Desambiguación
Partamos de que se habla en muchos ámbitos del “efecto Frankenstein” y a veces es evocado de distintas maneras. Por ejemplo, hace unos años en el ecosistema marítimo del puerto español de Valencia, trajeron diferentes tipos de peces y ellos se juntaron con los peces nativos, dejándolos en peligro de desaparición. La transformación del paisaje en este caso es denominada por “el efecto Frankenstein”.
También en cine hay una técnica que consiste en que un personaje actúe como si fuera varios, sin que el observador se dé cuenta, ella recibe igualmente el nombre de efecto Frankenstein. En este apartado vamos a dar cuenta de un efecto Frankenstein que la mayoría desconoce, un efecto que ha sucedido desde varios años y nos ha marcado a todos y que su definición será explicada a lo largo del artículo. Espero disfruten este análisis.
“La desatención”: ¿quién se beneficia?
Si vemos la actualidad de las vidas de las personas que nos rodea (especialmente nosotros), contemplaremos el mundo de dispersión en el que vivimos. Las redes sociales, los medios de comunicación y las tiendas que vemos en las calles, nos bombardea con publicidad que nos hace “consumidores” mientras nos desestructura como sujetos pensantes y dueños de nosotros mismos.
Esto no es gratuito. Históricamente esto se remonta a un esquema de bombardeo de publicidad creado en EEUU con la Primera Guerra Mundial. Al inicio, el gobierno norteamericano deseaba que las personas se volvieran más patriotas para que la mayoría de sus jóvenes fueran a la guerra y las familias lo apoyaran.
Efectivamente esto funcionó y las personas en este país terminaron con un modelo de país “súper patriota”, donde el cine, la música y sus políticos reflejaron un fuerte chovinismo hacia su país, rescatando los grandes valores “de ser americano” o “de ser de EEUU”. Crearon un país soñado para que todos sus habitantes se sintieran orgullosos de él y no vieran que era para un fin de control social.
El final de la Guerra. ¿Y ahora qué?
Con todas las fuertes campañas publicitarias y EEUU estableciéndose en una época de inusitada paz posguerra, volvió al continente con sus hombres que se sentían victoriosos de haber ganado una guerra que ni siquiera era de ellos.
Los grandes analistas de guerra comenzaron a trabajar para empresas privadas. Lo primero que hicieron fue campañas publicitarias para la venta de carros, cigarrillos, televisores. Esta época que estuvo marcada por mucho dinero en la sociedad hizo que se despegaran las ventas del licor, de las fiestas, en total: de la cultura superficial que los norteamericanos han vendido a todo el mundo.
Al igual que en la Primera Guerra Mundial, esta técnica sirvió enormemente para los intereses de las grandes empresas. Ellas crearon la cultura de consumo que hace mostrar al hombre que no se puede valer por sí mismo si no tiene un buen carro, un reloj caro, unas ropas decentes o una casa envidiable.
Todo aquel que pensaba diferente empezó a ser tratado como si fuera diferente y se le discriminó. Pues desde la venta al público de microondas, armas para la caza, productos enlatados y de comida chatarra se generó una nueva forma de vida que despreciaba a las personas que no creían que esas cosas eran necesarias.
Si a ti te bombardean con información las 24 horas del día diciéndote que compres cierto producto, con el tiempo vas a usar tus ahorros para ese fin. Por eso a partir de la Segunda Guerra, las multinacionales norteamericanas utilizaron estas formas de “convencimiento” con toda la población mundial. Esta forma de bombardeo de publicidad terminó saliéndose de las manos y nos terminó llegando a todos (más ahora con la globalización).
Para la muestra un botón: Coca-cola es conocida y tomada en todos los países del mundo (menos en Corea del Norte), en todo el mundo también consumimos los zapatos Nike o los cigarrillos Marlboro que son de capitales netamente estadounidenses. ¿Qué se necesita para que consumamos sin darnos cuenta? Esta pregunta será resuelta a continuación.
El bombardeo del consumo, el cambio de valores sociales
A veces escuchamos a nuestros abuelos quejándose de la sociedad contemporánea, alegando que ahora las cosas son diferentes que no hay respeto, ni un ápice de valor en nosotros, pues ellos ven cómo se ha disparado la corrupción y cómo todo es manejado por el dinero. No quiere decir que en la época de ellos fuera diferente. Pero ahí estaba oculto y la mayoría de la sociedad se movía generalmente era por fanatismos políticos o religiosos.
Todo cambió desde que llegaron los televisores. Los comerciales buscaban que los sujetos se sintieran más incómodos con ellos mismos si no se compraban un buen traje, si no hacían un viaje a las Bahamas o si no se conseguían una espectacular esposa y una casa altamente valorizada.
Partamos de que la televisión erosiona las figuras de autoridad, hace más proclive que nosotros no respetemos los valores legítimos de nuestros padres, pues ellos muchas veces no nos generan felicidad, y el camino a la construcción personal muchas veces depende de la disciplina con nosotros mismos.
Los niños son los primeros en sufrir este bombardeo como lo ha señalado Miguel Angel Ruiz e Iker Jimenez en su podcast que pueden encontrarlo en Ivoox: «Nos están entrenando la desatención»: ¿somos víctimas del efecto Frankenstein?”, (aclaro que la idea original del artículo proviene de la reflexión de lo que discuten estos dos personajes).
Los niños terminan convirtiéndose en los primeros en verse necesitados de juguetes caros promocionados en los canales de televisión. Ellos se construyen inseguros, sin una autoridad real, tal vez porque empiezan sus comportamientos materialistas. Esto los prepara a futuro para ser unos consumidores potenciales, para que este sistema siga funcionando con base en nuestra propia desestructuración.
¿Qué es el efecto Frankenstein?
Para sintetizar, el “efecto Frankenstein” es lo que sucede cuando la sociedad termina comprando cualquier producto sin reflexionar, haciendo que ese objeto se convierta en una representación del individuo. Este efecto nos deconstruye, imposibilita que desarrollemos valores propios y hace que nos vendamos al mejor postor, sin nunca cuestionarnos a nosotros mismos.
La mayor muestra de este control es nuestra desconcentración para hacer cualquier cosa. Terminamos siendo seres vacios que no pueden leer un libro por más de cuarenta minutos, nos volvemos ineficaces para escuchar, para entender de razones, sólo le creemos a las ideas que vienen resumidas y no desarrollamos una clara idea de nosotros mismos.
¿Queda en cada uno la manera en que se lucha contra esto? Tal vez sí, eso queda para la discusión.
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