Caníbales contemporáneos
En la década de los ochenta, Jean-Bedel Bokassa, Emperador de África Central, fue derrocado. Después de trece años de dictadura fue acusado de genocidio y de canibalismo. Los testigos que entraron en su suntuoso palacio declararon haber encontrado en los congeladores cadáveres humanos a los que les faltaban varios miembros. Pero Bokassa huyó y se escondió rodeado de guardianes que velaban por su seguridad. Nadie sabía dónde estaba hasta que el periodista Ronald Koven le localizó en Costa de Marfil, viviendo a cuerpo de rey. En una entrevista concedida a este periodista, no sólo reconoció sin tapujos haber practicado la antropofagia sino que incluso acusaba a Giscard D´Estaing de lo propio.
Posiblemente Jeffrey Dahmer, el “carnicero de Milwaukee”, uno de los asesinos más espantosos que ha conocido la historia criminal, buscara algo parecido al mana cuando violó, asesinó, bebió la sangre y se comió, entre otras partes del cuerpo, los cerebros de diecisiete jóvenes. Al preguntarle en concreto sobre este particular explicó: “Me hacía sentir que pasaban a ser permanentemente parte de mí, aparte de la curiosidad de saber cómo eran”. El caso de Dahmer merece reflexión, ya que poco después de estas declaraciones realizadas a la NBC desde la prisión –donde había propuesto a varios reclusos formar un grupo de “caníbales anónimos”- otro preso, Christopher Scarver, convicto de 25 años que se consideraba el hijo de Dios y receptor de supuestos mensajes telepáticos, decidió hacer justicia y matar a Dahmer en 1994.
Pero hay muchos más casos: Henry Heepe mató a su madre de setenta y siete años en 1994 y cocinó un guiso con ella, por considerar que era un “vampiro diabólico”, que poseía dos corazones que latían simultáneamente. George Hasselberg confesó en 1995 haberse comido las entrañas de su amante octogenario. Al ser interrogado declaró “Jamás pensé que podría haber llegado a este extremo”. Filita Malishipa, natural de Zambia, fue condenada en 1995 a seis meses de prisión tras confesar haberse comido a siete de sus hijos, con la ayuda del “demonio”, en el transcurso de un ritual de magia negra.
Francisco García Escalero, acusado de cometer once asesinatos, resultó absuelto en 1995 tras declarársele no responsable de sus actos. El llamado “mendigo psicópata”, reconoció haberse comido el corazón de algunas de sus víctimas. El llamado “carnicero de Rostov” fue condenado en 1992, declarado culpable de asesinar y comerse a 53 personas. Seis meses después, en mayo de 1993, se descubría en Rusia a un nuevo criminal. Fue bautizado por la prensa como Miklujo-Maklai, nombre de un célebre explorador y etnógrafo ruso de finales del siglo XIX, que recorrió lugares como Papúa Nueva Guinea. El sobrenombre se le puso porque asesinó al menos a veinticuatro mujeres y otros tantos hombres, siguiendo exóticos rituales de las etnias del Pacífico.
Alexander Spetitsev mató y se comió a ochenta personas en Siberia. Después de tres años en un psiquiátrico, los médicos consideraron que se había curado, le soltaron y se empeñó a fondo en la práctica de la antropofagia con la ayuda de su hermana y su madre. Hay gente para todo.
Caníbales sin saberlo
Fritz Aarmann fue decapitado en Alemania el 20 de diciembre de 1924, después de haber cometido un número tan elevado de crímenes que ni tan siquiera él era capaz de recordar con exactitud cuántos. Después vendía la carne de los niños. Georg Grossmann, compatriota de Arman, tampoco pudo cifrar el número de asesinatos que cometió –se calcula que unos cincuenta- aunque lo que sí se conoce es lo que hizo con los cadáveres: los convertía en “perritos calientes” que él mismo vendía en la estación de ferrocarril en la que trabajaba.
El caso de Kate Webster no deja de ser aún más curioso. Después de matar a la señora para la que trabajaba con un hacha de partir carbón, la despedazó ayudándose de una sierra especial para carne y se deshizo de las piezas mayores tirándolas a un río o quemándolas. Hecho esto, coció las partes más “substanciosas” de las que extrajo la grasa, que embotelló y vendió a un restaurante como aderezo de los platos.
En septiembre de 1994, ocho personas comieron el hígado de un hombre en Campiñas (Brasil), después de que su asesino lo hubiera vendido al restaurante, y los dueños –ajenos a su procedencia- lo prepararan con ajo, cebolla y pimienta. Lo llamativo es que los clientes comieron a placer y sólo únicamente después de saber que lo que habían consumido era carne humana se escandalizaron.
A mediados del siglo XVIII, se calcula que un 0,3% de la población mundial (unos seis millones de personas), subsistían gracias a la antropofagia.
En un gran porcentaje de las especies carnívoras, la antropofagia es algo común. Está claro que los casos anteriores son gente con un problema psicológico grave, ahora asociado por algunos estudios a una deficiencia en algunos genes. ¿Quién sabe?
El problema se plantea en casos de necesidad, el más conocido sin duda, el de los deportistas Uruguayos en los Andes. Sin ir más lejos, hace unos días se dio otro caso en una barca a la deriva con unos náufragos, en el que pasada una semana tuvieron que recurrir al canibalismo para subsistir. Este caso me sorprendió bastante por el poco tiempo que pasó, tan solo una semana, hasta que decidieron comerse a un compañero.
Mi pregunta es… ¿Serías capaz de comerte a un amigo?
¿Cuánto tiempo piensas que aguantarías en condiciones extremas?