El Barrio de la Vergüenza

El Barrio de la Vergüenza

El parque temático de los abandonados

No hay que irse muy lejos para encontrar edificios abandonados, en ruinas, que amenazan ruina o que simplemente ya no están. Aquellas casa antiguas que tenían tanto encanto y que son maltratadas por el tiempo, hoy en día es más cómodo dejar que se derrumben y construir una nueva y más moderna, pero sin encanto, en el solar que ocupó. Y si no hay dinero, dejar que las casas se derrumben y en los solares dejar que los grafiteros den rienda suelta a su imaginación y decoren las ruinas consiguiendo un bonito y vergonzoso parque, un espacio abierto en la ciudad para que pasee la miseria, la soledad, el abandono y el asco. Esto ocurre en todas las ciudades, para qué negarlo, pero Lisboa ha sabido sacar provecho a la Arquitectura de la Vergüenza.

Por toda la ciudad, hermosos edificios de fachadas con azulejos, piedras talladas y sobre todo muchos años, son sólo cáscaras vacías. Las ventanas y las puertas están tapiadas por ladrillos y encima de la puerta principal, un cartel que díce: «Patrimonio Municipal». Esa es su sentencia de muerte. Teóricamente ese edificio está preservado para su rehabilitación, pero son tantos y tan poco el dinero que hay, que sólo les queda esperar a derrumbarse. La gente que vivía allí, los que ya no tienen casa, lo respetan, se limitan a pintar las ventanas tapiadas de colores vivos, sobre todo amarillo, y colgar un gran cartel que dice «Por aquí también pasó la vergüenza».

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Sin placa de numeración en el portal, pero con el número pintado, no sea que la casa se despiste.

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Los andamios ya estaban cuando la gente vivía aquí, son para que no se derrumben los muros, no por obras. El 38 no lo han tapiado, así puedes ver la zona arreglada. En el telefonillo pone que un día vivió allí un médico. Y en el 40, todavía vive gente, pero es secreto.

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Y el doctor del 38… ¿Cómo entraba a su casa?.

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Un portal de escaleras empinadas con sus buzones oxidados. No se vosotros, pero a mí me parece que la casa está bastante bien, yo he vivido en casas más viejas. Sin ningún cuidado, cada vez se va haciendo más difícil su arreglo, hasta que resulte imposible. Pronto, acabarán todos como en el parque de la Calle de los Ciegos:

En el barrio de la Alfama, uno de los más antiguos y con más encanto de Lisboa (y tradicionalmente uno de los más pobres), hace unos años se puso de moda entre la gente con dinero comprar casas viejas y construirse hermosos palacetes. Las vistas son muy buenas. Ahora esas casas son patrimonio municipal, para protegerlas de la especulación y a sus vecinos de un derrumbe de techo, pero no de la ruina, separadas de sus primas lujosas por parques de escombros. Acompañadme a visitarlos.

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Vamos de paseo por la Calle de los Ciegos, aquella que guarda lo que nunca debe ser visto. Pero hoy se han dejado la puerta abierta, ¡ups!.

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Entramos a la plaza por la calle que baja del castillo de San Jorge, es un atajo fuera de las rutas turísticas, el tranvía lleno de turistas y el minibús lleno de turistas rodean la zona por ambos lados. La parte visible.

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Arriba, las casas lujosas y nuevas, como recién hechas. Abajo las ruinas.

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Lo que en su día fueron entrañables casitas de dos pisos con la misma estructura, que daban a una acogedora placita, nos muestran ahora su esqueleto. Un simpático osito con flequillo nos da la bienvenida desde el tejado, parece que se alegra de ver gente.

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La ventana tapiada pintada de amarillo se ha convertido en un símbolo de las casas abandonadas. Los ladrillos condenan la casa a la oscuridad, pintarlos de amarillo es como fingir que todavía brilla el sol, fuera, claro.

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La puerta del número 35 está abierta. Curiosamente es la única puerta que conserva la placa de numeración original. El resto de las casas tiene el número pintado con tinta negra. La dueña de la casa es muy amable y nos deja pasar a su humilde hogar. ¿Entramos?.

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Nada más entrar, al fondo, nos recibe una cálida chimenea. Todas estas casitas tenían chimenea en los dos pisos. Son las pocas estructuras que se mantienen en pie. ¡Ay, el calor del hogar!, el fuego hace tan acogedora una casa…

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No quedan paredes, ni el techo y suelo de la planta de arriba, la linda casita se ha convertido en un loft, solo quedan los colores de las paredes para recordar que un día, alguien vivió aquí y decoró su habitación a su gusto. ¿Cuál te pides?. Yo la verde.

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El piso de arriba y la buhardilla; como es obvio, estas casas también han perdido su techo. Las que aún conservan alguna pared, la más afortumadas, tienen un espantoso tejado de uralita. Las protege de la lluvia, pero si yo fuera una de estas casas, preferiría que por lo menos me visitara la lluvia, así se riegan las plantas que crecen por todas partes. Arriba se puede ver la chimenea de la casita de al lado. Los restos de habitaciones me hacen recordar mi cuarto de la infancia. Las paredes estaban pintadas de azul celeste y mi madre dibujó unas nubes blancas en la parte de arriba. Aquí sólo tienes que mirar hacia arriba para ver el cielo azul y las nubes. Ventajas de no tener tejado.

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Os presento a la única inquilina del 35, la señora paloma. No vamos a molestarla más, está un poco desmejorada, como la casa, mejor la dejamos descansar en paz con los restos de las pinturas de las paredes. Ha sido usted muy amable por enseñarnos su última morada, señora paloma.

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Entremos en la casa de al lado, la vecina también es muy simpática y agradece un poco de compañía. Aquí, entre vecinas, hay muy poca conversación. Otra cosa era cuando sacaban las sillas a la plaza y se sentaban a pasar la tarde, y como decía mi abuela «a cortar trajes», yo pensaba que todas las vecinas de mi abuela se dedicaban a la costura, hasta que me enteré de que la frase significa «a criticar». Pero esta vecina tiene cara de buena persona, y suerte, su casa por lo menos conserva algunos azulejos, y hasta una pared.

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También conserva su chimenea, probablemente fue la cocina. El verde agua de las paredes es una bonita elección a la hora de decorar tu casa. Eso quiere decir que tienes buen gusto, como yo.

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En el 37 vive todo un intelectual. Se parece bastante a Fernando Pessoa. Por las alas que tiene en la espalda parece que va a salir volando de un momento a otro. Es lo malo de estos lugares, todavía puedes encontrar poesía, pero no tardará en volar.

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Como no hay tejados, las plantas crecen felices, la basura que tiran dentro les sirve de abono, y para los mosquitos… hasta ha crecido una planta carnívora. Tranquilos, no muerde si la saludas con respeto.

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Nos despedimos de tan amables vecinos y salimos por dónde hemos entrado. Si os fijáis en los ladrillos que cubren la ventana junto a la puerta, aunque los pintes por fuera de amarillo, dentro no entra el sol. Inundará el solar el día que se derrumbe.

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También nos despedimos del simpático Señor Osito con Flequillo que se queda de guardián y seguimos nuestra ruta de las ruinas.

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Salimos de la plaza antes de que se den cuenta de que la puerta está abierta y nos la cierren. Aquí empieza el callejón de los Tuertos, y termina nuestro paseo. Volvemos a la civilización… ¿o salimos de ella…?

Buen viaje.

Tejido por Angelika.

Fotos: ANGELIKABC.

Bibliografía ►
El pensante.com (agosto 26, 2011). El Barrio de la Vergüenza. Recuperado de https://elpensante.com/el-barrio-de-la-verguenza/