Mentes prodigiosas
Personas sorprendentes, tal cual como las muestran en las mejores películas, han sobresalido generación tras generación gracias a sus poderes psíquicos y han podido demostrar al mundo que el ser humano es capaz de desarrollar facultades extraordinarias. Tal es el caso de Ingo Swan, el psíquico que demostró que la magia sí existe. Veamos:
Nueva York. 1971. Durante la convención anual de la Asociación de Parapsicología, la doctora Schemeidler, de la Universidad de Nueva York, presentó el expediente más arriesgado de su vida. Se trataba del resumen de las investigaciones que había efectuado sobre un peculiar personaje llamado Ingo Swan.
En su exposición aseguró que este personaje era capaz de mostrar gracias a sus facultades la existencia de los poderes psíquicos. Entre otras cosas, había logrado modificar la temperatura a distancia sin más ayuda que la de su mente.
La investigadora explicó que los exámenes de la Universidad de Nueva York se habían llevado a cabo bajo condiciones de control muy exhaustivas. Se utilizaron las medidas de temperatura de cuatro puntos de una habitación dentro de la cual se encontraba el propio Swan. Su propia piel era uno de esos cuatro puntos.
Durante las pruebas, Swan parecía capaz de modificar, hacia arriba y hacia abajo, el nivel de la temperatura de esos lugares sin utilizar para ello medios convencionales.
A partir de la presentación de este informe en Nueva York, los investigadores norteamericanos decidieron realizar nuevos estudios, a cual más perfeccionado. Se llevaron a cabo en el Instituto Stanford por el equipo capitaneado por el investigador Harold Putoff.
Se realizaron numerosas pruebas. En una de ellas, el presunto psíquico debía influir y modificar los valores de un magnetómetro, que es un aparato que mide los campos magnéticos que se registran en un lugar determinado. Para evitar cualquier fraude o incidencia externa, los expertos del Instituto Stanford cubrieron el aparato con una especie de coraza blindada a través de la cual no podían penetrar perturbaciones electromagnéticas exteriores.
Los experimentos se llevaron a cabo durante dos días. El objetivo, como decía, era influir en las mediciones que marcara el artefacto, algo que Swan logró hacer con éxito en decenas de ocasiones.
Se detectó, además, que sólo en presencia del psíquico se producía el fenómeno. Y es que cuando abandonaba la habitación, las agujas medidoras del magnetómetro volvían a la normalidad. Lo que aseguraban en su escrito Putoff y sus colaboradores científicos es que Swan era capaz de modificar un aparato de estas características… sin tocarlo.
Las investigaciones continuaron realizándose en el laboratorio de psiquiatría del Hospital Maimónides de Nueva York. Para llevarlos a cabo, se utilizó un aparato generador de ruido. Emitía sonidos de dos tipos, a razón de cincuenta por segundo. Dicha secuencia se programaba con anterioridad y era tan rápida que sólo con equipos especializados podía reconstruirse después de producirse. Lo que se lobraba con esto es que no existiera manera humana, al menos conocida, de alterar las secuencias de sonidos que se producían cada segundo.
Tras varias pruebas, el psíquico fue capaz de provocar alteraciones en la secuencia de cincuenta sonidos. Es decir, se reprodujeron de forma distinta a como se había programado. Lo logró en un número de ocasiones estadísticamente significativo.
Según el responsable de esta investigación, el doctor Honorton, Swan logró poner en funcionamiento una suerte de sexto sentido capaz de alterar una programación de corte electrónico e informático como aquélla. No le dolieron prendas al redactar su informe y admitir que poseía algún tipo de capacidad psíquica diferente a las conocidas.
Demostraciones como ésa han hecho de Ingo Swan uno de los dotados psíquicos más sorprendentes de la historia. Es la de mostración de que un ser humano puede influir – voluntariamente – sobre la materia sin contacto físico. No es el único caso de estas características, pero sí uno de los más apasionantes. Además, conviene señalar que Swan participó en los experimentos de visión remota que el Pentágono realizó para intentar espiar al enemigo – los rusos, por entonces—gracias a los poderes psíquicos.
Llegó a ver y dibujar lugares que se encontraban a miles de kilómetros de distancia, pero sin la precisión de otras técnicas más sofisticadas que están a disposición del ejército.
Quizá por ello el gobierno retiró el presupuesto destinado a esta investigación, pese a que se demostró que, efectivamente, aquel hombre era capaz de “proyectarse” a un lugar con su mente y describirlo con acierto.
Posteado por Sinuhé. El pensante.
Leído en “Expedientes del misterio”, de Bruno Cardeñosa. (Editorial Cúpula)
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