Una ciudad distante
Para el entusiasta que conozca Bogotá debe saber que en el siglo XIX era muy parecida a lo que es actualmente. Lo que actualmente es la Candelaria y dos o tres barrios más eran la capital donde vivía la administración de todo el país que se desborda de colores. Frías y lluviosas son las calles de Bogotá, siempre lo han sido y además, casi 4 decenas de iglesias remarcaban el ritmo de vida de la ciudad.
Sus habitantes eran católicos y no podían creer que el mejor escritor de su ciudad (y de su país) se hubiese suicidado. En una mañana, cuando toda la ciudad estaba de misa, una detonación le atravesó el corazón a José Asunción Silva. Posiblemente leía el libro El triunfo de la muerte de D’Annunzio, pues así lo encontró sobre las 8 de la mañana la empleada.
Su madre más insensible, sólo le quedó anunciar a las primeras visitas, con tono despreciable y mezquino, mire la situación en que nos ha dejado este zoquete, mientras seguía bebiendo su tasa de café amargo.
Una vida atravesada por el infortunio y la belleza
Pero ¿por qué se había de suicidar un muchacho a los 30 años? Había viajado a París y conocía mucho de mundo, sólo fumaba unos cigarros egipcios y le gustaba hablar de cosas finas, como de maderas o buena música. No es que creyera que había poca belleza en Bogotá, pero ese tema lo omitía pues él pensaba que sus amigos vivían en esa ciudad.
En las calles esos amigos decían que Silva debía llamarse “José Pretensión” en vez de “José Asunción”, les molestaba su tono altanero y culto, aunque era un hombre único para una ciudad que sólo pensaba como destruir a las demás en cruentas guerras civiles. Porque Miguel Caro, un gran gramático y presidente de la República fue su amigo. Este tipo era uno de los que principalmente se quejaba de Silva.
Eso a Silva lo tenía sin cuidado, trataba de darle belleza a su vida aun cuando las circunstancias se hacían más duras. La gente en silencio lo señalaba de homosexual, pero él sólo era un poeta que no quería creer en las ignominiosas guerras de final del siglo que destruyeron todo el país y que lo siguieron haciendo hasta la actualidad.
Sus trabajos
Como cónsul en Caracas, Venezuela, trabajó durante su segunda juventud. Un trabajo de político que no correspondía para un poeta, aun así sus escritos seguían en aumento hasta que en una venida a su ciudad, el barco se ahogó y la mayor parte de lo que había escrito se fue por la borda. No quedó nada, la depresión casi lo mata pero siguió su vida escribiendo en silencio sus poemas.
Su trabajo no duraría mucho, su padre moriría y José se vendría a la ciudad a manejar la empresa de pianos de su padre. Esta empresa quebraría, pero por lo menos tenía a su hermana Elvira.
Con ella la relación era asombrosa, se la pasaban juntos, eran queridos el uno del otro y en las grandes ausencias, la hermana sufría por no ver a José y él siempre llegaba con regalos exclusivamente para ella. Tal vez su madre amaba a toda su familia, pero los años la fueron vuelto dura, José no podía volverse igual de duro y menos ante las circunstancias que iban a seguir en la vida de ellos.
Elvira Silva
Una inesperada muerte
El sería el primero en encontrar a su hermana muerta. Ella murió posiblemente de neumonía en esta ciudad tan helada donde a duras penas crecen las matas de arvejas porque cualquier maíz se lo lleva el roció mañanero. Así se fue Elvira, fría, blanca y hermosa como la describe Silva en el Nocturno III, poema que hizo la misma noche en que falleció Elvira, acá una parte donde se denota la tragedia:
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada…
El suicidio
Cuenta el médico Juan Evangelista Manrique:
«Fue entonces -relata el doctor Manrique- cuando me preguntó si era cierto que la percusión permitiría establecer, con cierta exactitud, la forma y las dimensiones del corazón. Me presté gustoso a satisfacerlo y con un lápiz dermográfico tracé sobre el pecho del poeta toda la zona mate de la región precordial. Le aseguré que estaba normal ese órgano y para dar más seguridad a mi afirmación le dije que la punta del corazón no estaba desviada. Abrió fuertemente los ojos y me preguntó donde estaba la punta del corazón. -Aquí, le dije, trazándole en el sitio una cruz con el lápiz que tenía en la mano. -Muy bien, dijo tranquilamente el poeta, acabas de hacerme un inmenso favor»
Ya estaba premeditada su muerte, Silva no podía seguir viviendo encerrado entre su propia tragedia, así que buscó otras opciones. Otro negocio fracasó, a duras penas se publicó su obra y también era consciente de que con nadie podía contar su agonía y sensación de muerte que deseaba.
No escatimando en detalles, había fijado el día de su suicidio un envío de rosas a la tumba de su hermana, seguramente llegaron al instante en que Silva se voló el corazón. Por muchos años la gente de la ciudad no dejó que lo enterraran y permaneció en el olvido hasta que el gran escritor español Miguel de Unamuno, quiso referenciarlo como el mejor poeta modernista.
Pero su país lo había olvidado porque este no entendía de belleza y si de guerras y olvidos.
Imágenes: 1: banrepcultural.org, 2: cervantesvirtual.com, 3: seecolombia.travel