Descripción de Los Teólogos
Bajo el título de Los Teólogos, este texto narrativo constituye un cuento, nacido de la pluma del célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, el cual se encuentra incluido en el libro de cuentos El Aleph, el cual fue publicado por primera vez en el año 1949.
Resumen del cuento Los Teólogos
Este cuento, de Jorge Luis Borges comienza con un narrador omnisciente, que se mantendrá durante toda la historia. En sus líneas cuenta sobre la historia y rivalidad de dos teólogos: Juan de Panomia y Aureliano, quienes cumplían la función, ante la Iglesia de discutir teológicamente si una secta o postura correspondía o no a una herejía. De esta forma, ambos teólogos debían elaborar sus tesis y defenderla, deconstruyendo la elaborada por el otro. Rivalidad esta que llevó a cada uno de los teólogos a sentir un profundo rencor y odio por el otro.
Así mismo, este cuento de Jorge Luis Borges narrará la historia de cómo el río Danubio será testigo del nacimiento de una secta que se conocería por el nombre de Los Monótonos, quienes declaraban que todo en universo había sido y a la vez sería, pues todo se repetía una y otra vez, formando un gran círculo de tiempo.
Encargados entonces de poder rebatir esta nueva herejía que ponía en riesgo el mensaje divino, Aureliano se dio a la tarea de elaborar una tesis profunda, llena de argumentos y citas, en las cuales por ejemplo invocaba algunos preceptos de San Agustín. Todo por poder ganarle a Juan de Panonia. Sin embargo, su entusiasmo se vendría al suelo cuando tuvo en las manos la refutación de Juan de Panomia, quien de forma muy sencilla afirmaba que teológicamente no existen dos almas iguales.
Aureliano se sintió humillado. No obstante envío su refutación, y perdió. El hereje fue quemado en la hoguera finalmente, pero gracias a la argumentación hecha por Juan de Panomia. La rivalidad entre los dos teólogos se recrudeció.
Años después, como siempre, nació una nueva secta, la cual decidió llamarse Los Histriones, quienes se basaban en la creencia de que tal cual es arriba es abajo, por lo que la vida en la tierra es un reflejo del cielo, así como nuestras vidas, por lo que todo hombre justo tendrá un doble o un reflejo que viva en pecado. Esta secta tenía por símbolos el espejo y un obolo. No obstante, esta secta contaba con una corriente de pensamiento que afirmaba que el mundo estaba destinado a terminarse, cuando se hubiesen agotado todas las posibilidades existentes, pues no puede existir repeticiones en el Universo.
El destino quiso que esta última corriente de pensamiento histriónico recayera justamente sobre la diócesis de Aureliano, quien de inmediato comenzó a elaborar su tesis, sobre el pensamiento afirmado por esta secta de que nada se repite de nuevo en el universo. Mientras lo hacía, una frase vino a él como por inspiración divina, dejando que su mano escribiera las cerca de treinta palabras que la conformaban. No obstante, era como si todo su ser le dijera que esa frase no la había escrito él, sino que simplemente la guardó en su cabeza por años.
Al poco tiempo la reconoció. Era una frase de Juan de Panomia, quien la había escrito en el momento de refutar la herejía de Los Monótonos. Aureliano cayó entonces en un dilema, pues la frase encajaba perfecto en la tesis que elaboraba. No mencionar a su autor constituía humillarse plagiando al hombre que odiaba. Mencionarlo como autor era acusarse a sí mismo de darle crédito a su rival, no obstante hacerlo también incluía denunciarlo.
De esta forma, Aureliano decidió conservar la frase de Juan de Panomia, afirmando que las teorías y herejías que proclamaban hoy en día los Histriónicos habían sido proclamados antiguamente por un sabio señor: Juan de Panomia. De esta forma, Aureliano logró denunciar a Juan de Panomia de promulgar ideas herejes. Durante la larga discusión, Juan de Panomia –bastante entrado en años- se defendió, recordándole a un auditorio (que no quería oír) cómo había ocurrido todo en la antigüedad, y quiénes eran Los Monótonos.
No obstante, el tribunal terminó declarándolo culpable de herejía y condenándolo a la hoguera. El día de su ejecución, ahí estaba Aureliano para ver cómo se cumplía la condena que él había contribuido a elaborar. De esta forma pudo ver cómo las llamas abrazaron a Juan de Panomia, llevándose con ellas el odio que habitaba en su corazón por este hombre.
Sin embargo, Aureliano pasó años tratando de averiguar cuál era el propósito de su destino, hasta la noche aquella en que en medio de la tormenta, un rayo desató un incendio, en el que murió quemado, al igual que lo había hecho Juan de Panomia, años atrás. Al llegar finalmente al cielo, ante la presencia de Dios, quiso abordarlo con cuestiones teológicas, pero Dios no prestó mucha atención, al tiempo en que Aureliano se daba cuenta de que para Dios, él y Juan de Panomia en realidad eran la misma persona.
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