El Pensante

Los secretos de la carrera espacial rusa

Astronomía, Historia - abril 19, 2009

Imagen 1. Los secretos de la carrera espacial rusa

 

La alocada carrera del ego

El lanzamiento en octubre de 1957 del Sputnik, el primer satélite artificial de la historia, por parte de la Unión Soviética fue un duro golpe para Estados Unidos. El mismo cohete utilizado para esta misión podía servir para depositar una ojiva nuclear sobre territorio estadounidense. Sorprendida por la repercusión de su hazaña, la URSS no tenía intención de detenerse aquí: tras la puesta en órbita de un ser vivo, la Luna sería su siguiente objetivo. Se iniciaba así una auténtica “guerra fría” de carácter cósmico.

La puesta en órbita del Sputnik por parte de una nación que hasta aquella fecha había sido considerada atrasada en el campo de la Astronáutica cogió por sorpresa a Estados Unidos, que vio en esta iniciativa un nuevo tipo de amenaza militar. ¿Cómo había podido ocurrir? La explicación es sencilla. Mientras los estadounidenses afrontaron su proyecto de satélite desarrollando casi desde cero un nuevo cohete con tal fin (el Vanguard, pequeño y poco potente), la URSS tomó un atajo y escogió su mayor vehículo disponible, el gigantesco R-7, un misil intercontinental. El presidente de EE.UU. en aquel momento, Dwight D. Eisenhower, creía que un satélite podía retrasar el desarrollo de los misiles Atlas y prefirió separar ambas actividades. Además, pensaba que el uso de un misil podía no agradar a la opinión pública, teniendo en cuenta que la misión del primer satélite debía ser de carácter científico y civil. En cambio, el presidente soviético Nikita Jruschov permitió el uso del ICBM militar atraído por la promesa de que una victoria en aquella carrera supondría un gran prestigio para los ideales comunistas.
Paradójicamente, el R-7 soviético era un misil muy grande debido a la ineficacia de los ingenios nucleares de la URSS, demasiado pesados. Gracias a ello, el ingeniero jefe del proyecto, Serguéi Korolev, y sus ayudantes dispusieron de un cohete formidable cuya capacidad de ponerse en órbita no sería superada por la de los artefactos estadounidenses en muchos años. Una ventaja que permitía trazar un plan de misiones muy ambicioso, tanto como para alcanzar la Luna.

Imagen 2. Los secretos de la carrera espacial rusa

Sputnik-1

VENTAJA SOVIÉTICA
A Korolev no le resultó difícil convencer a Jruschov de que valía la pena mirar hacia nuestro satélite. Tras la experiencia del Sputnik el escenario espacial se había convertido en un lugar muy atractivo para dirimir rivalidades. El prestigio que estaba proporcionando la gesta a la URSS era increíble. Por eso en apenas un mes se ordenó el lanzamiento del Sputnik-2, con la perrita Laika a bordo, y se autorizó otros proyectos, entre ellos la soñada visita a la Luna.
Por su parte, EE.UU. se encontraba inmerso en una espiral frenética de toma de decisiones. Solo alcanzar la Luna podía superar la gesta del primer satélite, de modo que Eisenhower encargó a los servicios militares el diseño de misiones lunares dentro del programa Pioneer. Pero llegar a la Luna era complicado. El cohete preciso tenía que vencer la gravedad terrestre, es decir, alcanzar una velocidad de al menos 40.000 km/h, frente a los 28.000 necesarios para ponerse en órbita alrededor de la Tierra. Los ingenieros estadounidenses tendrían un largo trabajo por delante.
En la URSS, sin embargo, el problema era más sencillo. Su cohete estaba tan sobrado de energía durante el despegue (había sido diseñado para transportar bombas nucleares de 4 o 5 toneladas) que solo necesitaba un motor suplementario en su cúspide para conseguir la velocidad de escape. Dicho y hecho: el 10 de julio de 1958 se lanzó desde el cosmódromo de Baikonur un cohete R-7 equipado con una maqueta de lo que sería esa etapa de propulsión suplementaria.
En cuanto a la sonda que viajaría sobre el vehículo, existían informes desde abril de 1957, elaborados por el ingeniero soviético Mijaíl K. Tijonravov, que describían cómo debía ser y cómo funcionaría. La propuesta de Korolev respecto a la misión fue presentada el 28 de enero de 1958 al Comité Central del Partido Comunista. La sonda se llamaría Object-E y tendría distintas configuraciones para llevar a cabo diversas misiones, todas ellas con gran impacto mediático.
Se utilizarían cuatro tipos de sonda. La primera (E-1) buscaría un impacto directo contra la Luna, la segunda (E-2) fotografiaría la cara oculta de nuestro satélite, la tercera (E-3) haría lo mismo con cámaras más potentes y la cuarta (E-4) volvería a intentar impactar contra la Luna, transportando esta vez una bomba nuclear. A mediados de 1958 la opción nuclear fue descartada. Sin embargo, no se había solucionado el problema de cómo demostrar que la sonda había alcanzado su objetivo para llamar la atención pública. Se pensó en cargar explosivos convencionales a bordo de la E-1, pero finalmente se optó por dotarla de un transmisor cuya señal se vería interrumpida cuando se produjese el choque definitivo.
Según el calendario establecido, la primera sonda lunar soviética debía volar en agosto o septiembre de 1958.

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Perrita Laika junto a Serguéi Korolev.

FRENÉTICA CARRERA LUNAR
Aunque albergaba sospechas sobre la determinación soviética por llegar a la Luna, el Gobierno de Estados Unidos no tenía certeza alguna al respecto. Su propio programa lunar, aprobado el 27 de marzo, se había iniciado con mal pie. El 17 de agosto despegaba desde Cabo Cañaveral la primera sonda Pioneer a bordo de un cohete Thor-Able-I con la ambiciosa meta de colocarse en órbita alrededor de la Luna. Pero la Pioneer explotó con su cohete a 15 km de altitud, lo que devolvió a la URSS el primer puesto en la carrera lunar. La sonda soviética E-1 era esférica y sencilla, la única forma de construirla a tiempo para una misión tan avanzada. Solo pesaba 157 kg y tenía 80 cm de diámetro. Su bautismo espacial, sin embargo, fue casi idéntico al de su competidora estadounidense. A los 93 segundos del despegue, que se produjo el 23 de septiembre, su cohete sufrió unas extrañas vibraciones y estalló en el aire. El resultado se mantuvo en estricto secreto.
Las ventanas de lanzamiento a la Luna se sucedían con una periodicidad mensual. La siguiente se abrió para la URSS el 12 de octubre, pero sus ingenieros fueron incapaces de encontrar en tan poco tiempo las razones del fallo del anterior cohete. Como la ventana de Estados Unidos se había abierto un día antes, Korolev ordenó colocar en la rampa de despegue otra sonda. Si el rival estadounidense despegaba, también lo harían ellos, y, dado que su cohete era más potente, podría alcanzar una mayor velocidad y permitir que su sonda llegase antes a la Luna, el crucial objetivo de la misión.
La Pioneer-1 estadounidense despegó, efectivamente, pero después de un cuidadoso análisis se descubrió que la velocidad alcanzada por su cohete no había sido suficiente, por lo que cayó a la Tierra tras alcanzar una distancia de 114.000 km. Sin embargo, como estos cálculos no fueron dados a conocer de inmediato (la Pioneer chocó contra nuestro planeta 43 horas después del despegue), Korolev, creyendo que esta vez EE.UU. había logrado su objetivo, ordenó el lanzamiento de su propio e inseguro vehículo.

El 12 de octubre la segunda E-1 soviética partió desde Baikonur, pero el resultado de su periplo fue el mismo que el de su antecesora: las vibraciones del cohete la destruyeron a los 104 segundos. Resultaba obvio que cualquier nuevo intento terminaría de igual forma si el problema inicial no era identificado y resuelto. A la sazón, el examen de los restos de los vehículos estrellados permitió averiguar que las vibraciones habían aparecido al colocar sobre el misil primitivo el motor suplementario para alcanzar la velocidad de escape hacia la Luna. Se aplicaron las medidas correctoras, que fueron probadas en noviembre, y el sistema estuvo de nuevo a punto para volver a intentarlo.
El tiempo empleado en la resolución de la anomalía no permitió a la URSS participar en la ventana de noviembre. Estados Unidos, en cambio, sí lanzó la Pioneer-2 el día 8, si bien otro fallo de propulsión dejó a la nave muy lejos de su objetivo: solo alcanzó los 1.500 km de altitud.
En octubre inició sus operaciones la NASA, creada por la Administración estadounidense para hacerse cargo de todos los programas espaciales civiles. Este organismo tendría que confeccionar su propio programa de sondas lunares y también supervisar los puestos en marcha por los militares. La primera misión controlada por la agencia había sido la Pioneer-2, aún patrocinada por la Fuerza Aérea. El Ejército lo intentaría a partir de diciembre con un cohete (Juno-II) y una sonda nuevos.
Los repetidos fracasos de la versión de la Fuerza Aérea estadounidense habían permitido a los soviéticos seguir aspirando al triunfo final. El 4 de diciembre una nueva E-1 partía desde Baikonur, pero, aunque el problema de las vibraciones no apareció, otro fallo terminó con la misión a los 245 segundos del despegue. La desesperante fragilidad del sistema hizo temer a Korolev la derrota en la carrera lunar.
El 7 de diciembre la Pioneer-3 presentó su propia candidatura. Sin embargo, el éxito tampoco sonrió en esta ocasión a los ingenieros estadounidenses. La sonda solo alcanzó 100.000 km de distancia.

Imagen 4. Los secretos de la carrera espacial rusa

Pioneer-3

EL LUNIK
Hace 50 años los soviéticos empezaron a perseguir una nueva primicia espacial. El camino estuvo, no obstante, erizado de dificultades, dada la naturaleza pionera de la iniciativa, que resultó ser mucho más difícil de lo esperado. Ahogados por la urgencia que suponía luchar contra otro rival que también lo intentaba sin descanso y presionados por las autoridades del país, que exigían un “nuevo Sputnik”, los hombres de Korolev trabajaron sin descanso durante meses. Su premio estaba a punto de llegar.
La ventana de lanzamiento más próxima se abría el 31 de diciembre, pero algunas dificultades técnicas implicaron un retraso en el lanzamiento hasta el 2 de enero de 1959. Ese día la cuarta sonda E-1 despegó desde Baikonur y se convirtió en el primer objeto de construcción humana que alcanzaba la velocidad de escape. Una vez confirmada dicha velocidad, la maquinaria de propaganda comunista se puso en marcha y anunció al mundo el éxito del ahora llamado proyecto Lunik (o Luna). Los estadounidenses volvieron a sufrir así el duro impacto de la derrota y la humillación.
Claro está que la nota de prensa soviética nada mencionaba sobre los tres intentos fallidos anteriores. Para Occidente, la URSS había superado otra vez a sus enemigos, y no parecía existir en el horizonte perspectiva alguna de que la diferencia entre ambas potencias pudiera cerrarse a corto plazo.
Pero ¿cumplió la Lunik su objetivo? En realidad no: un fallo en el sistema de control del cohete lo impidió. Su meta real, un espectacular impacto contra la superficie lunar, no fue posible. Solo consiguió sobrevolarla a unos 6.000 km de distancia. La anomalía, en todo caso, poco importó, ya que su objetivo real no había sido anunciado. El sencillo acercamiento fue más que suficiente para entregar la gloria de la victoria a los soviéticos.

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Imagen de la cara oculta de nuestro satélite tomada por el Luna-3 soviético.

PARANOIA SELENITA
Uno de los datos presentados en el anuncio oficial llamó especialmente la atención en Estados Unidos: el ingenio tenía una masa de 361,3 kg una cifra que hizo pensar en un error en la colocación de la coma decimal. Nada más lejos de la realidad: la superioridad soviética en materia de propulsión era aplastante. Teniendo en cuenta el peso de las miniaturizadas bombas nucleares estadounidenses, quedaba claro que un cohete como aquel habría podido enviar un dispositivo atómico hacia la Luna e incrementar el número de cráteres de su superficie. ¿Lo harían algún día?
Algunos periódicos occidentales empezaron a hacerse eco de este y otros rumores. Según estos, entre las siguientes misiones soviéticas se encontraba el envío hacia la Luna de numerosas naves que, lanzando un colorante rojo sobre su superficie, la convertirían para siempre en un paraje totalmente escarlata, como signo imperecedero del dominio comunista sobre el mundo. El motor que condujo a la Lunik hacia su destino llevaba a bordo un kilogramo de sodio que, al ser quemado mediante una sustancia parecida al napalm, creó una especie de nube amarillenta perfectamente visible desde la Tierra mediante telescopios. Esta ayuda visual para seguir la trayectoria del vehículo, una especie de cometa artificial, alimentó sin duda los rumores.
Además, a bordo de la sonda viajaba una pequeña esfera metálica diseñada para estallar y esparcirse en la Luna en 72 fragmentos, cada uno grabado con el escudo de la hoz y el martillo. Su objetivo era crear un auténtico monumento a la ideología comunista y a la patria (y quizá reclamar la propiedad de la Luna), algo frustrado por el desvío de la sonda.
Treinta años después las autoridades soviéticas reconocieron que la órbita solar de la también llamada Mechta (sueño) tenía su origen en un error de guiado. Para la historia, sin embargo, el Lunik permanecerá por méritos propios como nuestro primer enviado hacia los espacios interplanetarios.

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Grupo de ingenieros soviético que desarrolló el Sputnik-1

 

LA CARA OCULTA
El objetivo inicial del Lunik, el impacto contra la superficie lunar, quedaba pendiente y aún podía convertirse en primicia. Korolev creía que el choque demostraría la precisión de sus sondas y, de paso, de sus misiles. Si un cohete R-7 podía enviar hacia un punto concreto de la Luna ubicado a 400.000 km de distancia una sonda, ¿qué no podría hacer con una bomba nuclear en dirección a una ciudad estadounidense, situada a pocos miles de kilómetros? Por eso, y sin la urgencia previa, se mejoró la sonda E-1 para volver a intentarlo.
El 3 de marzo la Pioneer-4 fue disparada hacia la Luna y, aunque logró seguir los pasos de su predecesora soviética, pasó muy lejos de ella (60.000 km). Con este intento todas las sondas lunares preparadas por los militares estadounidenses habían sido ya lanzadas, con un muy magro resultado. A la espera de que la NASA preparara su propia serie, Korolev tenía tiempo para seguir adelante con su particular cruzada. Además, inició otros proyectos aún más ambiciosos: la sonda E-5, que podría orbitar la Luna, la E-6, que se posaría en su superficie, y la E-7, que levantaría mapas de esta última desde el espacio.
El 18 de julio de 1959 la primera E-1 mejorada partió desde Baikonur, pero se destruyó durante el vuelo al descontrolarse su cohete. El 9 de septiembre otro ejemplar vio abortado su lanzamiento y tuvo que ser retirado de la rampa de despegue. Por fin, el día 12, prácticamente un año después del primer intento de percutir contra la superficie de la Luna, el Luna-2 voló hacia ese objetivo. Impactó contra una zona situada entre los mares Imbrium y Serenitatis y se convirtió en el primer objeto fabricado por el hombre que alcanzó otro cuerpo celeste.
El logro fue explotado convenientemente. Coincidió con una visita de Jruschov a Estados Unidos y el premier regaló a su homólogo, un contrariado Eisenhower, una réplica de la esfera que se había fragmentado sobre la Luna esparciendo el escudo de armas soviético.
El grado de satisfacción de Jruschov era superlativo. Ahora sus “enemigos” sabían de qué eran capaces sus cohetes. Pero no se detendrían ahí. El próximo paso sería enviar a la Tierra imágenes de la cara oculta de la Luna. De paso, probarían la tecnología que permitiría espiar el territorio estadounidense. El Luna-3 despegó con esta misión el 1 de diciembre de 1959 y, aunque borrosas, envió las preciadas fotografías. Las imágenes fueron interceptadas por la antena del observatorio Jodrell Bank (Reino Unido) y llegaron a la prensa occidental antes de que las autoridades soviéticas dieran el visto bueno, lo que motivó sus más enérgicas protestas ante tal acto de “piratería”. De hecho, aparecieron deformadas, devaluando la hazaña de la pequeña sonda E-2.
Durante 1960 Korolev introdujo la serie E-3, equipada con mejores cámaras para captar la cara oculta de la Luna. El lanzamiento de la primera sonda, el 15 de abril, resultó fallido (solo alcanzó 200.000 km de distancia). La segunda, en reserva, lo intentó al día siguiente, pero explotó en la rampa de despegue.
Aquí finalizó el periplo de las sondas lunares soviéticas de primera generación. Considerando cumplidos los objetivos básicos iniciales, Korolev y su equipo desviaron su atención hacia Venus, Marte y, especialmente, hacia la puesta en órbita del primer ser humano. Medio siglo después del primer intento de conquistar Selene el mundo vuelve a mirar hacia ella, pero la paranoia política ha quedado atrás. Los rivales de antaño colaboran en el espacio y quién sabe si algún día compartirán aquello que una vez se disputaron.

Imagen 7. Los secretos de la carrera espacial rusa

Misil militar R-7 soviético que se utilizó para lanzar los satélites

SERGUÉI KOROLEV: EL «ALMA» DEL SUEÑO ESPACIAL DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
Serguéi Korolev fue uno de los padres de la Cosmonáutica en el mundo, un genio que proporcionó a la URSS sus mejores días en el ámbito espacial. Desde muy joven soñó con viajar hacia otros planetas, por lo que se involucró en el desarrollo de primitivos cohetes con otros aficionados. Muchos de estos hombres, después ingenieros, permitieron a la Unión Soviética construir sus futuros misiles y cohetes espaciales. Pero en 1938 Korolev cayó víctima de las purgas estalinistas y fue encerrado durante 6 años, que incluyeron una estancia en un gulag siberiano. Desde entonces su salud se resentiría frecuentemente. Cuando lo liberaron fue rehabilitado debido a su experiencia, ya que hacían falta ingenieros que estudiaran el primer misil militar de la historia (la V-2 alemana) y que desarrollaran dicha tecnología para el país.
Korolev ascendió a lo más alto del escalafón y su grupo de trabajo se ocupó de diseñar el ICBM soviético. Pero nunca olvidó su sueño de viajar al espacio. En cuanto pudo propuso lanzar un satélite artificial, iniciativa que solo fue aprobada cuando EE.UU. anunció algo semejante. Desde ese momento Korolev dirigió la mayoría de los programas, incluyendo el primer satélite, la exploración de la Luna y los planetas, el primer vehículo tripulado y el programa tripulado lunar. Obsesionado por alcanzar la Luna antes que EE.UU., trabajó sin descanso hasta que su salud se lo permitió. Dada su trayectoria, su existencia siempre fue ocultada por la URSS, que temía que fuera secuestrado por EE.UU. Cuando murió en 1966, el programa lunar, falto de liderazgo, colapsó, y el Apolo-11 venció en la carrera hacia nuestro satélite.

Imagen 8. Los secretos de la carrera espacial rusa

El luna-1

¿SABÍAS QUÉ…
…los primeros años del programa espacial soviético estuvieron diseñados única y exclusivamente para obtener réditos militares y propagandísticos en el resto del mundo?

LA CURIOSIDAD
Los estadounidenses llegaron a temer que la Luna se convirtiera en el monumento definitivo al comunismo. Esto se debió tanto a la paranoia de la época por la carrera espacial como a la propaganda soviética y a la humillación que había supuesto para EE.UU. la hazaña del Sputnik.

Imagen 9. Los secretos de la carrera espacial rusa

Nikita Jruschov, que dio el visto bueno al programa espacial de la URSS

LUNA-15: INTENTO DESESPERADO
La carrera lunar se intensificó cuando se iniciaron los programas tripulados hacia nuestro satélite. Estados Unidos participó con el Apolo y los soviéticos con su N-1/L-3. Durante algún tiempo ambas potencias lucharon frente a frente, pero pronto resultó evidente que los primeros ganarían esta competición. Entonces la URSS optó por negar que tenía en marcha un programa tripulado lunar, asegurando que solo tenía previsto enviar sondas automáticas. Las sucesoras de las primitivas Luna eran más sofisticadas que aquellas. Algunas se posaron suavemente en la superficie de nuestro satélite y otras intentaron pasearse o recoger muestras para traerlas a la Tierra. Con el Apolo-11 estadounidense volando ya hacia Selene, los soviéticos lanzaron su última esperanza: el Luna-15. Si lograba su propósito, podría traer muestras de suelo lunar antes que Neil Armstrong y sus compañeros.
En Estados Unidos se temió lo peor. Incluso existían rumores de que el Luna-15 intentaría sabotear el alunizaje del módulo lunar tripulado interfiriendo en sus comunicaciones o impidiendo sus objetivos. Nada de ello ocurrió, y el último cartucho soviético, cuando los astronautas del Apolo-11 volvían ya a casa cargados con varios kilogramos de muestras, explotó en sus manos: el Luna-15 descendió y encontró su final al chocar contra una montaña.

 

Artículo de Victor Arenas en Revista Más Allá de la Ciencia nº 234

 

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