La época de las ojivas nucleares
En el escenario de la Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX, la energía nuclear había acaparado gran parte de la atención pública. Desde sus aplicaciones que (se suponía) progresivamente reemplazarían a las obsoletas fuentes energéticas del carbón y el petróleo hasta los peligros de las armas nucleares que en algún punto llegaron a amenazar la supervivencia misma de nuestra civilización.
Hacia el final de este periodo, pronto quedó claro que ambos escenarios posiblemente no ocurrirían. Al final, la energía nuclear no superó la demanda de la energía tradicional en forma de combustibles fósiles. Y a pesar de varias crisis serias, ninguno de las dos superpotencias se atrevió a atacar a la otra con su arsenal nuclear. Parecía ser que la tormenta se había superado.
Lo que los habitantes de los Estados Unidos no sabían era que hubo un momento en que una bomba nuclear estuvo a punto de explotar en suelo norteamericano. Y no, no se debió a un ataque secreto de los comunistas o a una infiltración terrorista, sino a un accidente causado en parte por el azar y en parte por la mala preparación del ejército norteamericano.
Peligro en el mismo suelo norteamericano
El evento sucedió el 5 de febrero de 1958, cuando una poderosa bomba de hidrógeno Mark-15 de más de 3 toneladas, con alrededor de 100 veces el poder destructivo de la bomba de Hiroshima, desapareció a unos 18 kilómetros de Savannah, Georgia, una ciudad estadounidense que a la sazón contaba con más de 100 mil habitantes. El suceso ocurrió mientras la bomba se transportaba por vía aérea.
El avión en cuestión era un bombardero B-47 que se encontraba en un entrenamiento nocturno cuando chocó por accidente contra un jet F-86, destruyendo el caza y dañando de manera seria una de las alas del bombardero. Luego de tres intentos fallidos de aterrizaje, el bombardero recibió órdenes de soltar la carga antes de intentar un último (y exitoso) intento de llevar la aeronave a tierra.
En otras palabras, un bombardero norteamericano dejó caer sobre el territorio de su propio país una bomba 100 veces más poderosa que la de Hiroshima. Pero por supuesto, la bomba no estaba terminada… ¿no?
Pues bien, parece ser que aunque las autoridades dijeran precisamente esto – que la bomba no era funcional – documentos clasificados indicaron en 1966 que efectivamente se trataba de una bomba operacional, aunque parece ser que tenía un seguro para evitar su explosión indeseada. El ejército consideró que sería sencillo encontrarla en la región, pero tras dos meses de exhaustivas búsquedas la bomba se consideró oficialmente perdida. En la actualidad, la Fuerza Aérea todavía verifica las construcciones en la región en vista de la posibilidad de que, inadvertidamente, alguien encuentre la bomba.
Uno pensaría que luego de este suceso las autoridades norteamericanas habrían aprendido lo peligroso que puede ser el manejo de dispositivos nucleares sobre suelos norteamericanos… pero no. Unos meses después, la misma estación de la Fuerza Aérea solicitaba una nueva ojiva nuclear, y apenas habían pasado 3 años cuando un suceso semejante, pero más peligroso, casi borra del mapa otra ciudad de los Estados Unidos.
Un evento más
Este nuevo evento ocurrió el 24 de enero de 1961 cuando un bombardero B-52 que cargaba dos bombas completamente funcionales sobre el área de Goldsboro en Carolina del Norte sufrió un fallo súbito en una de sus alas de la mano con problemas por combustible. El ala prácticamente se desintegró, enviando el avión a tierra y haciendo que la carga saliera volando a una altitud estimada de entre 500 y 3000 metros. El posterior choque mataría a tres miembros de la tripulación.
Las bombas tenían paracaídas de emergencia, y una de ellas .aterrizó suavemente y pudo ser fácilmente localizada. En la otra, sin embargo, el sistema de paracaídas automático falló y la bomba cayó en una marisma cercana, rompiéndose en pedazos y enviando escombros a una distancia considerable. Más adelante, las autoridades revelarían que esta bomba tenía una alta probabilidad de explotar accidentalmente: 5 de los 6 mecanismos de contención fallaron mientras la bomba aún estaba a bordo y un switch fue lo único que impidió que convirtiera toda esta región en un infierno nuclear.
Las autoridades, como en el caso anterior, se pusieron rápidamente en la tarea de buscar los restos de la bomba, y lograron encontrar en un tiempo relativamente corto la mayor parte de sus componentes… excepto por el núcleo de uranio enriquecido que correspondía al componente más peligroso del artefacto. Los desesperados intentos de encontrarlo terminaron siempre en el fracaso y se terminó por suponer que el núcleo había quedado enterrado a unos 50 metros de profundidad en las marismas.
Al igual que en el caso anterior, cualquiera que desee realizar una construcción o algún tipo de obra en la zona debe tener acompañamiento de la Marina de los Estados Unidos, que teme las consecuencias de que el núcleo caiga en las manos equivocadas (sea por malicia u omisión).
Estos dos casos son seguramente el momento en el que el país norteamericano ha estado más cerca de ser golpeado por un dispositivo nuclear… y en ninguno de ellos intervino una potencia extranjera. Siempre fue la misma incompetencia nacional la que casi los lleva a la catástrofe.
Aunque seguramente todos los países han pasado por episodios semejantes, el poder que manejaban los militares norteamericanos llevaba el peligro a otro nivel. ¿Conoces casos parecidos en otros países?
Fuente de imágenes: 1: todayifoundout.com, 2: images.mentalfloss.com