El Pensante

Resumen de El Aleph, El Inmortal

Literatura - junio 20, 2016

Con el nombre de El inmortal, este texto constituye un cuento, nacido de la pluma del célebre escritor Jorge Luis Borges, y que forma parte del libro El Aleph, publicado por primera vez en el año 1949, gracias al trabajo de la editorial argentina Lossada, y que unos años más tarde, en 1974, sería reeditado por el propio autor, agregándole otros textos, para sumar un total de diecisiete cuentos, forma que tiene hasta la fecha.

Análisis de El Inmortal

En cuanto a la narración de El Inmortal, basta decir que es una historia contada por un narrador en primera persona, y constituido por seis partes, más una posdata. Al principio de sus líneas, Borges plantea su acostumbrado juego de hacer creer al lector que lo que se narra en realidad es una crónica real, fácilmente rastreable a través de los nombres y datos proporcionados, si estos fuesen ciertos y no un juego literario de su autor, para darle carácter de verosimilitud a su historia.

Así mismo, una vez hecho el pacto ficcional con el lector, el autor introduce una historia fantástica, donde un enigmático hombre comienza una aventura en búsqueda de la ciudad de los inmortales, confundiéndose en el tiempo y las circunstancias, y presentando un espacio ficcional en donde el autor expone su tesis sobre la inmortalidad de la palabra, y el cómo los hombres se encuentran repetidos una y otra vez en un laberinto de lenguaje, cuya finalidad es precisamente extraviar y contener la historia de los hombres. De igual forma, esta historia parece contraponer la inmortalidad del lenguaje con la preciada mortalidad del hombre, el cual cuenta con la dicha de morir y olvidar, mientras que el propio lenguaje de tanto recordar a terminado por perder hasta la piedad.

Finalmente, sus líneas parecen también expresar que debido precisamente a la inmortalidad del lenguaje y a esa cualidad de permanecer más allá de los tiempos, ningún escritor u hombre cuenta con la dicha de crear realmente una historia única, puesto que cualquier intento será una repetición de algo dicho siglos antes, puesto que tal como signas las últimas líneas de esta historia, todos los hombres, aun aquellos que hubiese tocado la inmortalidad por algunas épocas, sólo podían tener como herencia final  “palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”.

Resumen de El Inmortal

Esta historia de Jorge Luis Borges comienza por un epígrafe, atribuido a una obra del ensayista Francis Bacon, el cual habla sobre la sentencia salomónica de que “no existe nada nuevo bajo el sol”, hecho que es descrito a su vez por Platón, quien hábilmente habría promulgado entonces que “todo conocimiento en realidad es un recuerdo”, frase que fue maravillosamente refutada por el mismo Salomón, quien habría apuntado entonces que “toda novedad en realidad es un olvido”.

Acto seguido, el narrador omnisciente de esta historia comienza por referir  la escena ocurrida en 1929, en la ciudad de Londres, en la cual el anticuario Joseph Cataphilus le habría regalado a la princesa de Lucinge la Ilíada de Pope. Así mismo, hacen referencia a que unos meses después del encuentro entre el anticuario y la princesa, esta se había enterado de la muerte de Cartaphilus en el mar. Unos días después, chequeando la obra que le habían regalado, descubrió un extraño manuscrito al final del último tomo, en la cual se narraba una sorprendente historia, la cual da pie a la historia narrada en este cuento.

Así las cosas, la narración comienza refiriendo a un antiguo guerrero, que estando en su campamento, esperando que los nuevos cantos de la guerra lo llamaran a combate, una noche vio llegar a su campamento a un viajero moribundo, que al caer de su caballo le habría confesado que buscaba la ciudad de los inmortales, la cual aun cuando se decía que se encontraba en los límites del mundo occidental, nadie conocía exactamente su ubicación.

El viajero había muerto al amanecer de esa noche oscura, dejando en el corazón del guerrero la fiel decisión de buscarla. De esta forma juntó hombres y recursos para salir en una expedición, dispuesto a encontrar esta ciudad que prometía ofrendar al que la consiguiera con el regalo de la inmortalidad. Al principio partieron entusiasmados, pero el hambre, la locura, la enfermedad y la crueldad del desierto hicieron que muchos desertaran y otros murieran. La desgracia dio paso a los motines, y una noche con un complot gestándose para matarlo, el viajero huyó del campamento con los pocos soldados que permanecían fieles. No obstante, también los perdió en el desierto en manos de las tormentas de arena y los remolinos.

Sólo en el mundo, el viajero vagó por el desierto. Una flecha espartana lo hirió, así como la sed. Después de entregarse a un delirio laberíntico, en donde se le presentaba un ánfora inalcanzable, de la cual sabía que no podría tomar antes de morir. La realidad lo sacó del sueño, apareciendo maniatado y solo en una especie de nicho, en la ladera de una montaña. Sin más que perder, el hombre se asomó de esa especie de tumba, viendo a unos grises hombres, a los que reconoció como trogloditas. Desesperado, el hombre se lanzó al vacío, donde un río yacía abajo, y bebió de él como un animal. No despertó nunca la piedad de estos hombres salvajes. Como pudo un día cortó sus ataduras, después se levantó, y ya recuperado decidió seguir su viaja hacia la ciudad de los inmortales.

Marco Flaminio Rufo, que es como se llamaba este hombre, antiguo guerrero, salió de la ciudad de los trogloditas, reparando en que un par o tal vez tres de estos seres lo seguían. Después de mucho vagar por el desierto, se vio en frente de la antigua ciudad de los Inmortales, cuya antigüedad no obstante lo aterraba. De esta forma, decidido a encontrarla, el guerrero se adentró, descubriendo innumerables y largos laberintos, de largos pasillos y extraños pasillos.  Extraviado en esa lógica hecha para perder a los hombres, por fin una luz le develaba que había llegado a esa ciudad de los inmortales que tanto había buscado.

Sin embargo, la arquitectura de la ciudad lo sorprendió y repugnó, pues carecía de un fin, era simplemente una unión de paredes, puertas, ventanas y estructuras sin ninguna lógica ni finalidad. Entendiendo que los inmortales habían devastado la ciudad, hasta hacerla inservible e imposible, el hombre decidió abandonarla asqueado. Al salir, encontró al único troglodita que había decidido esperarlo. Preguntándose si este ser era capaz de aprender el lenguaje, el hombre se dio en vano a la tarea de enseñarlo. Con el tiempo, terminó por nombrarlo “Argos”, como el antiguo perro de la Odisea.

Juntos, regresaron a la aldea de los trogloditas. Un día lo sorprendió la lluvia, cosa por demás extraña y celebrada en el desierto. La lluvia desató la alegría del guerrero y de los trogloditas. Emocionado el hombre vio como Argos se emocionaba hasta las lágrimas por el agua del cielo. El guerrero lo llamó, Argos, Argos… en un arrebato de memoria, Argos respondió palabras antiguas donde decía que Argos era el perro de la Odisea, cuando el guerrero lo increpó sobre si conocía la obra, Argos le confesó que sí, que la había escrito nueve siglos antes, pero que la había olvidado.

Una vez aclarado que aquel troglodita era en realidad Homero, y que todos los trogloditas eran los inmortales, que de tantas palabras y pensamiento habían perdido hasta la piedad, siendo además los fundadores de esa aldea en las montañas, después de desolar la ciudad de los inmortales, el hombre que narra contará también como a través de los siglos fue guerrero, y cómo después se entregó a la palabra y el pensamiento, desperdigándose por el mundo al igual que los otros inmortales en búsqueda del río que regresaba la mortalidad, pues así como los hombres mortales buscaban el río que los convertía en inmortales, los inmortales querían beber de aquel que les devolvería la propiedad de morir, esa hermosa noción de que todo cobra sentido por lo efímero que resulta, por saber que todo momento es irrepetible, y no como la monótona certeza de saberse inmortal y eterno.

Finalmente, la historia cuenta cómo después de muchos siglos, después de haber bebido con mucha sed de un río, tuvo el accidente de punzarse un dedo con una espina, maravillándose del dolor naciente que sintió en su dedo. Con más asombro pudo ver una gota de sangre fluir de la extremidad. El guerrero era un hombre mortal de nuevo. Antes de su muerte, anotó la historia en La Iliada de Pope, confesando que para ese momento ya no tenía imágenes de sus recuerdos, sino solamente palabras, “Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”.

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