Tongokonan, las casas tradicionales de los Toraja
La primera impresión de quienes lean este titular, sin duda alguna, será que en Indonesia ocurrió una especie de “evento zombie”. No quisiera ilusionarlos en vano, por lo que es importante dejar en claro que no es este el caso. Lo que veremos aquí será una tradición bastante particular de un pueblo nativo de Indonesia que como parte de sus ritos funerarios, literalmente, se dedica a convertir a sus muertos en cadáveres que caminan, descansan e interactúan con los vivos. Veamos sus peculiares tradiciones:
Los Toraja de Indonesia
Indonesia es un archipiélago de miles de islas que a lo largo de la historia ha sido increíblemente diverso. En sus costas conviven pueblos tribales con complejas sociedades islámicas y poblaciones de ascendencia asiática: una de estas poblaciones – los Toraja – se caracterizan, ante todo, por una manera bastante peculiar de lidiar con el proceso de la muerte de sus seres queridos.
Habitan en las montañas de Sulawesi del Sur y son un pueblo grande, con más de un millón de habitantes en la actualidad. Tienen gran talento en la talla de madera y la construcción de icónicas casas conocidas como tongokonan, que tienen un techo de gran tamaño y curvado hacia arriba que se asemeja a una canoa.
Entre las creencias de este pueblo resulta particularmente importante aquella de la vida después de la muerte. Aunque es una creencia relativamente común, los Toraja la llevan al extremo y son conocidos por la complejidad de sus rituales y la elaborada construcción de sus lugares funerarios: es analizando de cerca estos procesos que podemos comprender a profundidad las creencias de este grupo étnico.
Los rituales funerarios
Cuando una persona de la comunidad Toraja muere, normalmente el cuerpo se lava y se mantiene en el tongokonan en donde espera su momento de ser enterrado. Estas opulentas casas son un símbolo de riqueza, por lo que las familias más pobres se ven obligadas a mantener a sus muertos en una habitación del hogar destinada específicamente para ello.
Los cuerpos pueden permanecer en estos lugares por meses, en ataúdes incrustados en cuevas aisladas para mantener el buen estado de los cuerpos, pues el funeral es un asunto importante al que se supone que debe asistir toda la familia. Este tiempo, además, le permite a quienes organizan el evento (porque es esto, todo un evento) conseguir los recursos necesarios para el sepelio, que suele salir bastante costoso.
En la cosmología toraja esto no se ve como algo malo. Se supone que el alma se toma un tiempo en llegar al Puya (el Reino de las Almas), por lo que el tiempo de espera incluso puede servir al difunto, que en este momento, se considera, aún no está muerto… o no del todo, al menos, pues su alma se encuentra en las cercanías mientras comienza su viaje definitivo al Puyo.
En este periodo el cuerpo de la persona se viste, adorna y limpia de manera regular, e incluso se le ofrecen alimentos diariamente. Prácticamente se considera que son aún miembros de la familia, y es incluso común que los visitantes se refieran a ellos como “buenos anfitriones” y les agradezcan luego de la visita.
Una familia «acompañando» a su familiar no tan recién fallecido
Las tradiciones luego del entierro
En muchas ocasiones las celebraciones relativas al sepelio de una persona pueden ser verdaderamente monumentales e involucrar, por ejemplo, el sacrificio de decenas de animales (búfalos y cerdos). Sin embargo, la verdadera esencia de las tradiciones de los Toraja viene después del entierro.
Pues estos pobladores consideran que el asunto no ha terminado con la llegada del alma del difunto al Puyo y que deben honrar a sus muertos sin importar cuánto tiempo pase. Es por ello que cada año realizan el ritual de Ma’neme (o “Ceremonia de limpieza de los cuerpos”) en el que reparan los ataúdes, limpian y visten de nuevo sus muertos y los llevan en una “caminata” a su villa y el lugar en que murieron. El cuerpo luego retorna a su tumba, de donde no se levantará en un año.
Otro ejemplo del particular rito
El papel de lo paranormal
Pero sí, adivinaron, las cosas no terminan aquí. Algunas leyendas locales afirman que esta tradición data de los tiempos en los que los cadáveres se levantaban por sí mismos, y se dice que en las zonas más remotas de las montañas los chamanes aún poseen la habilidad de hacer que los cuerpos se levanten.
El ritual no carecía de razón. En tiempos en los que las comunicaciones eran más complicadas y los Toraja vivían en remotas aldeas era muy difícil llevar a un muerto a su villa de origen para realizar los ritos requeridos. Por esta razón, los chamanes podían levantar a un muerto para que él mismo fuera a su lugar de nacimiento, donde el hechizo dejaría de tener efecto. Las características del muerto, de acuerdo con la información disponible, se asemejan mucho a las características de un “zombie” moderno: incapacidad de razonar y movimientos torpes, así como comportamiento de autómata.
En la actualidad las mejores comunicaciones habrían hecho innecesario este ritual, pero se afirma que en las regiones más remotas esto aún continuaría. Aunque todos los Toraja consideran que el ritual es verdadero, no existen pruebas para quienes no hacemos parte de dicho grupo cultural, pero solo pensar en ello resulta fascinante. Y más en un contexto como el de los Toraja, en el que queda claro que el contacto con los muertos es algo rutinario.
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