El largo viaje del pueblo judío
En el siglo XIX era común el dicho sobre el amor de Yahvé hacia su pueblo: Los quiere tanto que los ha enviado a todos los rincones del mundo, pero siguen siendo uno solo. En efecto, junto con otros pueblos muy particulares (como los Roma), los judíos son una de las pocas culturas en tener vínculos entre sí a pesar de llevar siglos separados unos de otros. Sus relaciones cercanas eran conocidas y temidas en la Edad Media, cuando se creía que tenían, entre sus objetivos, la destrucción de los reinos cristianos de occidente.
La expulsión de España
El sentimiento antijudío llegó al punto de decretar la expulsión de este pueblo de las tierras españolas a todo aquel que se negara a convertirse. Miles de judíos sefardíes abandonaron las regiones en las que habían habitado por milenios, pero otros muchos decidieron quedarse y asumir su nueva fe, pues temían al mundo exterior y tenían una buena vida en sus regiones de origen.
Estos judíos vinieron a denominarse “conversos” y jamás fueron bien aceptados en la sociedad. Muchos españoles creían que su conversión era ficticia, que solo esperaban una oportunidad para mostrar sus verdaderos colores. En centenares de casos se probó que, efectivamente, los judíos seguían practicando, ocultos, sus ritos ancestrales. Pero la gota que colmó el vaso vino con la revelación de unas supuestas cartas dirigidas a los rabinos de Zaragoza por parte de Los Príncipes Judíos de Constantinopla.
Aparecen las Cartas de Constantinopla
Estas cartas, que luego se publicaron con el nombre de Cartas de Constantinopla, constaban de una serie de instrucciones que se habrían brindado a los líderes judíos de Zaragoza para soportar la expulsión (que ocurrió en 1492). De acuerdo con las cartas, las instrucciones indicaban que los judíos comprometidos con la causa deberían permanecer, fingir convertirse y apoderarse de los sectores económicos que pudieran (principalmente, el sector comercial, el sector bancario y el sector de servicios médicos) para luego desatar su venganza sobre los castellanos.
Las cartas continuaban diciendo que aquellos que desearan partir o que temieran por sus vidas podrían en cualquier momento dirigirse a Constantinopla, donde serían recibidos y protegidos. Es bueno recordar que esta ciudad había caído bajo el dominio turco hace apenas 50 años, y que antes de ello había sido el baluarte de la resistencia cristiana contra los infieles. Para los españoles, los judíos habían tenido algo que ver allí.
¿Una falsificación orientada al desprestigio?
Las Cartas de Constantinopla se publicaron en torno al año 1550 y fueron una de las causas de que el rey Felipe II decidiera aprobar el Estatuto de Limpieza de Sangre (que imponía fuertes limitaciones a quienes no provinieran de familias católicas “puras”). Fueron el primer documento en la historia en afirmar que una élite judía tenía la intención de dominar las estructuras políticas del mundo, aunque en este caso lo hacía no con motivaciones económicas, sino religiosas.
Uno de los fragmentos más conocidos de esta publicación reza como sigue:
…y a los que esto no pudieredes hazer, baptizaos como el edicto de esse Rey manda, solo para cumplir con él, conservando siempre en vuestro pecho vuestra santa ley. Y pues dezis que os quitan vuestra haziendas, hazed vuestros hijos abogados y mercaderes, y quitarles han ellos a los suyos sus haziendas. Y pues dezis que os quitan las vidas, hazed vuestros hijos medicos y cirujanos, y boticarios, y quitarles han ellos a sus hijos y descendientes las suyas. Y pues dezis, que los dichos Christianos os han violado y profanado vuestras ceremonias y Synagogas, hazed vuestros hijos clerigos, los quales con facilidad podrán violar sus templos, y profanar sus sacramentos y beneficios.
Como vemos, se trataba de un proyecto de infiltración en toda regla, basado en apropiarse de los puestos poderosos en la monarquía y la Iglesia española. Muchos académicos afirman que el documento es ficticio y fue creado por altos mandos de la Iglesia interesados en limitar las acciones de los judíos y en presionar por su destrucción en la sociedad castellana, pero algunos afirman que el documento es parcialmente verídico y que instrucciones parecidas se habían dado a muchos conversos en la península.
La naturaleza del pueblo judío no ayudaba en absoluto. Fuera con las intenciones que fuera, los judíos ciertamente habían desarrollado extensas redes subterráneas de “ayuda” y apoyo a sus correligionarios. A pesar del edicto, las sinagogas seguían funcionando en la oscuridad y fueron muchos los judíos que se negaron a abandonar sus antiguas creencias. Además, el apoyo de los judíos ubicados en el extranjero (principalmente en Marruecos) era evidente.
Esto, sin embargo, no prueba nada. Aunque ayudara a fortalecer las acusaciones de la Iglesia católica española, el apoyo a los de su misma clase no tiene nada de raro. Las pruebas otorgadas muchas veces se consideran insuficientes y comúnmente se afirma que el documento fue obra del arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo, un radical antijudío de la época.
Pero hay muchos que no están de acuerdo con esta versión. Para estas personas, las Cartas de Constantinopla son una prueba de que efectivamente existía una conspiración judía para dominar los reinos cristianos, conspiración que aún existe hoy en día, aunque ha tomado otras caras. ¿Qué opinan ustedes?
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