Un procesador como ningún otro
Nuestro cerebro es increíblemente complejo. Su funcionamiento involucra tantos factores que incluso en el siglo XXI aún estamos lejos de comprender a fondo todos sus secretos. Su “concepto”: la mente humana, puede realizar centenares de tareas simultáneamente y tiene una plasticidad sorprendente, convirtiéndonos en una verdadera máquina de pensar.
Pero por su misma complejidad el cerebro puede fallar de maneras que rayan en el absurdo. Normalmente los trastornos neurológicos se analizan desde la psicología, más que desde la fisiología, pues es difícil entender cómo el cerebro realiza bien – o mal – algunas tareas. Uno de los casos más interesantes, que está bien documentado médicamente pero cuyas causas últimas se desconocen, es el de la Prosopagnosia, o la peculiar incapacidad para reconocer rostros.
El primer caso documentado de Prosopagnosia
Algunas fuentes permiten rastrear casos de esta enfermedad casi desde el Medioevo. Sin embargo en aquel entonces, así como durante la Edad Moderna, el trastorno era considerado una mera curiosidad o parte de un trastorno más general de nervios o locura. No fue hasta mediados del siglo XX que, por primera vez, se documentó este particular problema psicológico.
El caso ocurrió en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, cuando un teniente del ejército alemán fue apresado por tropas del ejército aliado. El hombre tenía una seria herida en su cabeza que fue prontamente atendida por los médicos y de la cual se recuperó rápidamente, pasa mostrar después una incapacidad bastante peculiar: no era capaz de reconocer los rostros de las personas.
Algunos podrían malinterpretar el trastorno. No se trata de un problema de la vista: el teniente alemán podía ver perfectamente. Es más una incomprensible incapacidad del cerebro para comprender que dos ojos, una nariz y una boca hacen un rostro, y que las distancias entre estas partes (así como su tamaño y ubicación) pueden indicarnos la persona con la que estamos interactuando.
Características del peculiar trastorno
La Prosopagnosia es, en muchos sentidos, un trastorno que raya en el absurdo, pero aun así es sorprendentemente común – se calcula que un 2,5% de la población la sufre en algún grado –. Algunos suelen confundir rostros, otros tienen problemas para recordarlos. En algunos casos más severos el trastorno es selectivo: algunos pacientes pueden recordar los rostros de mujeres, pero no los de hombres, y viceversa.
En los casos más severos las personas no solo son incapaces de reconocer un rostro, sino que ni siquiera recuerdan la ubicación que tienen sus partes en la cara de una persona (aunque son capaces de mencionar dichas partes: ojos, nariz, boca y orejas). En algunas ocasiones, por ejemplo, pueden recordar a las personas por características especiales (un lunar, un tic en un ojo, alguna vestimenta especial) pero en general tienen que recurrir a cosas como la voz, la posición corporal o el color del cabello y de la piel (lo que en psicología denominan el “contexto” de la persona).
El caso de Heather Sellers
Heather se enteró que sufría del trastorno a sus 36 años, tras décadas de lidiar con lo que pensaba era ansiedad o depresión. Tras comprender que tenía una enfermedad sencillamente comenzó a adaptarse y a construir un mundo personal en el que pudiera reconocer a las personas sin necesidad de recordar su rostro. Aunque la mujer ha logrado un considerable manejo de su trastorno, aún sufre de vez en cuando algunos eventos menores debidos a ello:
“Al encontrarme en un elevador repleto de personas, con espejos a nuestro alrededor, suelo ver que una mujer se mueve y me aparto para cederle el paso hasta que compruebo que esa mujer soy yo”.
Este testimonio resulta más bien hilarante, pero ilustra los problemas que estas personas sufren en el día a día y sus limitaciones en las interacciones con las personas. Sin embargo, pese a sus problemas la mayoría han aprendido a lidiar con ello y a encontrar otras maneras de reconocer a quienes los rodean.
Fuente de imágenes: cdn.psychologytoday.com, 2: i.ytimg.com