Jenízaros con su indumentaria tradicional
El Imperio Otomano
En el año de 1299 el Sultán Osmán I fundó el estado Otomano, uno de los muchos que surgieron de la crisis y decadencia del Imperio Selyúcida. Gracias a sus habilidades y las de su sucesores fueron capaces de recuperar gran parte de los territorios que habían constituido el anterior Imperio y de construir uno que sobreviviría por siglos: el Imperio Otomano.
El sucesor de Osmán I, Orkhán, creó en 1330 un cuerpo militar de élite que se convertiría en eje del gobierno imperial y en una fuerza legendaria para Occidente: los Jenízaros. Capturados y entrenados de los esclavos cristianos, pronto se convirtieron en el estándar de la infantería turca (las tropas “voluntarias” de las tribus no aceptarían ser usadas en la infantería).
Pero –y aquí vino la gran innovación turca– comenzaron pronto a usarse niños en lugar de prisioneros de guerra. Se trataba ante todo de infantes cristianos, provenientes de los Balcanes o de Grecia, que serían arrebatados a sus padres entre los 7 y los 14 años y fuertemente educados e indoctrinados. Los Jenízaros, imitando a los Mamelucos egipcios, se convertían así en un cuerpo organizado de guerreros fanáticos, indoctrinados y muy disciplinados.
Serían los Jenízaros quienes marcharan al frente, organizando las vastas conquistas que lograrían los Otomanos hasta el siglo XVII (época de su mayor esplendor). Sería sobre sus caminatas organizadas y grandes habilidades que se conquistaría Bizancio y se daría fin al Imperio Bizantino, entre muchos otros logros. Pero todo en el mundo ha de terminar y los jenízaros no fueron la excepción.
Crisis y decadencia
Para finales del siglo XVIII (esto es, hacia 1750 – 1800) el Imperio Otomano ya no era el monstruo que había sido alguna vez. Parte de esto se debía, precisamente, a la decadencia del cuerpo militar de los jenízaros, que ya no era el imbatible ejército de unos siglos atrás. Si bien seguían siendo tremendamente poderosos dentro del Imperio, donde no había tropa alguna que pudiera superarlos, los ejércitos europeos poco a poco fueron tomando la delantera.
Esto también fue causa de la misma naturaleza de los jenízaros, que en algún momento llegaron a ser más de 100.000. Por sus victorias y su influencia en la política del Imperio comenzaron a conseguir más y más beneficios para sí mismos, siendo el momento crítico en 1648, cuando consiguieron que se dejasen de reclutar tropas y en cambio la posición de Jenízaro fuese hereditaria. Así, pasaron de ser un cuerpo de élite de infantería a una aristocracia noble semejante a los caballeros europeos.
Para el Sultán los jenízaros se volvieron un problema cada vez más acuciante. En 1789 Selim III, preocupado por el curso de los acontecimientos, decidió crear un ejército profesional, pero antes de que este pudiese entrar en acción los jenízaros se enteraron y dirigieron una revuelta en la que mataron a 17 de los nuevos oficiales. Como resultado, el Sultán fue depuesto y lo sustituyó Mustafá IV, su primo, que de inmediato abolió las reformas y le dio a los jenízaros lo que pedían. Selim III fue asesinado posteriormente, cuando su primo se enteró que un gobernador leal de los Balcanes, Alemdar, venía en su ayuda.
Jenízaros en la revuelta griega de 1821
En 1808, sin embargo, Alemdar logró convencer al gran Muftí (líder supremo de la religión en el Imperio, algo así como el Papa) de deponer a Mustafá a favor de su hermano, Mahmut II. Este, de nuevo, intentó detener a los jenízaros, pero una revuelta generalizada lo detuvo y dejó la capital en manos de este grupo de soldados.
Fue allí donde por fin surgió una luz al final del túnel.
El fin de los Jenízaros
En efecto, lo que tenían de poder lo carecían en tacto político y su gobierno de Constantinopla no hizo sino volverlos los criminales por excelencia ante la población. Sus amenazas, cobros e impuestos, y peor, su incapacidad para manejar la revuelta griega de 1821, hicieron que cuando llegase el momento todos los odiaran y por lo tanto se levantaran en su contra.
El Sultán Mahmut II
Y el momento, cuidadosamente planeado por Mahmut II, llegó en 1826. Ante el público y personajes notables les impuso un duro reglamento que implicaba disciplina marcial y el marchar con uniformes europeos. Los Jenízaros aceptaron, pero en privado decidieron ignorar las órdenes y el 14 de junio comenzaron a invadir las calles.
Pero el Sultán estaba preparado. Se había asegurado el apoyo de todo el mundo (incluyendo los líderes religiosos, los estudiantes y el resto del ejército) y había dado armas a los civiles. En menos de dos días los jenízaros habían sido rodeados y solo en Constantinopla habían muerto más de 10.000. La población enardecida daba cuenta de cualquiera que intentase escapar, al que reconocían fácilmente por sus peculiares atuendos.
Y así, en cuestión de pocos días, la rebelión se agotó completamente y los jenízaros, antiguos combatientes de élite, orgullo del Imperio Otomano, pasaron a la Historia. Pronto le llegaría el momento al Imperio mismo, que había crecido demasiado y cambiado muy poco para los tiempos modernos que ahora le correspondían.
Imágenes: 1 y 3: wikipedia.org, 2: nationalgeographic.com.es