Electricidad y Petróleo
Cada vez más somos conscientes de que el petróleo no es sostenible, y cada vez el aparato que lo coloca a él y el carbón como base energética de nuestra sociedad recibe más cuestionamientos. Incluso si hubiese en verdad una conspiración para mantener este combustible fósil queda claro que sus agentes han perdido mucho poder en las últimas décadas, pues cada vez ganan más impulso las energías no tradicionales.
A los autos eléctricos – cuyas ventas han aumentado consistentemente en Europa y Norteamérica – se suman los esfuerzos por desarrollar autos de hidrógeno, el abaratamiento constante de los paneles solares y la creación de energías más eficientes en el campo eólico, que hoy son casi capaces de competir en igualdad de condiciones con aquellas basadas en el petróleo.
Día tras día las noticias aumentan. Sin embargo, la energía eléctrica presenta todavía dos grandes limitantes: una relativa a su producción, la otra (más importante) relativa a su almacenamiento. La primera podría ser solucionada en unos años con la mejora en los precios de los paneles solares y la energía eólica, pero la segunda ha probado ser mucho más compleja.
En la actualidad, las baterías se componen por elementos químicos (algunos bastante contaminantes), lo que genera un problema a la hora de fabricarlas y desecharlas. Lamentablemente, la construcción de baterías recargables es costosa y pese a los avances aún resulta complejo tener una capaz de brindar autonomía a un hogar autosuficiente.
El problema es que con cada carga y recarga la batería pierde un poco de capacidad, por lo que eventualmente deja de ser útil. Pero, ¿y si consiguiéramos una batería que no se desgastase?
La batería infinita
Esto es precisamente lo que parece haber logrado un grupo de investigación de la Universidad de California. Todo comenzó cuando una estudiante de doctorado, Mya Le Thai, comenzó a experimentar con unos nanocables de oro cubriéndolos con un gel de electrolitos. El experimento se hizo de manera informal, casi jugueteando, pero terminó por ser completamente exitoso: los nanocables, que solían romperse con cada recarga, resistieron miles de cargas sin daño alguno.
Mya Le Thai
De acuerdo con Reginald Penner, consejero del departamento de química de aquella universidad, la estudiante entonces comenzó a cronometrar las descargas que soportaba el sistema. Una batería ordinaria rara vez resiste más de 7.000 ciclos de carga y descarga antes de colapsar completamente, y en ocasiones las baterías de celular presentan serias disminuciones en su capacidad luego de apenas unos 1.000 ciclos (poco más de 2 años). La batería de Mya, en cambio, fue capaz de soportar 200.000 ciclos de carga y descarga con una pérdida de apenas el 5% de su capacidad. Se trata de una capacidad envidiable que podría hacer que las baterías durasen toda la vida.
Por ahora, sin embargo, no veremos estas tecnologías en nuestros aparatos diarios. Pese a su durabilidad, las baterías son aún extremadamente costosas (están hechas de oro, a fin de cuentas) y ninguna empresa estaría dispuesta a realizar una inversión de este tipo. Es en verdad una lástima, pero al menos se ha abierto la puerta.
Penner confía en que otros materiales (como el níquel) presenten propiedades semejantes y permita que esta tecnología se popularice en pocos años. Si esto se vuelve una realidad, el mundo se transformará de arriba abajo… y la era del petróleo habrá terminado.
Imágenes: 1: news.uci.edu, 2: linkedin.com