Down
Por mucho tiempo denominados (despectivamente) como “mongólicos” o “mongoloides”, los individuos con Síndrome de Down se caracterizan por una anomalía genética que los lleva a poseer una copia extra del cromosoma 21, para un total de 47 cromosomas (en lugar de 46). Con el tiempo vino a demostrarse que las personas con esta condición podían convertirse en miembros funcionales de nuestra sociedad y que ni sus problemas de salud asociados (que no son tantos) ni sus problemas de aprendizaje (que varían mucho) son limitaciones, siempre y cuando se brinde la educación adecuada.
Sin embargo, esto no significa que la mayor parte de los padres esté particularmente contento con un niño de este tipo y no cabe duda que muchos jóvenes decidirían no tenerlos si pudiesen. Aquí es donde se hace importante el desarrollo de nuevas tecnologías que permiten reconocer esta y otras condiciones genéticas antes del nacimiento: los nuevos tests ni siquiera son invasivos (se realizan a través de un análisis de sangre de la madre) y se pueden realizar a partir de las 9 semanas de embarazo.
El NITP
El NITP (Examen Prenatal No Invasivo, por sus siglas en inglés) es un examen recién desarrollado que permite detectar anomalías genéticas desde las 9 semanas (o poco más de dos meses) de gestación. Sus defensores argumentan que el desarrollo de estos exámenes permite detectar desde el principio cuando un niño tiene problemas tan graves que le impedirán vivir una vida normal. Si el niño ha de sufrir una muerte cruel en su niñez o juventud, tras años de tratamiento, lo mejor sería terminar el embarazo y ahorrarle a su familia (y a él) años de sufrimiento, o al menos esta es la lógica de este tipo de exámenes.
La polémica surge por casos específicos y, en particular, por el tema del Síndrome de Down. Las cifras demuestran que la mayor parte de las mujeres que se enteran de que su hijo va a tener esta condición deciden terminar el embarazo. El momento es apto, pues apenas se llevan 9 semanas y el feto no ha desarrollado un sistema nervioso (por lo que no es capaz de “sentir”), lo que hace que para muchas tomar la decisión sea mucho más fácil. El caso de Islandia es representativo: el acceso al examen es relativamente fácil y 100% de las mujeres que se han enterado de la condición de sus hijos han optado por el aborto, lo que llevó a que en los últimos 5 años no haya un solo nacimiento con Síndrome de Down en todo el país.
¿Crueldad o eficacia?
El asunto es a todas luces polémico. Es obvio por qué un padre no desearía tener un hijo con Síndrome de Down (y todas las complicaciones asociadas, en particular los problemas de aprendizaje). Pero también es obvio que el Síndrome de Down no implica una dolencia física que genere sufrimiento. No se puede argumentar que los niños que nacen con esta condición vayan a pasar años de interminable espera en un hospital, o sujetos a dolorosos tratamientos. Y con la asesoría adecuada, tampoco puede ni siquiera afirmarse que su integración a la sociedad vaya a ser particularmente dura.
Es más, de acuerdo con encuestas realizadas más del 90% de los adultos con Síndrome de Down dicen estar felices con quienes son y con su propio aspecto (algo que difícilmente se alcanzaría en las personas sin ninguna condición). Su desarrollo, aunque diferente, está lejos de ser traumático o cruel (a menos, claro, que los padres así lo decidan). Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿es moralmente correcto terminar estos embarazos por la sencilla razón de que se trata de niños con una condición de este tipo?
La pregunta no tiene respuesta, pero parece que la Historia dará la suya propia. A veces aparecen tendencias que son difíciles de contrarrestar y esta parece ser una de ellas. Por más que nos parezca injusto, podríamos estar en el umbral de un mundo en el que el Síndrome de Down esté por desaparecer.
Imágenes: 1: telegraph.co.uk, 2: karinschwier.wordpress.com