Tal vez uno de los momentos más sensibles y trágicos para los miembros de la cultura occidental sea la pérdida de un ser amado, puesto que esta experiencia está marcada por la tristeza de saber que más nunca se tendrá la oportunidad de compartir con aquella persona que ha partido, así como por la misma angustia que genera el cómo es asumida la muerte en esta cultura.
Ceremonias fúnebres
De esta forma, la propia cultura en su evolución terminó por elaborar toda una serie de símbolos y ceremonias, que constituyen escenarios en donde las personas pueden emprender la catarsis de su pena, o darse la oportunidad para honrar la memoria de aquel, que hasta hace unos días se encontraba entre los vivos, bien si se creía que tenía toda una vida por delante, la esperanza de que sobreviviera, o la certeza de que el fin estaba cerca.
Dentro de este tipo de rituales, resalta sobre todo el del velorio, espacio de uno a tres días, en las que se dispone de forma visible el cuerpo de la persona que ha partido, luego de ser arreglado para la realización de este acto en donde familiares y amigos podrán asistir a verlo por última vez, teniendo un tiempo de horas para poder despedirse y aceptar psicológicamente el hecho de la muerte, antes de la despedida final en donde el cuerpo es enterrado o cremado.
Discurso del velorio
Así mismo, por lo general, durante el acto del velorio, establecido para que los dolientes puedan despedirse de su familiar se estila que alguien cercano, con la capacidad emocional para el momento, pronuncie algunas palabras, además de aquellas dichas por el sacerdote, pastor o reverendo que dirija la ceremonia fúnebre. A estas palabras se les conoce generalmente como discurso del velorio, y básicamente –según se estila y recomienda en estos casos- deben ser cortas, precisas, respetuosas y dirigidas a recordar de forma positiva a la persona que se ha marchado, resaltando algunos de sus atributos (buen humor, lucha, energía, coraje, compañerismo, valor, amor por los suyos, constancia, etc.) al tiempo que se busca también ofrecer un consuelo para sus dolientes, hablando también sobre la posibilidad de que se encuentre en un lugar mejor, cónsono con la creencia de cada familia.
Sin embargo, por mucha buena intención que se posea en ese momento, a veces la tristeza y los nervios pueden jugar en contra, dejando al encargado de pronunciar el Discurso del Velorio sin palabras o ideas. En este sentido, resulta pertinente entonces exponer algunos ejemplos de discursos breves que pueden ser dichos durante el funeral de un ser querido o apreciado. A continuación, algunos de ellos:
Palabras para un padre que se ha ido Cuando era pequeño, para mí, papá era un héroe. Lo veía tan fuerte, tan ágil y divertido, siempre rodeado de personas que lo querían y respetaban. Yo pensaba, entonces, quiero ser como él. Después en la adolescencia, la rebeldía natural de todo joven, me hizo verlo por momentos como un hombre cruel y despiadado, porque me obligaba a despertarme temprano, a esforzarme, a no abandonar la lucha, y erradamente me decía que no quería ser así cuando fuese padre, sobre todo porque en ese momento papá había cobrado una dimensión inalcanzable, y yo creía que hiciera lo que hiciera nunca podría parecerme a él, superarlo o estar a su nivel. Ya de grande, agradecí cada reclamo, castigo y corrección, porque me dio la disciplina para lograr una carrera, y un éxito aceptable en mi trabajo, y una familia y unos hijos, y comprendí que gracias a papá yo era el hombre que era.
Sin embargo, para esa época, papá ya no lucía tan fuerte ni tan ágil, aunque conservaba su buen humor y su alegría. No obstante, seguía siendo mi superhéroe, uno lleno de sabiduría y buenos consejos. De a ratos lo veía y me decía que jamás podría ser como él. Hoy, en este día tan doloroso, cuando lo veo rodeado de todos su amigos, compañeros y gente que lo quiere, me quedo muy tranquilo, por dos razones: primero, él debe estar feliz de haberlos visto a todos de nuevo, en esta última fiesta, como sé que llamaría en tono de broma en este evento; y segundo porque estos últimos días he estado recordando muchos momentos importantes que tuve con papá, su crianza, sus consejos, su ejemplo, y sé que él sembró en mí la semilla que me permitirá, si no ser tan buena persona y hombre como él, sí al menos ser un buen tipo, honesto, trabajador y amoroso, que pueda inspirar en la gente todo el cariño que está presente en ustedes, acá el día de hoy.
Y por eso, mis palabras no pueden más que contener un profundo agradecimiento hacia el ser que me dio la vida y la sabiduría para vivirla. Gracias, papá.
Discurso para despedir a la madre Mamá siempre estuvo allí. No recuerdo un solo momento de mi infancia y juventud en donde hubiese necesitado de ella y no estuviese con su voz suave, sus cariños, abrazos y besos. Aun en la época de la Universidad, buscaba la forma de enterarse de todo, sin entrometerse, para ofrecerme su consejo y consuelo. Ya cuando me casé y yo también me convertí en madre, ella siguió ahí a mi lado, porque ante todo ella entendió desde siempre – y me lo fue enseñando toda la vida- que la labor de madre no termina nunca. Eso me da tranquilidad, porque sé que aun cuando a partir de ahora no estará en nuestras vidas presente físicamente, ella –como madre que es- buscará la forma de seguir con nosotros, de estar ahí cuando la necesitemos, de darnos consuelo como siempre, porque esté donde esté siempre seguirá siendo nuestra madre.
Por eso esta reunión no debe ser motivo sólo de tristeza, sino que debe conllevar un poco de esperanza, e incluso de alegría, porque aun cuando en la tierra ha muerto una mujer, una excelente mujer, que fue madre, hermana, hija, esposa, compañera y amiga de muchos de los presentes, en el cielo ha nacido un ángel, que nos cuidará e intercederá por nosotros. Porque como ella misma decía: el trabajo de una madre no termina nunca. Hasta pronto, mamá.
Discurso para despedir a un hijo Dicen que es contra natura enterrar a un hijo, puesto que la ley de la vida dicta que sean los menores los que den sepultura a los mayores, pero mucho sabemos que en realidad en la vida hay pocas reglas, y que cada regla tiene su excepción. Qué puedo decirles del dolor inmenso que siente mi corazón el día de hoy en que tengo que entregarle a la tierra un pedazo de mi carne y de mi alma. No hay palabras para expresarlo. Por eso yo no quiero hablar del dolor que me da perderlo, prefiero recordar las alegrías inmensas que dejó en mi vida durante su paso. Recordar por ejemplo cómo fue recibirlo cuando nació, su carita tierna y sus ojos curiosos. Traer a la memoria el niño travieso que fue, y el joven hermoso en el que se convirtió, y recordarlo así para siempre, lleno de vida y esperanza, porque un hijo es eso: esperanza, así ya no esté con nosotros.
Tal vez lo único bueno de toda esta experiencia es saber que yo que soy mayor, tal vez en unos pocos años parta también, para reunirme con él, y entonces volveremos a ser los cómplices inseparables, y tendremos toda la eternidad para jugar y ser los mejores amigos, como siempre. Hasta pronto, hijo amado.
Discurso para decirle adiós a la pareja Desde que estuvimos juntos, yo era la cobarde y tímida, y él la persona arrojada y valiente. Así que nos complementábamos, porque mientras él se arriesgaba, yo me iba por lo seguro. Creo que la única vez que lo vi asustado fue cuando supo que iba a ser papá. Gracias a Dios para el momento del parto, ya se le había quitado el miedo, con la docena de libros que me compró a mí y que leyó él, porque si no hubiésemos sido dos los aterrorizados.
Así, poco a poco, con el pasar de los años se fue convirtiendo en mi apoyo, mi compañero, mi aliado, mi amigo, mi amante, mi enamorado, y sobre todo en aquel que de ser necesario me habría empujado de un avión, solo por salvarme o para que probara emociones nuevas. Hoy, la vida me lleva a tener que decirle adiós. Yo sé que cualquiera que haya escuchado hasta este momento mis palabras y me conozca creerá que esto petrificada del miedo por todo lo que me viene ahora.
Sin embargo, tengo que decirles que este ser, al que hemos venido a despedir hoy, además de su amor, su vida, sus hijos y sus años, me dio uno de los regalos más hermosos que le puede dar una persona a otra: me enseñó a tener confianza y fe, en mí, en la vida, en el futuro. Y en honor a esto, delante de su cuerpo y frente a su espíritu que sé que está en algún lugar del aire escuchándome, afirmo que toda está bien, y que seguirá estándolo, porque durante estos años a su lado aprendía a ser fuerte, luchadora, confiada, y sobre todo yo misma. Así que durante el tiempo que me quede de vida, antes de reunirme de nuevo a su lado, para seguir amándonos por siempre, me encargaré de disfrutar cada día de existencia, como él lo hizo, y me enseñó a hacerlo. Nos vemos pronto, amor mío.
Cuando era pequeño, para mí, papá era un héroe. Lo veía tan fuerte, tan ágil y divertido, siempre rodeado de personas que lo querían y respetaban. Yo pensaba, entonces, quiero ser como él. Después en la adolescencia, la rebeldía natural de todo joven, me hizo verlo por momentos como un hombre cruel y despiadado, porque me obligaba a despertarme temprano, a esforzarme, a no abandonar la lucha, y erradamente me decía que no quería ser así cuando fuese padre, sobre todo porque en ese momento papá había cobrado una dimensión inalcanzable, y yo creía que hiciera lo que hiciera nunca podría parecerme a él, superarlo o estar a su nivel. Ya de grande, agradecí cada reclamo, castigo y corrección, porque me dio la disciplina para lograr una carrera, y un éxito aceptable en mi trabajo, y una familia y unos hijos, y comprendí que gracias a papá yo era el hombre que era.
Sin embargo, para esa época, papá ya no lucía tan fuerte ni tan ágil, aunque conservaba su buen humor y su alegría. No obstante, seguía siendo mi superhéroe, uno lleno de sabiduría y buenos consejos. De a ratos lo veía y me decía que jamás podría ser como él. Hoy, en este día tan doloroso, cuando lo veo rodeado de todos su amigos, compañeros y gente que lo quiere, me quedo muy tranquilo, por dos razones: primero, él debe estar feliz de haberlos visto a todos de nuevo, en esta última fiesta, como sé que llamaría en tono de broma en este evento; y segundo porque estos últimos días he estado recordando muchos momentos importantes que tuve con papá, su crianza, sus consejos, su ejemplo, y sé que él sembró en mí la semilla que me permitirá, si no ser tan buena persona y hombre como él, sí al menos ser un buen tipo, honesto, trabajador y amoroso, que pueda inspirar en la gente todo el cariño que está presente en ustedes, acá el día de hoy.
Y por eso, mis palabras no pueden más que contener un profundo agradecimiento hacia el ser que me dio la vida y la sabiduría para vivirla. Gracias, papá.
Mamá siempre estuvo allí. No recuerdo un solo momento de mi infancia y juventud en donde hubiese necesitado de ella y no estuviese con su voz suave, sus cariños, abrazos y besos. Aun en la época de la Universidad, buscaba la forma de enterarse de todo, sin entrometerse, para ofrecerme su consejo y consuelo. Ya cuando me casé y yo también me convertí en madre, ella siguió ahí a mi lado, porque ante todo ella entendió desde siempre – y me lo fue enseñando toda la vida- que la labor de madre no termina nunca. Eso me da tranquilidad, porque sé que aun cuando a partir de ahora no estará en nuestras vidas presente físicamente, ella –como madre que es- buscará la forma de seguir con nosotros, de estar ahí cuando la necesitemos, de darnos consuelo como siempre, porque esté donde esté siempre seguirá siendo nuestra madre.
Por eso esta reunión no debe ser motivo sólo de tristeza, sino que debe conllevar un poco de esperanza, e incluso de alegría, porque aun cuando en la tierra ha muerto una mujer, una excelente mujer, que fue madre, hermana, hija, esposa, compañera y amiga de muchos de los presentes, en el cielo ha nacido un ángel, que nos cuidará e intercederá por nosotros. Porque como ella misma decía: el trabajo de una madre no termina nunca. Hasta pronto, mamá.
Discurso para despedir a un hijo Dicen que es contra natura enterrar a un hijo, puesto que la ley de la vida dicta que sean los menores los que den sepultura a los mayores, pero mucho sabemos que en realidad en la vida hay pocas reglas, y que cada regla tiene su excepción. Qué puedo decirles del dolor inmenso que siente mi corazón el día de hoy en que tengo que entregarle a la tierra un pedazo de mi carne y de mi alma. No hay palabras para expresarlo. Por eso yo no quiero hablar del dolor que me da perderlo, prefiero recordar las alegrías inmensas que dejó en mi vida durante su paso. Recordar por ejemplo cómo fue recibirlo cuando nació, su carita tierna y sus ojos curiosos. Traer a la memoria el niño travieso que fue, y el joven hermoso en el que se convirtió, y recordarlo así para siempre, lleno de vida y esperanza, porque un hijo es eso: esperanza, así ya no esté con nosotros.
Tal vez lo único bueno de toda esta experiencia es saber que yo que soy mayor, tal vez en unos pocos años parta también, para reunirme con él, y entonces volveremos a ser los cómplices inseparables, y tendremos toda la eternidad para jugar y ser los mejores amigos, como siempre. Hasta pronto, hijo amado.
Discurso para decirle adiós a la pareja Desde que estuvimos juntos, yo era la cobarde y tímida, y él la persona arrojada y valiente. Así que nos complementábamos, porque mientras él se arriesgaba, yo me iba por lo seguro. Creo que la única vez que lo vi asustado fue cuando supo que iba a ser papá. Gracias a Dios para el momento del parto, ya se le había quitado el miedo, con la docena de libros que me compró a mí y que leyó él, porque si no hubiésemos sido dos los aterrorizados.
Así, poco a poco, con el pasar de los años se fue convirtiendo en mi apoyo, mi compañero, mi aliado, mi amigo, mi amante, mi enamorado, y sobre todo en aquel que de ser necesario me habría empujado de un avión, solo por salvarme o para que probara emociones nuevas. Hoy, la vida me lleva a tener que decirle adiós. Yo sé que cualquiera que haya escuchado hasta este momento mis palabras y me conozca creerá que esto petrificada del miedo por todo lo que me viene ahora.
Sin embargo, tengo que decirles que este ser, al que hemos venido a despedir hoy, además de su amor, su vida, sus hijos y sus años, me dio uno de los regalos más hermosos que le puede dar una persona a otra: me enseñó a tener confianza y fe, en mí, en la vida, en el futuro. Y en honor a esto, delante de su cuerpo y frente a su espíritu que sé que está en algún lugar del aire escuchándome, afirmo que toda está bien, y que seguirá estándolo, porque durante estos años a su lado aprendía a ser fuerte, luchadora, confiada, y sobre todo yo misma. Así que durante el tiempo que me quede de vida, antes de reunirme de nuevo a su lado, para seguir amándonos por siempre, me encargaré de disfrutar cada día de existencia, como él lo hizo, y me enseñó a hacerlo. Nos vemos pronto, amor mío.
Dicen que es contra natura enterrar a un hijo, puesto que la ley de la vida dicta que sean los menores los que den sepultura a los mayores, pero mucho sabemos que en realidad en la vida hay pocas reglas, y que cada regla tiene su excepción. Qué puedo decirles del dolor inmenso que siente mi corazón el día de hoy en que tengo que entregarle a la tierra un pedazo de mi carne y de mi alma. No hay palabras para expresarlo. Por eso yo no quiero hablar del dolor que me da perderlo, prefiero recordar las alegrías inmensas que dejó en mi vida durante su paso. Recordar por ejemplo cómo fue recibirlo cuando nació, su carita tierna y sus ojos curiosos. Traer a la memoria el niño travieso que fue, y el joven hermoso en el que se convirtió, y recordarlo así para siempre, lleno de vida y esperanza, porque un hijo es eso: esperanza, así ya no esté con nosotros.
Tal vez lo único bueno de toda esta experiencia es saber que yo que soy mayor, tal vez en unos pocos años parta también, para reunirme con él, y entonces volveremos a ser los cómplices inseparables, y tendremos toda la eternidad para jugar y ser los mejores amigos, como siempre. Hasta pronto, hijo amado.
Desde que estuvimos juntos, yo era la cobarde y tímida, y él la persona arrojada y valiente. Así que nos complementábamos, porque mientras él se arriesgaba, yo me iba por lo seguro. Creo que la única vez que lo vi asustado fue cuando supo que iba a ser papá. Gracias a Dios para el momento del parto, ya se le había quitado el miedo, con la docena de libros que me compró a mí y que leyó él, porque si no hubiésemos sido dos los aterrorizados.
Así, poco a poco, con el pasar de los años se fue convirtiendo en mi apoyo, mi compañero, mi aliado, mi amigo, mi amante, mi enamorado, y sobre todo en aquel que de ser necesario me habría empujado de un avión, solo por salvarme o para que probara emociones nuevas. Hoy, la vida me lleva a tener que decirle adiós. Yo sé que cualquiera que haya escuchado hasta este momento mis palabras y me conozca creerá que esto petrificada del miedo por todo lo que me viene ahora.
Sin embargo, tengo que decirles que este ser, al que hemos venido a despedir hoy, además de su amor, su vida, sus hijos y sus años, me dio uno de los regalos más hermosos que le puede dar una persona a otra: me enseñó a tener confianza y fe, en mí, en la vida, en el futuro. Y en honor a esto, delante de su cuerpo y frente a su espíritu que sé que está en algún lugar del aire escuchándome, afirmo que toda está bien, y que seguirá estándolo, porque durante estos años a su lado aprendía a ser fuerte, luchadora, confiada, y sobre todo yo misma. Así que durante el tiempo que me quede de vida, antes de reunirme de nuevo a su lado, para seguir amándonos por siempre, me encargaré de disfrutar cada día de existencia, como él lo hizo, y me enseñó a hacerlo. Nos vemos pronto, amor mío.
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