La Ciudad Prohibida, hogar de Pu Yi tras su coronación y centro del poder imperial de China
El Imperio Chino
China tiene una historia única en el mundo. Desde su unificación, allá en el siglo XVIII a.C., se ha mantenido como una sociedad relativamente constante, y salvo por periodos específicos de inestabilidad incluso ha estado bajo un único gobierno (en ocasiones dos). El lenguaje chino es uno de los más antiguos de la Historia y aún hoy es el más hablado del mundo, con casi dos mil millones de personas.
Por esta razón muchas veces se considera China como un Imperio constante desde la unificación original ejecutada por la Dinastía Qin (siglo III a.C) o incluso de la Dinastía Shang (siglo XVIII a.C.). En cualquier caso se trata del estado más antiguo de la Historia, y aunque en diferentes periodos ha sido gobernado por diferentes grupos o líderes tiene un periodo de continuidad mucho mayor a cualquier otra sociedad de nuestro planeta.
Durante prácticamente todo este periodo China fue un Imperio. Su destino se rigió bajo la dirección de un emperador todopoderoso, y la transición entre dinastías era poco más que la sustitución de un Emperador por otro. Un Imperio ininterrumpido, un anciano de milenios, que terminó en 1912, resucitó efímeramente en 1917 y de nuevo, por última vez, en 1935.
Y la historia de la muerte de este Imperio es la historia de Pu Yi, el último Gran Emperador de la lejana China.
La Dinastía Qing
En los tiempos en los que Pu Yi llegó al mundo nada quedaba de la otrora gloriosa China. El pico del desarrollo del país había llegado, sin lugar a dudas, durante la Dinastía Song, que había creado una próspera y poderosa sociedad derrotada por los guerreros mongoles. Posteriormente la dinastía Qing jamás recobraría la gloria de antaño y para el siglo XIX ya eran un país de segunda, sometido a las decisiones europeas.
Sin embargo, al interior del país el Emperador seguía teniendo poder absoluto. En un mundo convulsionado, los diferentes emperadores sufrieron humillantes derrotas a lo largo del siglo XIX frente a los países europeos y Japón, sin embargo, lograron mantenerse como gobernantes del Imperio, si bien con cada vez menos popularidad. En 1908 la Emperatriz Dowager Cixi, en su lecho de muerte, eligió a Pu Yi, hijo de una de sus protegidas, como su sucesor. El niño apenas tenía dos años de edad y le fue arrebatado a su familia para llevarlo al Palacio Imperial, donde se convirtió en el Emperador de un Imperio agonizante.
Pu Yi antes de ser coronado con su padre y su hermano
Los primeros años
Pu Yi no tuvo a nadie que le educase. Los eunucos de la Ciudad Prohibida le tenían reverencia y estaban obligados a cumplir celosamente cada una de sus órdenes, sin importar si estas eran razonables o incluso tenían lógica alguna. Sus padres y hermanos le fueron arrebatados, y el único amor maternal que recibió fue el de su nodriza, We-Chao Wang. Era ella la única que podía consolarlo, controlarlo e incluso evitar que castigase sádicamente a los eunucos que sólo intentaban hacer su trabajo.
Porque si algo caracterizó los primeros años de Pu Yi fue el sadismo. Al ser tratado (literalmente) como un rey, el pequeño comenzó a encontrar placer en realizar castigos constantes a sus eunucos, incluyendo el obligarlos a comer tierra, dispararles un arma de aire comprimido o sencillamente ordenar que los golpearan. Una anécdota de su infancia cuenta que alguna vez quiso “premiar” a un eunuco por una obra de títeres particularmente buena dándole un pastel con trozos de hierro candente para “ver qué cara hace al comerlos. We-Chao, con mucho tacto, lo convenció de que esto no era una buena idea.
La Revolución de 1911
En 1911, cuando Pu Yi apenas tenía 3 años de edad, China vivió una profunda revolución. La crisis del país había convencido a sus habitantes de que los Emperadores habían perdido el “Mandato del Cielo” y había impulsado a vastas legiones de campesinos y burgueses a unirse a las tropas rebeldes. El “Mandato del Cielo” es una antiquísima tradición china que estipula que el Emperador no es dueño de su gobierno, sino que lo recibe de los dioses, quienes demuestran su incapacidad para gobernar enviando calamidades a la región e indicando así a la población que era hora de buscar un nuevo gobernante. De alguna manera, en China la rebelión “justa” siempre ha estado en la mente de los habitantes.
Pu Yi tras su coronación
Volviendo al tema, a partir de 1911 Pu Yi, técnicamente hablando, no fue ya Emperador de China, pero pudo conservar su título y seguir viviendo en la Ciudad Prohibida, y por muchos años él (que de hecho no podía salir de la ciudadela) ni siquiera supo que había dejado de ser Emperador. Además, en 1914 se firmaron los “Artículos de Tratamiento Favorable”, que tras la abdicación del Emperador le garantizaron unos ingresos para mantener al menos parte de su estilo de vida y un tratamiento “equivalente a aquel de un gobernante extranjero”.
Y así, entre un séquito de esclavos (porque eran básicamente sus esclavos) Pu Yi pasó su infancia. A sus 8 años su nodriza –único contacto humano y maternal que tenía- le fue arrebatada porque ya era demasiado grande, y a partir de entonces estuvo solo. Entre esclavos que hacían todo por él, y a los que incluso disfrutaba torturar, pero solo.
Más adelante la situación mejoraría cuando quedase bajo tutela del profesor escocés Sir Reginald Johnston. De esto hablaremos en un próximo capítulo.
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Imágenes: 1 y 2: wikipedia.org, 3: telegraph.co.uk