La guerra por los aires
La Primera Guerra Mundial cambio muchas cosas. Fue la primera vez que flanquear al enemigo se volvió una estrategia inútil, pues las crecientes poblaciones europeas y la capacidad de movilizar más y más soldados hacían que el frente pudiese extenderse por toda la frontera de un país. Fue la primera vez que un conflicto se convirtió en una lucha por quien podía aguantar más tiempo produciendo una cantidad gigantezca de armas, cartuchos y soldados. Fue la primera vez que una guerra degeneró en un conflicto de trincheras en el que los soldados luchaban y morían por conquistar apenas unos metros de terreno y pasaban meses enteros en el campo de batalla.
Y fue la primera vez que el conflicto llegó a los cielos
Apenas una década atrás los hermanos Wright habían demostrado en Estados Unidos que una máquina voladora era posible. Y apenas tres décadas atrás Ferdinand von Zeppelin habían construido el primer zepelín, máquina que precedió al avión pero que estaba mucho más limitada en términos de peso y velocidad.
Pero para 1914 ambas tecnologías habían evolucionado lo suficiente como para convertirlas en potenciales armas de guerra. Y por primera vez, las batallas comenzaron a suceder arriba de nosotros.
Zeppelin
Los zeppelin eran más lentos que los aviones, y mostraban un blanco mucho más amplio y fácil de golpear, pero eran también más maniobrables y podían volar mucho más alto. Durante la Primera Guerra Mundial se convirtieron en armas importantes del ejército alemán, y tras algunos ataques fallidos a ciudades enemigas, los alemanes optaron por convertir a estas aeronaves en bombarderos desde grandes alturas.
Esto no funcionó tan bien como se esperaba: a grandes alturas los vientos eran imposibles de predecir y en este periodo no existían las herramientas para calcular bien dónde iban a caer las bombas. Peor aún, los zepelín presentaban grandes vibraciones y sus antenas no se mantenían lo suficientemente estables para garantizar la comunicación con el centro de operaciones a grandes alturas.
Con miras a solucionar este problema Paul Jaray, ingeniero alemán, ideó la más simple de las soluciones: hacer una larga antena de varios centenares de metros y colgar un peso al final para que se mantuviera estable. La estratagema funcionó y protel o zepelín es podían volar a gran altura comunicándose permanentemente con su centro de operaciones.
Pero Jaray comenzó a pensar más allá. Su intención era que el peso al final de la antena no fuera un peso muerto, sino que cumpliera alguna utilidad. Y la solución que creó fue tan brillante como efectiva: hacer una góndola y poner allí a una persona.
Y así nació la góndola aérea de espionaje.
Peilgondel
Llamada Peilgondel en alemán, esta cápsula espía voladora se encontraba cientos de metros por debajo de un zeppelin y era demasiado pequeña para ser vista desde el suelo. Sentado allí, el pasajero podía observar lo que ocurría en el suelo e informar de inmediato a sus superiores, que a su vez le informaban al comando central alemán.
Pero mejor aún, al ubicarse cientos de metros debajo de la nave, el observador podía guiarla mientras ella se mantenía a una altura segura, fuera del alcance de los aviones y baterías enemigas. Esto permitió recomenzar los bombardeos que si bien no eran muy precisos servían para generar temor psicológico entre los enemigos del país.
Claro, al final Alemania perdería la guerra de cualquier manera, pero nos dejaría varios interesantes objetos experimentales, siendo el Peilgondel seguramente uno de los más llamativos.
Fuentes:
- https://historiasdelahistoria.com/2018/12/11/la-capsula-espia-de-la-primera-guerra-mundial
- https://en.wikipedia.org/wiki/Spy_basket
- https://en.wikipedia.org/wiki/Zeppelin#During_World_War_I
Imágenes: 1: historiasdelahistoria.com, 2: wikipedia.org