Un fantasma en una vieja cárcel norteamericana
En la entrada de la bahía de Boston queda la Isla de George. En los 1840’s se construyó allí una fortificación conocida como Fort Warren con facilidades como cuarteles, bodegas, hospital, cocina, celdas y una fuerte guarnición mirando hacia el mar.
Durante la Guerra de Secesión estadounidense el fuerte se utilizó como prisión para los rebeldes confederados, que se hacinaban en condiciones precarias mientras intentaban soportar el duro frío norteño, al que no estaban acostumbrados en sus cálidos hogares del sur. Estos soldados, así como guardias de la unión, comenzaron a informar de misteriosas visitas de personas vestidas de negro en las noches, en los callejones del fuerte. Es aquí donde comienza esta leyenda.
De acuerdo con la historia, el fantasma sería una mujer esposa de uno de los soldados confederados presos en el Fuerte. Su nombre era Andrew Lanier, su procedencia, Georgia. En algún momento de 1861 la mujer habría recibido una carta de su marido indicando que se encontraba preso en la prisión de Fort Warren, y habría tomado la decisión – dicen algunos que por presiones familiares – de embarcarse en una misión para rescatarlo.
Leyendas de la Guerra Civil
Lanier habría llegado a Hull (Massachusetts) algunas semanas después y se habría quedado en la casa de un simpatizante de los confederados. La casona, a menos de 2 kilómetros de la prisión, era ideal para planear una operación de rescate, y la mujer pasó varios días observando atentamente el fuerte con unos binoculares.
En una noche de tormenta de 1862 decidió poner manos a la obra. Se cortó el cabello, se disfrazó como hombre y cruzó el estrecho armada con una pica y una vieja pistola. Logró llegar hasta los calabozos y organizar una pequeña rebelión consistente en la construcción de un túnel a la zona central de la prisión, donde los confederados podrían obtener armas y doblegar fácilmente a los guardas.
Lanier se escondió entre los prisioneros (que la mantuvieron oculta de los vigilantes) y con la pica que había llevado comenzaron la construcción del túnel. Lamentablemente para ella, su plan fracasó: cuando el túnel estaba por terminarse un guarda se dio cuenta del plan (debido a un desafortunado golpe que hizo vibrar la pica) y alertó a sus compañeros. Todos los prisioneros involucrados en el complot fueron capturados, uno a uno, dentro del mismo túnel que habían construido. Solo Lanier podría mantenerse oculta y, en el peligro de la situación, “capturó” con su pistola a un guarda de la Unión.
Pero la suerte tampoco la favorecería en esta ocasión: el soldado fue capaz de hacerla perder su arma, la cual cayó al suelo y se disparó, asesinando en el acto a su esposo. La mujer, desolada, fue condenada a muerte, destino que aceptó sin ningún tipo de reparos. Lo único que pidió fue que se le permitiera pasar sus últimas horas vestida con ropa de mujer.
Una exhaustiva revisión del Fuerte no encontró más que unos viejos vestidos negros, de los que se le permitió a Lanier escoger el que más le gustara. Al final, murió colgada en 1862 con el viejo vestido negro y fue enterrada allí mismo, en la Isla de George.
La leyenda cuenta que la mujer pasa las noches visitando los lugares en los que había planeado su escape y el de su marido, y lamentándose por el fracaso del plan que había urdido. Busca, todas las noches, una manera de llevar al éxito su complot y rescatar a su amor, cuya muerte parece haber olvidado. Esa es su condena.
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