Primeros Santos
En los tiempos del Imperio Romano, cuando el cristianismo comenzaba a ganar popularidad, muchas de las ideas y características que hoy damos por sentado de la Iglesia no existían o se estaban formando. En aquel entonces, el cristianismo era poco más que una fe pura, convencida de los peligros del mundo de la carne y de las virtudes del ascetismo y la espiritualidad en el día a día de todas las personas.
En este primer cristianismo idílico, los hombres y mujeres no temían enfrentarse a los leones y perecer en el Coliseo, ni morir torturados en prisión, pues todo lo que importaba estaba en el otro mundo. Esto, con el tiempo, les granjeó el apoyo y el respeto de otros grupos y comenzó la conversión masiva del Imperio que terminaría con Constantino, al menos de manera institucional.
Fue entonces que comenzaron a surgir los primeros visos de institucionalidad y que algunos, descontentos con ellos, decidieron hacer su propio camino, cuestionando la autoridad y pregonando un mayor abandono de las cosas terrenas.
Es aquí donde aparece San Simeón, el hombre que pasó a la Historia por haber pasado sus últimos 37 años sobre un pilar. Esta, decidió, sería su penitencia.
Simeón el Estilita
Simeón Estilita nació en algún momento del año 390 en Sisan, en la provincia imperial de Cilicia (actual ciudad turca de Kozan). Ya a sus 13 años sintió el llamado de Cristo y antes de sus 16 había entrado a un monasterio con la intención de servir y honrar al Señor.
Lamentablemente para él, sus intenciones resultaron demasiado para el Monasterio. Crítico de los lujos y beneficios de los monjes, Simeón consideraba que la Iglesia debería ser un lugar de pobreza, de recogimiento y humildad, y por ello realizaba actos de asceta que asustaban hasta al más creyente de los monjes. Por esta razón, se le expulsó del monasterio.
Simeón entonces decidió buscar un lugar en el que le dejaran ser en paz. Encontró una pequeña choza abandonada, casi una cueva, en donde comenzó su nueva vida y se mantuvo un año, ayunando toda la cuaresma y sobreviviendo con raciones mínimas el resto del periodo. Cuando salió, muchos lo consideraron un milagro.
Paradójicamente, esto le trajo más problemas que alivios, pues ahora su pequeño refugio estaba atestado de peregrinos buscando sus consejos y pidiéndole que escuchase sus plegarias. Por esta razón, Simeón decidió entonces buscar un sitio en el que pudiera realizar sus plegarias en paz.
Y encontró una plataforma de unos 4 metros de altura.
La Plataforma de Simeón
Aunque originalmente la plataforma no alejó a los peregrinos, sí permitió a Simeón algo más de tranquilidad, pues ahora podía orar mientras lo visitaban. Algunos jóvenes que pasaban por allí solían escalarla y dejar un trozo de queso de cabra o de pan, lo que bastaba para su supervivencia.
Según se cuenta, al oír su historia los monjes de la zona decidieron ponerlo a prueba para ver si se encontraba allí por devoción o por ego y arrogancia: le pedirían solemnemente que bajara y si se negaba a obedecer, lo bajarían por la fuerza. Sin embargo, si se mostraba dócil le dejarían permanecer allí. Simeón, que estaba en aquel monumento sólo para honrar a Dios, no puso mayores inconvenientes y por lo tanto pudo permanecer en su lugar.
A lo largo de los años su hogar ganó fama y comenzó a recibir miles de visitas. Permitía a todos subir por una escalera, en las tardes, para dar consejos y escuchar problemas: incluso se sabe que escribió varias cartas, algunas de las que llegaron al Emperador Teodosio II. Tanto él como su esposa, Aelia, conocían y respetaban al asceta y prestaban mucha atención a sus consejos.
Simeón murió el 2 de septiembre del año 459. Uno de sus discípulos vio su cuerpo caer en medio de una plegaria. Su funeral fue multitudinario y dirigido por el mismísimo Patriarca de Antioquía, en reconocimiento a la santidad y espiritualidad de este hombre, que en total pasó 37 años sentado en aquel pequeño pilar.
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