Definición de campo
Regularmente, se conoce con el nombre de Campo a las áreas rurales, destinadas al cultivo de plantaciones, cuyas cosechas son la base alimenticia de los humanos o animales, que posteriormente serán también consumidos por estos primeros. En resumen, el Campo es el sitio donde se produce y viven las plantas y animales que constituyen la fuente de alimento de la civilización humana.
Agricultura, madre de la civilización
No obstante, aun cuando para el hombre actual, la existencia de la agricultura y la ganadería parecieran ser hechos totalmente comunes, estos no siempre existieron, al tiempo que ha venido evolucionando en su funcionamiento y estructura a lo largo de los años. En este sentido, la Antropología ha señalado que la Agricultura se creó hace aproximadamente diez mil años, originando con ella las bases de la civilización actual, pues hasta ese momento el hombre se había dedicado a actividades económicas como la caza y la recolección, lo cual dictaba también un tipo de vida nómada.
Sin embargo, el descubrimiento de la Agricultura llevó a que los grupos humanos buscaran establecerse, pasando de nómadas a sedentarios, cerca de los ríos, hecho que a su vez produjo la formación de las primeras ciudades, y por ende de las primeras estructuras sociales, políticas y económicas, produciendo así la civilización actual. En este sentido, entonces la Agricultura es la madre de la civilización humana, la cual logró conocer, manejar, proyectar y administrar su alimentación, volviéndose entonces una especie mucho más fuerte en términos fisiológicos –lo cual contribuyó a su evolución- y teniendo tiempo para dedicarse a otras actividades.
El asunto de la tierra
No obstante, no todos los pueblos descubrieron y desarrollaron el arte de la Agricultura en el mismo momento y con igual éxito, por lo que en algún momento coexistieron pueblos nómadas dedicados a la caza y la recolección, junto a pueblos sedentarios dedicados a la agricultura. No obstante, comentan algunos antropólogos, estos grupos pueden haberse enfrentado, en momentos de escasez por los alimentos almacenados, dando origen entonces a las primeras guerras por territorio y recursos.
Habiendo evolucionado el concepto de guerra, haciendo que los hombres se pelearan por la obtención de riquezas y esclavos, la mayoría de las sociedades también vivieron internamente una distribución de recursos que tomaba como punto central la posesión de la tierra. En este sentido, la mayoría de las civilizaciones tenían tierras para el cultivo, las cuales eran propiedad exclusiva del Rey, siendo trabajadas por los esclavos, los cuales proveían al reino de los alimentos necesarios para su subsistencia. Al menos así funcionaron los reinos egipcios de hace cuatro mil o cinco mil años de antigüedad.
Posteriormente en la Edad Media, comenzó a gestarse la organización que derivaría en el Feudalismo, caracterizado por un Rey que es dueño de todos los territorios y recursos, pero que designa a algunos nobles como Señores de un territorio específico, figura que a su vez arrienda algunos lugares de su tierra a personas que se dedican a trabajar el campo, para poder vender sus productos y pagar impuestos con partes de sus cosechas, proveyendo así a la corte de sus recursos básicos.
Llegado el Liberalismo, y con obras ideológicas como la Riqueza de las Naciones (1776) de Adam Smith, la tierra comenzó entonces a ser vista como mercancía y valor de cambio, reafirmándose la figura del latifundista o terrateniente, aun cuando esta con el tiempo también incluiría la incorporación de grandes empresas como propietarias. Durante esta época surgiría igualmente el concepto de las productoras de alimento, haciendo que el asunto de la agricultura, y por ende de la alimentación dejaría ser un asunto comunitario, basado en pequeñas granjas, para comenzar a ser industrial, masivo y corporativo.
En la actualidad, las industrias alimenticias constituyen en algunos casos verdaderos monopolios industriales, aun cuando compran ciertos elementos a los productores más pequeños, los cuales tienen este mecanismo como única forma de subsistir en una industria que ha diseñado toda una estructura de comercio, desde la posesión de la tierra, su trabajo y cultivo, la cosecha, procesamiento, transporte, distribución y venta, hasta que puede ser adquirido por el consumidor secundario o final.
Sin embargo, esta macroindustria en torno al campo y su fuerza productiva de alimentos ha hecho que la producción se eleve exponencialmente, haciendo que al día de hoy, un humano promedio pueda acceder a una ingesta diaria de unas 2700 calorías, recibiendo así una dieta apropiada para su nutrición. Incluso esta cantidad calórica ha venido creciendo en exceso, produciendo un exceso de comida, que aunado al sedentarismo de una civilización que no debe cosechar ni cazar su alimento, ha traído como consecuencia una aumento también de enfermedades relacionadas como diabetes o problemas circulatorios.
No obstante, “no todo el mundo tiene primaveras” –como expresa la letra del compositor argentino Fito Páez- y mientras cierto sector de la población mundial come en exceso, más de ochocientos millones de personas sufren los embates de la desnutrición, de las cuales doscientos millones son niños, que no tienen acceso a fuentes de alimento. En este sentido, algunas corrientes de pensamiento culpan al liberalismo económico, denunciando al monopolio de la industria alimenticia como herramienta ejecutoria de este flagelo, al tiempo que proclaman la necesidad de retornar al campo, aprender a sembrar e implantar nuevamente la agricultura comunitaria y localizada como principal motor de lucha contra el hambre de ahora y la futura.
Diversidad versus ganancias
En este sentido, organizaciones políticas en contra del sistema también se han dado a la tarea de denunciar que en aras de la ambición por mayor cantidad de dinero, los monopolios de la industria alimenticia han –a costa de los suelos y el hambre de un buen porcentaje de la población- impuesto también hábitos alimenticios y agropecuarios, haciendo que el mundo globalizado cultive y coma solamente arroz, maíz, trigo y papas, aun cuando existen al menos 80 mil distintas plantas comestibles, las cuales crecen según el territorio al que pertenecen, y que de ser cultivadas resolverían en gran parte el problema del hambre mundial. Igual asunto ocurre con la cría de animales, para lo que se usan también grandes extensiones de terreno, en pro de que la mayoría del mundo civilizado consuma pollo, carne de res y pescado, existiendo otras especies autóctonas que pueden ser criadas, constituyendo también buena fuente de energía y proteína.
Como opción, estas mismas corrientes que denuncian esta situación, sustentada por el sistema económico dominante y el monopolio industrial sobre el campo, advierten como alternativa el regreso del hombre moderno al campo, asumiendo su responsabilidad sobre sus alimentos, o en su defecto la incorporación de agricultura urbana, a fin de que –como antes- cada región produzca su propia comida. Esto sin nombrar los grandes desequilibrios ambientales que crea una industria preocupada más por producir que por ser ecológicamente amable.
Definición del campesino
Por su parte, la figura humana central del campo es el campesino, hombres y mujeres que dedican su vida al cultivo de la tierra y la cosecha de los alimentos, siendo en este sentido entonces la base obrera de una nación, sin la cual esta simplemente moriría de hambre. No obstante, este reconocimiento existe meramente a nivel verbal, y sólo en algunos, pues históricamente –sobre todo desde la Ilustración en adelanta- se comenzó a relacionar la imagen del hombre de campo con la barbarie, mientras se enarbolaba y exaltaba la imagen del hombre civilizado de ciudad, lo cual creó un estigma social negativo sobre el campesino.
En este sentido, estereotipos como la ignorancia, la violencia, la barbarie fueron acompañando la imagen del hombre de campo, lo cual a su vez impulsó –junto con otros factores económicos y políticos- el rechazo de éste a su condición, y la huida a las ciudades, sobre todo en la gran mayoría de países latinoamericanos. Sin embargo, hoy las cosas han ido cambiando, y algunas sociedades comienzan a reconocer la sabiduría popular del hombre que sabe labrar la tierra.
Por otro lado, a nivel antropológico, la división social y de trabajo, que produjo que unos hombres fueses destinados únicamente a labrar la tierra y producir alimento, hizo que la otra parte de individuos pudiesen dedicarse a otras labores. En sintonía con esto, existen fuentes que así como relacionan el nacimiento de la Agricultura con la civilización, afirman que el nacimiento de la figura del campesino, tiene que ver también con el surgimiento del resto de las profesiones, así como de las artes. Por lo que campo y campesinos serían –socialmente hablando- al mismo tiempo sustento y origen del hombre actual.
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