarse de estos pequeños animales voladores, suele denominarse a las personas que usan la ecolocación “hombres murciélago”. Han existido decenas de personas capaces de ver su entorno mediante el sonido pero, lamentablemente, esta habilidad no se ha expandido a la mayoría de invidentes. Solo los últimos 15 años han visto un interés creciente en estas habilidades y en su enseñanza, gracias principalmente a la labor de Daniel Kish (de quién hablaremos más adelante).
En general, las personas que utilizan la ecolocación son capaces de determinar la ubicación y naturaleza del suelo y los objetos a su alrededor con suficiente precisión para poder usar una bicicleta (incluso en zonas con altos niveles de tráfico y en montaña), jugar baloncesto, patinar, montar monopatín y jugar fútbol, entre otras. Sus habilidades no son iguales a las de un vidente, pero cada generación va mejorando, y quizás en unos años sean capaces de igualar la ubicación espacial de alguien que tiene ojos funcionales.
Principales personas en utilizar la ecolocación
A pesar de que la posibilidad de usar ecolocación se conoce desde hace más de 60 años, solo en las últimas dos décadas se ha popularizado. En esta labor hay que resaltar a uno de los pioneros en ecolocación: el invidente estadounidense Daniel Kish:
- Daniel Kish: nacido en 1966, es un pionero en ecolocación y el presidente de la Asociación para el acceso mundial a los ciegos. Se dedica a enseñar a personas ciegas las posibilidades de percepción del espacio que tienen: junto con su organización han enseñado la ecolocación a más de 500 niños alrededor del mundo.
- Ben Underwood: un caso emblemático, perdió los ojos debido a un cáncer de retina a los dos años y aprendió la ecolocación por sí mismo antes de los 6 años. Era una de las personas más eficientes en el uso de la ecolocación, pues podía incluso jugar deportes de equipo. Lamentablemente, murió en 2009 debido a complicaciones con el cáncer a la edad de 16 años.
- Juan Ruiz: famoso por su aparición en “Los superhéroes de Stan Lee” como “Electro Man”, puede montar en bicicleta y ha recorrido cuevas brindando información a investigadores sobre su tamaño, longitud y características – todo, por supuesto, en completa oscuridad –.
- Lucas Murray: nacido en el 2002, es uno de los aprendices de Daniel Kish, y es capaz de escalar en roca y jugar baloncesto, entre otras.
La mayoría de estas personas combinan la ecolocación con el uso de un bastón para encontrar pequeñas irregularidades, pero todas son capaces de moverse usando exclusivamente el sonido. Sus habilidades demuestran que las capacidades del cuerpo humano están grandemente subestimadas, y que nuestro cerebro es capaz de sobreponerse a la falta de un sentido usando los demás como puente. Lo único que queda es esperar que estas habilidades comiencen a enseñarse a mayor escala, pues significan un cambio dramático en la vida de una persona invidente. Aquí un pequeño documental en el que aparece Juan Ruiz y se explican las generalidades de la ecolocación.
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