Conspiración en los Estados Unidos
¿Qué tienen los Estados Unidos que suelen haber sido los causantes (o por lo menos, participantes) de la mayor parte de las teorías de la conspiración que conocemos? Podría ser el hecho de que su innegable poder en el mundo los lleve a considerarse con derechos sobre los demás: sus instituciones dedicadas a la “seguridad” (la CIA, el FBI, el Ejército) son sencillamente demasiado grandes. Jugando a abogado del diablo, podría ser también que sus instituciones de control son más eficientes y hemos conocido muchos más eventos siniestros allí ocurridos: vale la pena recordar que fue el mismo senado estadounidense el que detuvo a la CIA en varias ocasiones y la delató en otras en la que las operaciones ya habían terminado (vale la pena contrastar esto, por ejemplo, con el silencio de las autoridades de otros países como la Unión Soviética).
En cualquier caso, conspiración ha venido casi a ser sinónimo del gigante norteamericano. Muchas veces por fuera de sus fronteras, en ocasiones adentro, los Estados Unidos han tenido un comportamiento dado al secretismo y la intervención en muchas ocasiones… a veces, incluso en contra de sus mismos ciudadanos.
Uno de estos casos, particularmente conocido… y condenado, es el de los llamados experimentos de Tusgekee donde centenares de personas fueron estudiadas a causa de la sífilis… sin que jamás se les diera tratamiento alguno.
Orígenes del estudio
Todo comenzó en 1932 con la creación de la Sección de Enfermedades Venéreas en el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos. Aquel mismo año se creó un grupo de estudio encargado de analizar la situación de pacientes enfermos de sífilis que no hubiesen sido tratados y ofrecer tratamientos gratuitos a cambio de su participación. El proyecto fue organizado por el médico Taliaferro Clark, quien pronto se dio cuenta que lo que sus superiores buscaban era engañar a los pacientes y usarlos como conejillos de indias. Indignado, renunció de inmediato, pero el proyecto ya estaba en marcha y no fue detenido. Funcionaría por los siguientes 40 años.
Originalmente, el programa no era tan nefasto. La Sífilis podía ser tratada, pero no se conocían medicamentos verdaderamente efectivos, y sencillamente se podía considerar que mantener a las personas en buena condición, revisando su situación de manera permanente, era algo humano… a la par que servía a la ciencia.
En 1928, Noruega había realizado un estudio semejante retrospectivo, esto es, analizando los casos de hombres que no fueron tratados a tiempo. El objetivo de los Estados Unidos era hacer eso mismo pero de manera prospectiva, algo que en su momento no tenía implicaciones éticas porque, como se dijo, no existía tratamiento.
Pero en 1940 se descubrió la penicilina, y para 1947 ya era un hecho que el tratamiento funcionaba. Pese a ello, los directores del estudio decidieron seguir con su protocolo y evitar, a toda costa, la curación de los pacientes… fatídica decisión que llevaría al contagio de sus parejas e hijos y a la muerte de muchos de ellos.
El experimento médico más infame del país
Nadie sabe en realidad qué llevó a las directivas a tomar esta nefasta decisión. Se trataba de la vida de 301 personas (todas ellas afroamericanas) que se habían ofrecido como voluntarias y a las que incluso se les engañó sistemáticamente, evitando que se presentaran a otros programas estatales para el tratamiento de la sífilis. En esencia, se podría decir que la muerte de quienes perecieron a causa de la sífilis podría considerarse casi un asesinato.
Peor aún: en los casos en los que los pacientes solicitaban el tratamiento se les engañaba, brindándoles placebos en lugar de la penicilina. Se buscaba, a toda costa, analizar los efectos a largo plazo de la enfermedad sin importar el destino de los voluntarios.
Al final, de los 301 participantes 128 terminaron muriendo directamente a causa de la sífilis o por complicaciones relativas a ella.
El escándalo sale a la luz
Ya desde los 1960’s el asunto había entrado en el círculo médico y varios profesionales habían pedido explicaciones a las directivas del estudio cuya respuesta generalizada fue el silencio. No sería hasta 1972 cuando la portada del New York Times destapó el escándalo. Vino lo esperado: despidos, investigaciones e indemnizaciones millonarias para las víctimas.
En total, fueron más de 20 años en los que un equipo de experimento hizo y deshizo a su antojo con las vidas de centenares de personas, como si no fueran humanos. El asunto, que pronto se volvió escándalo nacional, hirió mucho la legitimad de los Estados Unidos y estaría en el centro de las teorías de la conspiración relativas al SIDA que surgieron en los 1980’s (que creían que, como Tusgekee, se trataba de un experimento).
En 1997 el entonces presidente de los Estados Unidos Bill Clinton realizó una disculpa pública a la que acudieron 5 de los 8 entonces sobrevivientes del estudio. Allí, afirmó lo siguiente:
Aquello que se hizo no puede deshacerse. Pero podemos terminar el silencio. Podemos dejar de voltear la cabeza, mirarlos en los ojos y decir, en nombre de los estadounidenses, que lo que hizo el gobierno de los Estados Unidos fue vergonzoso y que lo sentimos. Para nuestros ciudadanos afroamericanos, siento que su gobierno federal orquestara un estudio tan claramente racista.
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