Psicología
La psicología humana es algo fascinante. Incontables análisis y experimentos han mostrado que nosotros (o bueno, al menos muchos de nosotros) reaccionamos a los estímulos de manera menos creativa de lo que creemos y que en el fondo somos incapaces de determinar con precisión un resultado obvio o de defender nuestras posturas… si las circunstancias externas no nos son favorables.
Ya vimos aquí dos artículos semejantes: primero, el experimento del Doctor Asch, en el que se debatía sobre la capacidad de una persona de confiar en su criterio aún cuando esto implica llevar la contraria a un grupo de personas (spoiler: no es tanta como creeríamos); segundo, el experimento de Milgram, en el que se ponía a los sujetos a realizar un acto a todas luces cruel con el objetivo de ver si eran capaces de enfrentarse a la autoridad y detenerse (spoiler: la mayor parte no fueron capaces). En ambos casos se demostró que las personas parecen tener problemas serios para comportarse como individuos “decentes” si el entorno no los impulsa a ello.
Stanford
El experimento de la prisión de Stanford fue un poco más allá de estos casos. Quienes conozcan la película Das Experiment (“El Experimento”) seguramente ya imaginen al menos una parte de la historia… pues fue precisamente en este caso que se basaron los guionistas del controvertido filme.
La “prisión de Stanford” se adaptó en uno de los edificios de la Facultad de Psicología de aquella universidad. El objetivo del estudio era crear un grupo de “prisioneros” y uno de “guardas” y ver cómo reaccionaban a el macabro escenario en el que se encontraban.
Y como podrán imaginar, las cosas no salieron muy bien que digamos.
El Experimento
El grupo de sujetos se dividió en dos: unos se convirtieron en guardas, los otros, en prisioneros. A los guardas se les dieron instrucciones claras: no se podría maltratar físicamente a los prisioneros, ni retirarles el agua y el alimento, el objetivo era (dadas esas condiciones) hacerlos sentir tan impotentes como fuera posible. Toda la parafernalia iba dirigida a este único objetivo.
Lo sorprendente del asunto fue lo rápido que los participantes asumieron sus nuevas identidades. No habían pasado dos días del experimento cuando los prisioneros de una de las celdas decidieron hacer una especie de “revuelta” encerrándose en sus celdas, bloqueando el acceso y desobedeciendo las órdenes.
Las cosas comenzaron a escalar a partir de este momento. Los guardas comenzaron a tomar represalias (ingresaron a la fuerza a la celda usando extinguidores) y separaron a los prisioneros en “buenos” y “malos”, dando privilegios importantes a los primeros. Los prisioneros se negaron a recibir estos privilegios (en solidaridad con sus compañeros) y fue allí donde comenzaron los verdaderos problemas.
Abuso
El objetivo del experimento era claro, y los guardas lo llevaron, en algunos casos, al extremo. Los prisioneros dejaron de tener un nombre y comenzaron a ser reconocidos por el número que portaban, se les prohibió hacer sus necesidades en lugares cómodos (se dispuso un simple balde con tal fin) y se crearon castigos protocolarios y procesos de aislamiento que convirtieron la situación en un caos.
El Psicólogo que estaba a cargo del experimento, el Dr. Philip Zimbardo, se convirtió en el “superintendente” de la prisión, pero nunca cumplió a cabalidad sus labores (que hubiesen pasado por limitar las acciones de los guardas). Esto llevó a que quienes fungían este papel se extralimitaran completamente en sus acciones, causando lo que serían acciones prácticamente de tortura. Uno de los prisioneros duró casi un día gritando antes de que le permitieran salir del lugar (se suponía que la participación era voluntaria, y que en cualquier momento podrían abandonar el sitio), a varios se les obligó a permanecer desnudos y en varias ocasiones se les retiraron los colchones, obligándolos a dormir sobre el concreto desnudo.
Resultados
Para muchos (incluyendo el Dr. Zimbardo) el experimento demostró la naturaleza naturalmente sádica (incluso diabólica) de los seres humanos.
Sin embargo, recientemente esta perspectiva ha sido duramente cuestionada, pues se argumenta que el psicólogo realizó significativos errores que llevaron a que la gente se comportara de esta manera. Para comenzar, reveló las características del experimento en la invitación, haciendo que solo personalidades afines con un escenario de prisión se presentaran; segundo, sentó la base para un abuso de poder y pese a poder detenerlo en cualquier momento, decidió no hacerlo; tercero (y más importante) exageró la crueldad, pues en verdad menos de un tercio de los guardas mostraron conductas sádicas y entre los prisioneros pronto surgió un escenario de solidaridad que nunca se publicó.
Así, puede que las personas no seamos, en el fondo, tan malas. Pero puede, también, que bajo las circunstancias adecuadas, pueda surgir el monstruo que llevamos dentro.
Imágenes: prisonexp.org