Juan Pablo Orellana y una de sus mayores tarántulas
Granjas
Una granja, por definición, cría cosas. Pueden ser plantas o animales para comer. Pueden ser plantas o animales para obtener materiales (lana, algodón, leche, huevos). Pueden ser incluso animales y plantas para revender como mascotas o adornos.
Algunas granjas se especializan en cosas verdaderamente extrañas. Pero resaltan de entre todas aquellas dedicadas a la cría de arañas.
El asunto no es tan marginal como cabría esperar. Hoy hablaremos de dos personas que han dedicado su vida a la cría de estos pequeños y peludos animalitos. Veamos:
La Granja de Orellana
Fanático de estos animales, lo primero que Juan Pablo Orellana hizo cuando comenzó a salir con su actual esposa fue regalarle uno de estos animales. Al parecer el gusto era mutuo (el gusto por los animales, claro), pues ella no salió corriendo aterrada, sino que aceptó el regalo con alegría.
Desde siempre fue un fanático de las arañas y quiso hacer algún tipo de negocio con ellas. La idea surgió por sí sola y comenzó a manejar una tienda de tarántulas (llamadas en Chile “arañas pollito” por sus pelos). Lo que muchos pensaron era una locura se convirtió en un negocio increíblemente próspero y en la actualidad mantiene negocios que le significan exportar más de 30.000 tarántulas al año. Cada una de ellas va cuidadosamente empacada en una caja con agujeros y su respectivo permiso de salida del país.
Juan Pablo asegura que son mascotas de fácil cuidado (solo hay que alimentarlas una vez por semana, con un gusano o escarabajo) y envía especies exóticas, que él mismo ha recolectado en la provincia chilena, a Europa y Estados Unidos.
La Granja de Cristensen
Cuando la policía se presentó en su hogar (entonces en Feasterville, una ciudad estadounidense) y le indicó que debía mudarse pues la producción industrial de algo (lo que fuera) no era legal en el área, Charles Cristensen no dudó ni un segundo. Inmediatamente se sentaron con su esposa a buscar cuál sería el mejor lugar para llevar su emprendimiento. Es decir, unas 50.000 arañas.
En la actualidad viven en Arizona, en medio del mayor desierto de Norteamérica, en donde pueden cuidar sus arañas en paz. El sitio cumple todas las condiciones: vecinos tolerantes, clima seco y cálido y un aeropuerto cercano para realizar sus envíos.
Charles Cristensen «ordeñando» una araña
Pero al contrario que Orellana, Cristensen no envía las arañas. Su especialización es el veneno de araña, el cuál ordeña con cuidado de sus pequeñas compañeras.
La labor no es nada sencilla. Cristensen debe clavar una minúscula aguja en las glándulas de la araña mientras que con una válvula impide que los jugos gástricos contaminen la muestra. Puede tomarle entre 500 y 1.000 arañas obtener una sola gota. Y cada araña puede ordeñarse, máximo, una vez a la semana.
Pero en los venenos están ocultos secretos de la naturaleza que no conocemos. El científico colombiano Rodolfo Llinás fue uno de los primeros en buscar la ayuda de Cristensen en los 1980’s, aunque lo habían precedido científicos japoneses en los 70’s. Los venenos indican el funcionamiento de los neurotransmisores y pueden ser la clave para la creación de nuevos medicamentos.
El sistema de Cristensen para ordeñar las arañas es único, y cada año decenas de laboratorios alrededor del mundo solicitan sus productos. Y el hombre, feliz, vive en medio de decenas de miles de arañitas que podrían tener la clave para la cura de muchas enfermedades.
Imágenes: 1: lun.com, 2: elespectador.com