Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX, cientos de pueblos se crean alrededor de las oficinas salitreras, lugares de extracción del salitre y controlados por unas pocas multinacionales.
El dinero corre a raudales y los pueblos se dotan de todas las comodidades como teatros, piscinas, hospitales, salas de baile… etc.
Pero el dinero solo corre en los bolsillos de los dueños de estas oficinas, que viven en fabulosas mansiones y gozan de todo tipo de lujos mientras miles de trabajadores extraen el valioso nitrato en las más infrahumanas condiciones, las enfermedades pulmonares a causa de los gases y los vapores de los procesos de extracción hacen estragos en aquellas gentes. En los poblados salitreros se emplea un sistema de pago por fichas, no existe el dinero, de ese modo los señoritos ingleses se aseguran que todo queda en casa, porque las fichas que cobran sus trabajadores, las gastan en lo necesario para su subsistencia y todo, comida, ropa… todo se lo vuelven a comprar al mismo señorito inglés, ya que también es el dueño de lo que se comercia en el pueblo.
Pero los años felices acaban, a alguien le da por inventar en algún lugar el amoníaco sintético y los abonos naturales comienzan a pasar a un segundo plano, el trabajo comienza a escasear y los sindicatos de los trabajadores comienzan las revueltas que acaban de forma sangrienta.
En algunos casos más de dos mil personas son asesinadas a tiros por el ejército Chileno que acaba de forma tajante con la sublevación de esta pobre gente.
En pocos años estos pueblos se convierten en pueblos fantasmas, totalmente abandonados en mitad de un desierto que los devora sin compasión en pocos años.
Hoy en día la mayoría de ellos son simples montones de tierra en mitad del desierto y tan apenas unos pocos se mantienen en pié para recordar al mundo su existencia.
La oficina de Humberstone y la de Santa Laura son las que mejor se conservan e incluso son patrimonio de la humanidad desde el año 2005.
Se cuenta que las vivencias de aquellas gentes, su sacrificio y sus muertes todavía siguen impregnadas en las calles y paredes vacías y que apariciones fantasmales y psicofonías de lo más tétricas son algo común en estos terroríficos a la par que bellos pueblos sin vida.
Texto de Sinuhé Gorris.
Pese a lo sobrecogedor del lugar, todos los años la gente vuelve durante unas horas, para que aquello que sucedió allí, no quede en el olvido.
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