En el mundo de las Letras latinoamericanas, se conoce con el nombre de El pequeño Heidelberg a un cuento, nacido de la pluma de la reconocida autora chilena Isabel Allende, el cual además forma parte de los relatos incluidos en su libro Cuentos de Eva Luna, el cual según las distintas fuentes fue publicado por primera vez en el año 1989, gracias al trabajo de la editorial Plaza& Janés.
Argumento de El pequeño Heidelberg
En sus líneas, la autora establece un ejercicio narrativo, en donde se da a la tarea de dibujar un pintoresco bar europeo, enclavado en una montaña del Caribe, por lo que sus costumbres, traídas a América en barcos que huían de la guerra o la pobreza, se mezclaron de forma creativa con los frutos propios de la tierra caribeña, para crear un espacio en donde los exiliados de la vieja Europa, podía acercarse a olvidar por unas horas que estaban a kilómetros y años de casa.
De esta forma, entre este lugar característicos, personajes pintorescos y todo un código de comportamiento, Allende dibuja el escenario perfecto para que el amor se fortalezca durante cuarenta años, a través de bailes y silencios. No obstante, para felicidad de todos el amor triunfa y logra su cometido, aun cuando esta alegría será pasajera, convirtiéndose prontamente en un doloroso recuerdo que habrá que seguir espantando con más bailes.
Resumen de El pequeño Heidelberg
Este cuento de Isabel Allende comienza describiendo cómo sus protagonistas: El Capitán y la Niña Eloisa se conocieron y bailaron por cuarenta años seguidos, logrando una compenetración absoluta, que les permitía presentir y conocer el próximo paso del otro, sin jamás equivocarse, a pesar que durante esas cuatro décadas jamás habían intercambiado palabra alguna.
Así mismo, la autora comienza a describir el escenario en donde se llevaron a cabo los bailes entre esta pareja: un pequeño salón de baile llamado Heidelberg, el cual –según la descripción de Allende- se encontraba en una montaña de platanales, algo alejado de la capital (que algunos críticos han identificado con un pequeño poblado venezolano llamado La Colonia Tovar, antigua colonia alemana en medio de las montañas cercanas a Caracas) y que había quedado como vestigio de una época en que se creyó que el petróleo era la riqueza eterna. De esta forma, su dueño, don Rupert había recreado en pleno Caribe, un pequeño lugar que a todas fuerzas trataba de rememorar el sabor de los Alpes.
De igual forma, este pequeño salón de baile se había hecho famoso entre sus vecinos, emigrantes europeos también, que sábado a sábado podían encontrar entre notas y cervezas la alegría de su tierra, en compañía de desterrados como ellos. Igualmente, Allende comienza a describir de forma detallada los personajes que son visitantes frecuentes en el salón, como la Mexicana, una altiva y corpulenta mujer, quien vestida de sevillana, todos los sábados llega sola, a bailar con algunos de los más antiguos visitantes, como el Capitán.
Con respecto a esta Capitán, la autora lo describirá como un hombre con aire de marino retirado, alto y seco, a quien nadie le había oído hablar durante cuarenta años, y quien todos creían que era finlandés, pues así lo creía don Rupert. Excelente bailarín, frecuentaba el salón sábado a sábado, siendo frecuente compañía de la mexicana, así también como de la Niña Eloisa, una delicada y diáfana anciana, quien llevaba cuarenta años bailando con el Capitán, y a quien no sólo se identificaba por su delicada estampa, sino por el ligero olor a chocolate que había adquirido durante años de oficio, dedicada a fabricar chocolates.
Un sábado como cualquier otro, al pequeño salón arribaron dos turistas escandinavos, quienes celebraban y hablaban alto. El Capitán reconoció en las palabras de los turistas su propio idioma. Después de pensarlo un momento, decidió acercarse a hablar con los hombres, pues llevaba cerca de cuarenta años sin mantener una conversación con alguien. Atónitos, los visitantes del salón, guardaron silencio para escuchar la voz de aquel anciano al que nunca habían escuchado hablar.
Después de un rato, los escandinavos pidieron ayuda a don Rupert, pues el Capitán deseaba comunicarle algo a la Niña Eloisa, y necesitaban que lo que ellos traducirían en inglés, don Rupert lo tradujera al español. Así hicieron los hombre, y luego de que el Capitán habló, y cada intérprete tradujo, la Niña Eloisa se enteró de que el hombre con quien había bailado por cuarenta años, ahora le pedía que se casara con él. Después de un momento de duda, aceptó, desatando la alegría de los presentes.
Ya hacia el final del cuento, este tiene un giro verbal, y se podría decir también de estilo, pues lo que hasta ese momento ha parecido un cuento totalmente realista, se ve de pronto inundado con un toque fantasioso, que podría identificarse incluso con vestigios de Realismo Mágico. De esta forma, la autora habla de cómo el Capitán y la Niña Eloisa bailaron como una pareja de enamorados en el vals de su boda, y cómo bailaron y bailaron, hasta que el Capitán quedó sólo en la pista abrazando la niebla, imagen que para algunos críticos es la forma como la autora señala que poco después de la propuesta de matrimonio, el Capitán quedó solo de nuevo ante la muerte de la Niña Eloisa. Finalmente, mientras la orquesta tocaba como todos los sábados el vals favorito de la Niña Eloisa, y el Capitán se abrazaba a este recuerdo, al borde del llanto y el temblor, la Mexicana se acercaba altiva y dura, como era ella, a bailar con el Capitán, para salvarlo de ese recuerdo, en un gesto de ternura.
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