Erase una vez, una isla paradisíaca…
No es la primera vez que os mostramos en el blog un pueblo abandonado a causa de la lava y las cenizas tras la erupción de un volcán cercano, como ocurrió en San Juan de Paricutín o en la misma Pompeya. Pero el caso de Plymouth es quizás más espectacular, tanto por el tamaño de la ciudad como por la cercanía temporal del trágico suceso, del que tan solo han transcurrido catorce años.
Plymouth era la capital de una pequeña isla caribeña llamada Montserrat, dependiente del Reino Unido y ubicada al sureste de Puerto Rico. La isla fue descubierta por Cristóbal Colón que le dio el nombre de la montaña de Montserrat, cerca de Barcelona, en 1493.
La isla permaneció prácticamente deshabitada hasta el año 1632, cuando se establecieron los primeros colonos británicos. En varias ocasiones Francia intentaría arrebatar la isla a los ingleses, pero sin conseguirlo. Y así pasó el tiempo en este pequeño paraíso, de clima templado y vida tranquila, con una población en su mayoría de mulatos descendientes de irlandeses y africanos dedicados a la pesca y al turismo.
Pero la isla encerraba un terrible peligro, con 914 metros de altitud, el volcán Soufriere Hills, que todos creían dormido, entró en erupción sin previo aviso el 18 de julio del año 1995. Sin apenas tiempo de reacción, todos los habitantes de Plymouth y de los poblados cercanos tuvieron que huir hacia el norte de la isla y más tarde, en apenas un par de días, los 13000 habitantes de Montserrat son evacuados.
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Desde esa fecha el volcán continúa arrojando lava y ceniza esporádicamente, siendo el más activo del Caribe. Muchos de los antiguos habitantes, al ver sus hogares cubiertos por la lava decidieron no volver a la isla, otros muchos sí que lo hicieron y en la actualidad unas 9000 personas residen en la zona noroeste de la isla, aunque siempre con un ojo puesto en el humeante cráter del Soufriere Hills.
La zona sur, casi en su totalidad, está catalogada como zona de exclusión y está totalmente prohibido el paso al personal no autorizado. La antigua capital Plymouth y un puñado de pequeños pueblos adyacentes van desapareciendo año a año bajo las cenizas que emana el volcán y, esporádicamente, una lluvia de rocas y cascotes destroza los tejados que todavía se mantienen en pie. Algunas zonas están menos afectadas y, desde la lejanía, parecen poblados totalmente normales, a no ser porque en sus calles ya no pasea nadie desde aquel día en el que el volcán reclamó lo que era suyo.
Vista de la torre, antes y después.
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Un paseo por Plymouth, antes y después del volcán:
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