¿Estamos ante una nueva era?
El trasplante de cabeza (o trasplante de cuerpo, como algunos opinan que debería llamarse) parece estar más cerca que nunca. En un artículo publicado en 2013 por el doctor Sergio Canavero, miembro del Grupo de Neuromodulación Avanzada de Turín (y paradójicamente titulado como HEAVEN, que significa cielo en inglés), este científico considera que el trasplante no solo puede hacerse, sino que puede y debe hacerse en un humano.
De acuerdo con Canavero, ya son más de 50 los voluntarios que se han presentado para la operación, principalmente transexuales, personas parapléjicas y con distrofia muscular. Sin embargo, debido a la complejidad del procedimiento, se requerirían 150 personas y dos años a partir de la aprobación del proyecto para que éste se hiciera efectivamente una realidad. Sin embargo, muchos científicos han criticado el proyecto de Canavero: algunos lo consideran inviable, mientras que otros opinan que es un completo delirio.
Primeros experimentos
No es el primer intento que se hace de poner una cabeza en un cuerpo que no le pertenece. En 1908 los científicos Charles Claude Guthrie y Alexis Carrel lograron emplazar con éxito la cabeza de un perro en el cuerpo de otro perro vivo, conectando las arterias para que el flujo de sangre se dirigiera a la nueva cabeza y retornara al cuerpo del animal. El resultado fue un perro de dos cabezas, aunque las funciones neurológicas de la nueva parte nunca se desarrollaron del todo.
En 1959 el científico soviético Vladimir Demikhov imitó este experimento y consiguió que las cabezas trasplantadas (en este caso de cachorros) desarrollaran completamente sus funciones neuronales, pudiendo incluso llegar a comer, a morder a los médicos y a intentar separarse de su cuerpo – huésped. Ninguna de sus más de 20 creaciones sobrevivió más de un mes, y la mayoría solo duraron entre 2 y 6 días.
El punto culmen de esta experimentación sin lugar a dudas llegará en 1970 con Robert J. White, quién dirigirá un equipo de la Escuela de Medicina de Cleveland (Ohio) para realizar un trasplante de cabeza completo a un mono. El resultado fue un éxito parcial, pues el animal podía oler, sentir, saborear y ver, aunque el contacto de la espina dorsal se perdió, por lo que era incapaz de moverse. De acuerdo con Jerry Silver, uno de los compañeros del doctor White, “la cabeza, al despertarse, haría expresiones faciales que reflejaban una terrible ansiedad y un gran dolor” (huelga decir que este médico se opone completamente a realizar este tipo de operaciones). El mono murió 9 días después debido al rechazo inmunológico de su nuevo cuerpo.
Todos estos experimentos se hicieron con el objetivo de ganar conocimiento acerca del trasplante de órganos, y muchos de los grandes logros de la medicina del siglo XX se deben precisamente a estos pioneros que, aunque moralmente cuestionables, brindaron valioso conocimiento a la ciencia y permitieron desarrollar nuevas técnicas médicas. Sin embargo, un trasplante de cabeza en humanos ya no sería de carácter experimental, sino práctico, por lo que la oposición (tanto popular como dentro del mismo campo médico) ha sido mucho mayor.
¿Qué consecuencias podría tener esta intervención?
White (y más tarde, Canavero), argüirá que la ciencia no debe detenerse en aras de una moralidad cuestionable y que un trasplante de cabeza exitoso podría representar el fin de cientos de enfermedades degenerativas y de problemas de movimiento y que, por lo tanto, mejorarían la calidad de vida de millones de personas en el mundo. Canavero insiste que la principal limitación de un trasplante exitoso – esto es, la conexión neuronal al nuevo cuerpo – ya está solucionada con la aplicación de nuevas tecnologías que permitirían conectar directamente el cerebro a la médula espinal, principalmente mediante sustancias de fusión de membranas como el Glicol de Polietileno. Así mismo, afirma que es posible mantener la cabeza y el cuerpo en estado de suspensión para que ninguno de los dos sufra daños antes y durante la operación.
Sus críticos afirman que la conexión neuronal a un cuerpo desconocido no puede menos que ser traumática para un individuo. Citan casos en los que algunos pacientes han solicitado que se les retiren las partes trasplantadas (principalmente las manos) porque las sienten ajenas a su cuerpo, y no son capaces de controlarlas. Así mismo, cuestionan que un cuerpo se use para ayudar a una sola persona cuando los órganos contenidos en él podrían salvar a decenas.
El choque psicológico de encontrarse en un nuevo cuerpo es la principal limitación que Canavero considera importante a la hora de realizar esta operación. Sin embargo, considera que con la adecuada preparación psicológica esto no debería ser un problema (por ejemplo, se le darían gafas al paciente meses antes de la operación para que se vea en su nuevo cuerpo), y que tras dos años de fisioterapia el paciente sería capaz de caminar sin problemas. El médico refiere que en el caso de los trasplantes (actuales) de partes del cuerpo como manos o pies, la preparación psicológica adecuada ha llevado a que casos como el referido más arriba (de rechazo a la parte trasplantada) no se vuelvan a dar tan a menudo.
Pero más importante, Canavero arguye que las personas que se ofrecen como voluntarios son completamente conscientes de los riesgos y consideran que la operación no puede sino mejorar sus vidas, sin importar lo traumático de la adaptación al nuevo cuerpo. Es bajo esta premisa que se encuentra impulsando este proyecto, que podría perfectamente ser una realidad para el año 2020: “si la sociedad no quiere que esto pase, no lo haré. Pero si algunas personas se oponen en los Estados Unidos o en Europa, esto no significa que no vaya a hacerse en alguna otra parte”, afirma Canavero, quien está muy interesado en granjearse el apoyo popular para su proyecto: “antes de ir a la luna, debes hacer que la gente te siga”. Sus predecesores, en particular el doctor White (quién siempre defendió la idea de un trasplante de cabeza) estarían muy contentos de ver que el proyecto ya es casi una realidad.
Lo único cierto aquí es que las consecuencias de una operación de esta magnitud aún están por definirse. Puede ser que la adaptación sea tan traumática que la persona decida morir, y en este caso es poco probable que la operación se convierta en algo recurrente. Pero si es un éxito, y el paciente logra acostumbrarse a su nuevo cuerpo, podríamos estar ante una de las nuevas tecnologías que caracterizarán el siglo XXI.
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