Lenguaje
Uno de los componentes más importantes de nuestra humanidad es el lenguaje. La capacidad de comunicarnos, de expresar ideas complejas y pensamientos profundos, fue fundamental en el nacimiento de las primeras organizaciones sociales, en el nacimiento de la civilización y, en esencia, todo lo que hoy nos hace especiales.
Por mucho tiempo se pensó que la comunicación era un asunto exclusivamente humano. Sin embargo, se descubrió que muchos animales presentan complejos sistemas de comunicación: los gorilas, por ejemplo, se sientan en “asambleas” y emiten gruñidos y silbidos, para después levantarse e ir en la misma dirección. Es inevitable pensar que decidieron hacia donde marchar en su reunión.
Así mismo, se presume que el lenguaje de algunas especies de delfines (el cual nos es completamente imposible de comprender, por ahora) es quizás tan complejo como el nuestro.
Así, hay razones para creer que el lenguaje es un aspecto evolutivo y que lo tenemos inscrito en el cerebro, de alguna manera. Una prueba de esto es la aparición de lenguas “criollas” (lenguas que surgen cuando dos poblaciones que no hablan el lenguaje del otro conviven, como los esclavos), las cuales suelen tener las mismas normas gramaticales. Así mismo, niños de todas las latitudes suelen cometer errores semejantes al aprender su idioma (un ejemplo: nunca aplicar una doble negación). Esto indica que el lenguaje podría ser genético, y nuestro cerebro estar “predeterminado” para aprenderlo.
Pero, ¿qué sucede entonces cuando un niño crece en un entorno en el que no tiene cómo aprender un idioma?
Los niños del Rey Akbar
El Rey Akbar el Grande fue el tercer emperador del Imperio Mogol, el cuál gobernó de 1556 a 1605. Fue reconocido por establecer un complejo sistema de administración y una aproximación diplomática que trajo paz y estabilidad a su región.
Akbar el Grande también era reconocido por tener una mente inquieta y un gusto por la ciencia. Alguna vez se preguntó lo mismo que nos preguntamos nosotros al comienzo del artículo. Pero en lugar de quedarse ahí, ideó un curioso experimento para ver qué sucedía.
El Rey Akbar
El Rey tomó algunos bebés huérfanos y organizó sus cuidados en una casa donde no les faltaría nada, pero estarían a cargo de mujeres que habían perdido la facultad de habla. Así, se garantizaba que los niños jamás tuvieran contacto con la palabra hablada.
En efecto, tras retornar a la casa 4 años después Akbar se encontró con un entorno en silencio. De acuerdo con su cronista, “no había llantos, ni palabra alguna, ni siquiera un asomo. Nada surgía del lugar más allá del ruido de los tontos” (habían bautizado a la casa “la casa de los tontos”, por lo que es probable que se refirieran a los sonidos normales del movimiento, la cocina, etc.
De acuerdo con su experimento, Akbar concluyó que no existe un lenguaje universal, sino que se debe aprender. Esto lo llevó, a su vez, a presumir que la historia humana es mucho más larga de lo que antes se creía.
Otros experimentos del silencio
Akbar el Grande no fue el único en hacerse esta pregunta. La referencia más antigua de que disponemos al respecto data de los tiempos de Herodoto, el célebre historiador griego, quien anotó un experimento semejante por parte del Faraón Psamético I (quien reinó entre 664 y 610 a.C.). En este caso, los niños habrían dicho la palabra bekos, lo que llevó al Faraón a suponer que el idioma Frigio (en el que este término significa pan) debía preceder al egipcio. Sin embargo, es probable que haya malinterpretado los balbuceos de los pequeños.
El Emperador Romano Germánico Federico II realizó otro experimento semejante en el siglo XIII, en este caso sencillamente ordenando a las cuidadoras el no pronunciar palabra alguna. De acuerdo con el monje Salimbene di Adam, quien registró todo el experimento, se esperaba descubrir la lengua que le fue enseñada por Dios a Adán, pero el experimento fue en vano pues los niños dependían de sus gestos y manos para comunicarse, y no hablaban en un idioma conocido o desconocido.
Jaime IV de Escocia repetiría el experimento de Federico II en el siglo XVI, y supuestamente descubriría que los niños habían aprendido por su cuenta a hablar hebreo de manera clara y fluida. Sin embargo, aún sus contemporáneos dudaron de las conclusiones y consideraron que se trataba de una manera de justificar la fe, más que de un resultado legítimo del experimento.
Que se sepa, no se han realizado experimentos de este tipo en un periodo reciente. Bautizado como “El Experimento Prohibido” por varios científicos, realizarlo implicaría un nivel antinatural de aislamiento que podría resultar en severos daños psicológicos para el pequeño en el largo plazo. Con los casos de los llamados “Niños ferales” pueden encontrarse algunas conclusiones, pero por lo general sobreviven poco tiempo en la naturaleza y tienen al menos algo de influencia de su familia o su sociedad.
Por lo que sabemos, es probable que no haya mucha diferencia con los resultados de Federico II o del Rey Akbar: el lenguaje se aprende, y en su ausencia, otras formas de comunicación (si bien menos eficaces) habrán de tomar su lugar.
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